Nací y crecí en Asturias, pero desde el año 82 del pasado siglo vivo fuera, y ni vuelvo mucho a nuestra tierra, muy a mi pesar, ni sigo muy de cerca la actualidad del Principado.

Este verano, sin embargo, he vuelto a veranear en Asturias después de mucho tiempo. La experiencia como usuaria ha sido extraordinaria. El mar es el mismo, pero las playas son otras.

Y eso se percibe en muchos otros servicios. Pero éste no es el tema de la carta.

Además de reencontrarme con el paisaje, la lengua y las costumbres que están en mi ADN, también me reencontré con la prensa asturiana, que estaba siempre en casa junto con, a partir del 75, la nacional. Y es una noticia leída este verano en LA NUEVA ESPAÑA la que me impele a escribir esta carta: la condena a seis años de cárcel para José Luis Iglesias Riopedre por el "caso Marea".

Esta persona fue director del Instituto Leopoldo Alas Clarín de Oviedo, si la memoria no me falla, al menos dos de los cuatro años en los que yo estudié allí, del 78 al 82. Y fue, además, mi profesor de Filosofía.

Mi percepción y la de mis compañeros de promoción es que en ambos desempeños fue ejemplar.

Fue uno de mis mejores profesores, y, como director del centro y por tanto figura de referencia para los padres, también tuvo una actitud extraordinariamente moderna, abierta y optimista cuando éstos le consultaban sobre los planes de futuro que teníamos sus alumnos.

Así, y por citar sólo un caso personal, Iglesias, como le llamábamos todos, tuvo un papel fundamental en la decisión de mi familia de que yo estudiara un año "abroad" al terminar el instituto y antes de ir a la Universidad, algo que le agradeceré siempre, porque marcó mi futuro en una época en la que esto era muy poco frecuente en España, y menos en las familias que no pertenecíamos a la élite cultural del país.

No hay que olvidar que estamos en 1982, pre-UE y preprograma Erasmus.

Independientemente de las resoluciones judiciales, que, huelga decir, acatamos todos, me parece imprescindible recordar esta etapa ejemplar de la trayectoria de un profesor al que adorábamos los estudiantes de mi promoción: buen profesor, cercano y preocupado por nuestro futuro.

En una de mis escasas visitas a Asturias, hace un par de años, nos cruzamos en la calle. Naturalmente lo reconocí (los buenos profesores jamás se olvidan). Lo abordé y nos saludamos en un encuentro muy breve. No estoy segura de que se acordara de mí, y tampoco importa.

Importa, sí, honrar a nuestros buenos profesores, aquéllos que contribuyeron a que persiguiéramos y lográramos nuestros sueños y tuviéramos un buen futuro.

Y Riopedre lo hizo magistralmente.

Gracias, Iglesias.