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Esa alegría de volver a verse

Los condenados se reencuentran en la sala de vistas y pasan el trámite de la lectura de la sentencia en ambiente distendido, relajado y resignado

Esa alegría de volver a verse

-¿Qué tal?

-Jodido

En el pasillo contiguo a la sala de vistas, la respuesta de José Luis Iglesias Riopedre al interés de Alfonso Carlos Sánchez ha sido pronunciada con más contundencia que contrariedad, pero resalta entre una algarabía de saludos y conversaciones animadas que encaja poco en apariencia con la certeza casi invisible de que nueve de los presentes vienen a escuchar cómo les condenan, siete además a confirmar que sus penas son de prisión. Penas abultadas sin demasiada pena ostensible. El "jodido" de Riopedre da para intuir que la rabia y el disgusto procesionan por dentro, pero a simple vista emerge del corredor un rumor leve de relajada distensión mientras el exconsejero, sentado, suspira un "bueno" con la mirada perdida en el vacío y Marta Renedo abraza y besa a María Jesús Otero y las dos sonríen, Renedo mucho, de oreja a oreja, cuando Sánchez la requiebra, "qué guapa estás", y a la funcionaria que da nombre al proceso, vestido largo y sandalias, bolso de leopardo, se le extiende una amplia mueca de satisfacción.

En el pasillo, la sala de espera por la lectura pública de la sentencia de "Marea", el "spoiler" de un tribunal que anunció las condenas semana y media antes que su fundamentación jurídica le ha arrebatado parte de la tensión a esta mañana un tanto descafeinada en la que los condenados aguardan para que el ponente les lea en voz alta lo que intuyen, los hechos probados, y lo que ya saben, sus condenas.

Los procesados han vuelto a coincidir en la sala de vistas por primera vez desde que se terminó el juicio, hace trece meses, y esta camaradería ya nada tiene que ver con la tensión sin dirigirse la palabra de aquella primera sesión en la que sus abogados pusieron mucho interés en dejar claro que cuando sucedieron los hechos casi nadie conocía a casi nadie. Que el caso no era uno sino al menos trino, que "María Jesús y Marta se conocieron en el furgón de camino a Villabona" o que antes del estallido del caso Otero y Riopedre no tenían noticia alguna sobre la existencia de Marta Renedo. El roce hizo el cariño, los años de banquillo hicieron callo y ayer, despejadas las primeras incertidumbres del larguísimo proceso, estaban por primera vez juntos como condenados compartiendo también la serena pesadumbre de la resignación. Tal vez porque después de siete muy largos años se ven un poco como Riopedre a sí mismo: "Hecho a ello".

El exconsejero de Educación había llegado a la Audiencia con porte precisamente de procesado "hecho a ello", las manos en los bolsillos del pantalón y el andar pausado, casi despreocupado. Dentro, a pasillo lleno -condenados, absueltos, abogados, procuradores- el reencuentro entretiene la espera comentando la vida apacible del político jubilado, dedicado sobre todo a "leer y caminar", y hasta anunciando planes de futuro: "Hacer el Camino de Santiago por León", precisando sin mencionar la cárcel que está "convencido" de que va a poder. De entrada, Riopedre se ha sentado en los bancos del pasillo a distancia de su hijo, él consulta el móvil, se acercan, advierte a Ernesto de que apague el suyo. Renedo se sienta a su lado, conversan muy brevemente, se oye un "enhorabuena por la absolución" y se ve, sí, algún gesto serio acompañado por algún lamento. Sostiene Otero que "esto es como cuando en la Edad Media ponían a la gente en la picota".

El rebrote informativo del caso desde la divulgación del fallo tampoco había atraído apenas miradas, ni mucho menos gestos ni reproches a las puertas de la Audiencia Provincial de Oviedo. Los siete años largos de proceso, que pesan por todas partes, han diluido la sentencia popular y esta vez, ayer como en el juicio, los acusados encuentran expedito el camino hasta la entrada. Todos, eso sí, uniformados como entonces. Riopedre y Otero en la gama cromática más apagada de los grises, los marrones o los azules, Renedo de intenso color granada y sonrisa abierta, los empresarios Alfonso Carlos Sánchez y Víctor Manuel Muñiz con americana sin corbata ni pajarita y cara de circunstancia, agarrado Muñiz a esa carpeta que traía siempre y de la que esta vez llega colgando un paraguas. Pasado el trago, también se irían sin rechistar, aligerando el paso para declinar las declaraciones.

Se presentaron en la sala todos salvo tres de los cinco absueltos, el trío de técnicos del Ayuntamiento de Oviedo exonerados de culpa en el proceso. Once procesados que en la sala de vistas toman la primera fila de asientos, mirando de frente al ponente de la sentencia y Otero, Renedo y Riopedre sentados en asientos contiguos, igual ayer que el primer día del juicio. Durante hora y media larga, Francisco Javier Rodríguez Santocildes lee directamente del ordenador hechos y penas sin sorpresas para un auditorio curado de espantos, impasible hasta cuando el abogado de Podemos aprovecha el receso y presiona para pedir que se celebre más pronto que tarde la vistilla que ha de decidir el ingreso inmediato en prisión de los condenados. Lee con firmeza no exenta quizá de cierta familiaridad, como cuando para abreviar se refiere a veces a los encausados sólo por el nombre de pila. "El acusado José Luis, María Jesús, Alfonso Carlos?".

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