Un paisaje de guerra. La carretera hasta Cornollo, en Allande, da idea de la batalla que se libró contra el fuego la madrugada del lunes en el Suroccidente asturiano. El monte ya no es verde, es negro; la calzada, llena de pequeños desprendimientos de roca; coches y maquinaria agrícola quemados en la cuneta, y restos de cubas de agua y mangueras por todas partes. "Esto fue demasiado, lo nunca visto en el mundo. Nos llegaban bolas de fuego y estábamos completamente solos", cuenta, con la voz resquebrajada, María Olimpia Ibias. Ella es uno de los tres únicos vecinos que habitan de continuo en esta localidad, una de las más castigadas por los incendios, con tres casas, dos garajes, cinco paneras y una ermita calcinados. Ayer la lluvia apagó las llamas, pero no el dolor.

"Sentimos impotencia y tristeza. Porque cada metro de naturaleza que veíamos quemar tiene un valor tremendo", confiesa Víctor García, del pueblo de El Tablao, en Degaña. En todo el Suroccidente amanecieron muertas hectáreas y hectáreas de monte, teñidas de un negro ceniza que tardará tiempo en irse para que puedan recobrar su color natural. Aunque sin llamas, las montañas seguían exhalando humo. El orbayu, la niebla y el frío -los termómetros no superaban los 12 grados- remataron el trabajo que durante dos intensos días desarrollaron centenares de bomberos.

Al final de la tarde de ayer sólo se registraban ocho incendios en el Principado, todos ellos controlados. Continuaban el de Seroiro y el de Monrentán, en Ibias; en la vecina Allande, los de Corondeño y Santiellos; el de Rellanos en Tineo; el de Orbaelle en Coaña, y los de Llamas de Mouro y Naviego en Cangas del Narcea. La jornada había empezado con 21 fuegos. Una vez extinguido el de Fondos de Vega, en Degaña, el Principado decidió prescindir de la Unidad Militar de Emergencias (UME), que había desplazado tres secciones a Asturias desde León y Zaragoza, y redujo al nivel cero el plan de incendios forestales debido a la evolución de los focos.

Mientras que para unos lo peor ya pasó, para otros empieza ahora la pesadilla. María Olimpia Ibias, de Cornollo (Allande), no alcanza a contar lo que el fuego se llevó. "Una desbrozadora, una furgoneta, una máquina de purines, los silos de las vacas, parte de la cuadra... Y yo qué sé más". Aunque la tragedia ya no es tanto material como sentimental. "Pasamos mucho, mucho miedo. Estábamos mi hijo -resultó herido en las manos- y yo solos contra las llamas. Llamamos muchas veces al 112 y nos contestaban: 'Sí, lo sabemos'. Pero nadie venía y el calor nos ahogaba. Hasta las 10 de la mañana no llegaron los bomberos", lamenta esta mujer, ganadera de 75 años.

Por suerte su casa no ardió, pero sí la de tres vecinos, además de cinco paneras y la capilla del pueblo. "La habíamos reformado en agosto para la fiesta de San Bartolomé. Estaba toda pintadita, más guapa... Tenía tres figuras: San Bartolomé, San Damián y la Virgen de Fátima. Y mire, no queda nada, sólo los pilares. Y la campana". María Olimpia Ibias rompe a llorar. Las lágrimas brotan de sus ojos al contemplar una imagen tan desoladora. Todo a su alrededor son ruinas y huele a quemado. Hasta las castañas derramadas por el suelo negro están asadas. "Este pueblo se acaba. Ya sólo somos tres y esto lo remató. No ardió todo porque Dios no lo quiso", dice con pena.

Andrés Álvarez, residente en Llanera aunque con casa en Cornollo, ya nunca más tendrá panera. El fuego la borró completamente de al lado de su vivienda, la cual limpiaba ayer con esmero. "Hace un año cancelé el seguro porque era muy caro. Y ahora pasa esta desgracia, después de estar toda la vida pagándolo", expresa resignado. Manuel Blanco, el otro vecino que vive a diario en Cornollo, también perdió algo: el garaje, y por poco el coche. La casa se salvó. "Fue terrible", resume al lado de Manuel Álvarez, otro allandés natural del pueblo aunque ahora afincado en Avilés. Los dos charlan junto a un puesto de extinción de incendios completamente nuevo, que nunca se usó. "Nos instalaron hace tiempo esa manguera pero no tiene agua. Fíjese cómo estamos", apunta Álvarez con enfado.

En el Valledor, nunca vivieron un infierno de tal magnitud. Ni el gran incendio de 2011 -el próximo lunes se cumplirán seis años- es comparable al de este lunes. "El otro fue gordo, pero éste fue una salvajada", afirma Celso Villanueva, de San Salvador del Valledor. "Pasé un miedo terrible. Había ido para la cama a las doce de la noche, sabiendo que había fuego en Ibias -en Seroiro-, y sobre las dos de la madrugada pensé que me arrancaban la puerta de los golpes que daban. 'Que hay fuego, que hay fuego', me gritaban. Llegó en muy pocas horas", relata. "Primero nos quedamos sin luz y sin teléfono, y a partir de ahí se armó todo el belén. A las tres de la madrugada había 28 grados y venían unas ráfagas de viento... Así bajó el fuego tan rápido. Menos mal que llegaron tres camiones de la UME, sino asamos todos allí", prosigue. Celso Villanueva, que ayer contemplaba con tristeza el paisaje quemado, decía sentirse "desanimado": "Estoy con la moral por los suelos".

El mismo desaliento tenían los vecinos de El Tablao, en Degaña. Víctor García estuvo junto a dos familiares toda la noche del domingo vigilando las llamas. "Estaban en Larón y temíamos que llegasen aquí. Y efectivamente: saltaron el observatorio de fauna salvaje, pero finalmente pudimos sofocarlas", comenta. La lluvia terminó por calmar las heridas. Aunque las del corazón tardarán mucho tiempo en cicatrizar.