Cuando en un espacio convive un grupo variopinto de personas, por mucho que se parezcan en afición y profesión, tiene su intríngulis a la hora de confiar en que todos se comportarán del mismo modo ante circunstancias varias y responsabilidades todas. Por eso existen los controles, que no sólo sirven para eso, sino que ayudan a regular, coordinar y mejorar la planificación del organigrama funcional de una empresa, como es el caso al que nos referimos: el HUCA.

Por ello, nadie, ningún empleado público de nuestra sanidad, debe sentirse vigilado y dañado porque le hagan fichar a la hora de entrar y salir. Quien así se sienta es que está acostumbrado a usar el puesto de trabajo como si fuera un cortijo privado, figurándose estar por encima del bien y del mal. ¡No señor! Usted, por respeto a los compañeros y usuarios, debe ser igual a todos, ¡ya sé! Tiene sus complejidades, que muchos no necesitarían vigilancia alguna (ni de horarios, ni de compromiso con la empresa y su cometido), pero así y todo debemos ser conscientes que quien venga tarde, salga temprano, debe hacer un parte justificando ese tiempo que no está donde debiera. Ahora no es problema, no se trata de un fichero de empresa de antaño, sería una tarjeta personal, que debería controlar las entradas y salidas de cada cual.

En toda empresa inmensa, como es este armatoste público, con miles de trabajadores, existen los que tendrán por su condición diferencial alguna distinción y excepción para con esta obligación, pero pensar que podemos dejar a miles de empleados salir y entrar sin control alguno y que todos cumplirán es ser cándidos e irresponsables para con la obligación de que nuestra empresa mejore resultados en vez de verla ir perdiendo consistencia y prestigio día a día. Como tampoco dejarlos después de estar dentro a su libre albedrío, por eso se colocan mandos intermedios y directos, elegidos entre los más eficientes y responsables: lo contrario será ver (como actualmente) a cuatro enfermeras-os y auxiliares, por ejemplo, matándose y entregándose a su labor, mientras que si uno solo se dedica a no respetar a los enfermos y su profesión de una manera o de otra, todo el plantel es responsable, por permitir a su lado semejante compañero-a. Lo cual, por muy bien que toda la planta esté cumpliendo, si se les cuela un mal profesional, sin que le echen, estarán pisoteándose a sí mismos y asumiendo la ineficiencia de un sinvergüenza y zángano.

Cuando se hacen controles de alcoholemia no es para los que son abstemios. Cuando se colocan radares en las carreteras, no son para los que respetan los límites de velocidad marcados... Por eso, los grandes profesionales deben sentirse conformes, ellos siempre cumplen, los que se tendrán que preocupar son los que no.

Nadie debe cobrar menos de lo que trabaja, ni un solo segundo de su tiempo debe ser gratis; pero tampoco querer cobrar por el segundo que no ha estado en su lugar de trabajo. Cuidado, que además tienen que descontarse los paseos a fumarse el cigarrillo, café, paseíto de más por todo este recinto imposible de controlar, con primos y vecinos en busca de llevarlo, insisto, al compañero para que le cuele por delante de todos los que llevan esperando meses cita y horas en la sala esperando ser atendidos. También vigilar y descontar el tiempo de ocio proyectado en horario de trabajo.

El buen profesional de cualquier ramo nunca cobra lo suficiente y siempre trabaja más de la cuenta; los zánganos y caraduras son los culpables de que nada funcione correcto y de añadir trabajo y responsabilidad de más a los demás.