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La guía secreta de Asturias

Reflejos de otoño en La Granda

El embalse gozoniego es uno de los mejores humedales de agua dulce de Asturias y lugar de refugio de aves migratorias que estos meses se dejan ver allí

Reflejos de otoño en La Granda ANA PAZ PAREDES

Hay lugares donde la imaginación viaja con más rapidez. En Asturias, antes que en otros. Eso sucede cuando se descubre por primera vez el embalse de La Granda, en el concejo de Gozón. Fue creado en 1955 para abastecer de agua a la entonces Ensidesa, hoy Aceralia. Está catalogado como zona de especial protección para las aves (ZEPA), junto con los otros dos embalses cercanos, que son el de Trasona y el de San Andrés.

Es, sin duda, un lugar muy especial sobre todo para quienes gustan de rincones sosegados y bellos. No deja de parecer curioso que, rodeado de industria, este embalse parezca una especie de oasis donde lo más fácil es evadirse del mundanal ruido intentando distinguir las aves, escuchando el sonido del paisaje o, simplemente, disfrutando con la cámara fotográfica, robándole un poco de su espíritu y de su calma para luego recrearlo en la memoria y en el ordenador.

Cabe destacar, según señalan los ornitólogos, que las principales concentraciones de aves se producen durante el periodo invernal (enero y febrero) y con posterioridad a la temporada de cría (octubre y noviembre). Es este embalse gozoniego un paraíso para los pájaros y para quienes gustan de observarlos, siendo uno de los lugares con mayor seguimiento por los aficionados a la ornitología. Entre los que allí se pueden ver, por citar apenas algunos, están el cormorán grande, la garza real, la cerceta común, el porrón europeo, el zampullín cuellinegro y la garceta común. Incluso se pueden ver ejemplares de correlimos pectoral, gaviotas patiamarillas y el martín pescador. También llama la atención su bosque de ribera, en el que predominan los alisos, sauces e incluso una zona de robledal.

Hay algunas rutas que llevan hasta este lugar, como la que se inicia en Antromero y tras pasar por Condres y La Ren, finaliza en el embalse. La distancia es de unos diez kilómetros. En el camino hay algunas paradas aconsejadas, como la capilla de la Magdalena y también la capilla de La Ren. Eso sí, una vez en este lugar, lo que apetece es, además de escuchar el paisaje, adentrase en él y descubrir -para los amantes de la fotografía- uno de los símbolos más representativos de este lugar y que ofrece muchísimo juego a quienes gustan de mirar el mundo, de vez en cuando, tras el objetivo de una cámara. Se trata de la llamada "torre de mandos", una construcción que sin duda alguna da mucho juego para disfrutar buscando esa imagen distinta y propia de en un lugar que, sobremanera en otoño, ofrece una combinación de colores singular. Un embalse que nos demuestra que la Naturaleza es el mejor de los espectáculos.

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