- ¿Tú? Pero si no estás ni llorando- le dijo un policía en la comisaría de Madrid a la que fue a denunciar que su pareja le acababa de dar una paliza.

-Eso te pasa por ser tan guapa- le comentó alguien en el Juzgado de violencia de género de Gijón al que fue a tramitar la orden de alejamiento de su agresor.

Libertad González Benavides, o simplemente Liber como se la conoce, cruzó ayer las puertas del Ayuntamiento de Gijón. Las mismas que esta abogada en ejercicio y mujer comprometida en la militancia política desde los catorce años cruzaba en otros tiempos como concejala en las filas de Izquierda Unida. Pero ayer no iba a una comisión, ni a una reunión de grupo, ni a una mesa de negociación... Iba a confesar públicamente -en ocasión del Día contra la Violencia Machista- que ha sido una mujer maltratada. Independiente, fuerte, con estudios superiores... pero maltratada. Y a denunciar que el sistema no funciona. Que sobran palabras y faltas medidas reales de apoyo a las mujeres víctimas de violencia de género. Ella lo experimentó en su propia piel.

"Esto no es fácil pero mis padres me enseñaron que no hay que tener miedo a la verdad", explicó la exconcejala antes de narrar una historia que empieza en marzo en un hotel de Madrid y suma nueve meses de lucha y ayuda psicológica para quitarse el miedo, la vergüenza y la culpa de encima. "No se puede dar un paso atrás", confesó Liber acompañada ante las cámaras por la concejala gijonesa de IU Ana Castaño y con su compañera de bufete, Lorena Marcos y el coordinador de IU en Gijón al fondo de la sala, Faustino Sabio.

Libertad González se fue de viaje con su pareja desde hacía unos meses a Madrid y acabó en el hospital de La Paz llena de golpes, yendo del hotel a la Comisaría "en un coche Z como una delincuente", deambulando sola por las calles sin tener claro el destino, haciendo colas, dando vueltas de un lugar a otro, sin saber... "Todo es un descontrol. Yo no sentí ayuda, no hay protocolo, te tienes que sacar tu las castañas del fuego. Yo soy abogada, ¿cómo lo hacen las mujeres que no son independientes, que no tienen dinero", se pregunta en voz alta.

Pero las cosas no fueron a mejor al llegar a Gijón. Intentando que nadie la viera, por vergüenza, fue al Palacio de Justicia, al mismo que va todos los días como abogada, a confirmar la orden de alejamiento y "allí entendí porque muchas mujeres acaban retirando la denuncia. Ni siquiera hay un espacio que separe a la víctima del agresor". Y algunos comentarios que tuvo que oír en el entorno del Juzgado de violencia de género tampoco ayudaron. "Si no quieren estar allí que no estén, hay mucha gente fuera que quiere ayudar a las mujeres víctimas de violencia de género", sentencia. A esa dinámica de desprotección suma la abogada los dos meses y medio que tardó en ponerse en contacto con ella el policía local al que le correspondía el seguimiento de su orden de protección.

"Yo tuve la suerte de ser abogada y de tener una compañera de despacho especializada en estos temas. Estoy aquí gracias a ella. Esa fue mi suerte pero ¿y el resto de las mujeres?". Otra suerte para Libertad fue pasar de su psicólogo privado al asesoramiento psicológico en la Oficina de Igualdad del Ayuntamiento de Gijón. "Ese sí es un dinero bien empleado. Ese es el único eslabón de la cadena que funciona", concreta. Cuenta la exconcejala que al llegar allí y escuchar a las expertas dejó de sentir vergüenza. El sentimiento de culpa tardó más en desaparecer "y el miedo lo perdí el primer día".

Al agresor no lo ha vuelto a ver. "Ni ganas", dice. Ya lo verá en el juicio.