La vida le había dado otra oportunidad. Iván Castro Verdejo estaba en la veintena cuando le diagnosticaron una leucemia. Su cuerpo rechazó el primer transplante de médula, estuvo en dos ocasiones en estado crítico. Pero la enfermedad no pudo con él. "Tenía ganas de vivir, tiraba para delante con todo", afirmó Jesús Bango. Es el gerente de Bango Racing Cars, conoció a Castro Verdejo cuando lo contrató hace unos años. Primero fue su jefe, luego su amigo. Respondió al teléfono con la voz temblorosa: "No sé qué decir, estoy en shock, pero te aseguro que hay personas de mi familia a las que no quiero tanto como quiero a este hombre".

A Jesús Bango le cuesta nombrar en pasado a Iván Castro. Lo mismo que a todos los amigos con los que ayer habló LA NUEVA ESPAÑA. La imagen que tiene Bango del joven es "la de un chaval humilde, tranquilo, que nos trajo el curriculum al taller en una selección de personal". Acababa de terminar un curso de soldadura en Duro Felguera. No tenía casi experiencia, pero ganó a todos por su interés y su disposición. Dice Jesús Bango que "enseguida se entusiasmó por los coches. Incluso compró un kart". Lo tenía para "rodar" los fines de semana, pero no competía "en serio".

La relación con el resto de trabajadores, con todos en Bango Racing Cars, era "excepcional": "Daba la sangre por cualquiera, era extraordinario". El diagnóstico de leucemia fue un "palo" para todos. Según Jesús Bango, "al principio se hundió, como nos pasaría a cualquiera, pero luego empezó a pelear a muerte". Le jubilaron por enfermedad, pero él seguía yendo al taller siempre que podía, no abandonó nunca su pasión por los coches. De esa pasión le conocía también Sasi Pardeiro, fundador y presidente de Langreo Motor Club. Al langreano también le costaba ayer encontrar las palabras: "Era un chaval tan sano, bueno... No entendemos qué está pasando", señaló.

Su novia acudió el jueves al lugar del crimen sin poder contener el llanto. La familia, según los allegados, está "destrozada". Era un núcleo pequeño: él, su madre y su hermano. De hecho, Iván Castro Verdejo era en realidad Iván Lapa Castro. Pero dejó de usar el apellido paterno. Tenía un buen grupo de amigos, que fue reuniendo a lo largo de su vida. Le echarán de menos en el gimnasio Félix Shotokan, donde entrenaba desde muy joven. Tras su enfermedad, explicó un compañero de entrenamiento, acudía a veces para muscularse: "Quería sentirse bien, disfrutar". Para aprovechar esa oportunidad que la vida le había dado.