Francisco Fernández Cibrián quiere jubilarse de lo que es, ganadero. De pequeño jugaba a hacer vacas con palos por las caleyas de Llames de Parres, el pueblo donde nació y donde se enamoró de su profesión, la misma que la de su padre y su abuelo.

Aunque ahora Francisco Fernández, que prefiere que le llamen Paco, prefiere decir que es un "superviviente", y si a alguno de sus hijos se le ocurriera tomar las riendas de su ganadería les diría bien claro que no. "Porque no creo en los milagros y la ganadería y el campo están muertos en Asturias", explica. A Paco le cuesta contar su historia sin emocionarse y se repite en voz alta "no, no voy a llorar".

En su cuadra tiene cuarenta y siete vacas, y cuando entra todas se relamen y le miran con los ojos lánguidos y acercan el hocico buscando una caricia de su cuidador. Y Paco, que las entiende y las quiere, les pasa la mano. Y se para delante de Lara, su ojito derecho y de Segunda, que igual que su nombre es la segunda más querida de su vaquería y las agarra por el cuello. Las abraza.

Paco es uno de esos ganaderos que quedan en esa Asturias rural que se niega a desaparecer aunque lo tenga todo en contra y que se empeñan en poder seguir viviendo de un sector herido de muerte. "Quiero jubilarme siendo ganadero porque esto es como una droga. Uno nunca deja de ser ganadero", dice.

La cuota láctea les obligó a invertir grandes cantidades de dinero e incluso a pedir un crédito para poder entregar más leche, "y algunos todavía la están pagando ahora". El precio de la leche es el mismo que hace treinta años, los análisis de tuberculina provocan que en muchas ocasiones se sacrifiquen las vacas para luego corroborar en los análisis definitivos que daban negativo, el precio de la carne es irrisorio y se señala a los ganaderos como los culpables, en muchas ocasiones, de los incendios provocados que arrasan el Principado. "¿Con este panorama, qué quieres que te diga?", se pregunta Paco, y en la cocina de su casa, donde huele a hierba ensilada porque en invierno las vacas están estabuladas y se alimentan de eso, se hace el silencio.

Paco y María Anita Barredo (Mari) se casaron hace treinta y dos años y tienen dos hijos. Cuando Inés le dijo que quería estudiar Marketing y Gestión Comercial y la carrera sólo la había en Madrid en una universidad privada, Paco y Mari tuvieron que echar cuentas. No se avecinaban buenos tiempos. "Cuando yo necesitaba dinero me llamaba mi padre y me decía, tú hija mía no te preocupes que ya te mando para ahí un xatín", cuenta Inés Fernández. "Pero luego resulta que por un ternero de frisona no te pagan ni cien euros. La carrera de la nena supuso en esta casa un desembolso de 84.000 euros, pero yo siempre dije que la mejor herencia que les podía dejar a mis hijos es la educación", afirma Paco Fernández. Pero en aquellos años el sector cayó en picado y en una visita de la Consejería a la ganadería de Paco varias vacas dieron positivo en tuberculina. En un camión camino al matadero salieron en el año 2015: Rama, Valentina, Lisa, Ilenia, Nora, Romina, Princesa, Gira y Palma. Se sacrificaron todas y el contranálisis verificó que ninguna de las vacas tenía tuberculosis. "Te pagan una miseria por la carne, pero tú ves a tus vacas salir camino del matadero y se te caen las lágrimas. No se tiene en cuenta el valor genético de los animales..." recuerda Paco. Ese año fue su hijo Ignacio, ebanista, el que les echó una mano a sus padres para que Inés pudiera seguir con su carrera. "Yo no sabía que en casa lo estaban pasando tan mal. Papá me decía, tú estudia que el dinero es cosa nuestra. Mi madre se puso a trabajar en la hostelería y aunque a mi nunca me faltó de nada me fui con la lección bien aprendida. De pequeña mis padres me daba cien pesetas para ir a comprar gominolas y sólo me dejaban gastar veinticinco. Y yo decía: ¿pero mamá por qué no me das 25 sólo entonces? Para que aprendas a administrar el dinero, respondía ella", recuerda Inés Fernández.

La joven sacó la carrera en cinco años y ahora trabaja desde Arriondas como responsable de Marketing de Welovroi, una empresa canaria. Si no fuera porque está casada, "me pasaría la vida viajando con el ordenador a cuestas. El teletrabajo es lo mejor, y las empresas deberían apostar por ello. Yo tardé más de un año y medio en conocer a mi jefe y fue porque vino a Oviedo de vacaciones y me acerqué a conocerlo. Los trabajadores somos más eficaces trabajando desde casa, estás más concentrado y te organizas tú tiempo". Sus padres siempre le habían dicho una máxima "puedes repetir un año, pero más no, porque es un sacrificio muy grande y no sabemos si podremos pagártelo". Inés no repitió ninguno.

Ahora ella ha abierto una campaña en Change. org bajo el nombre "Yo apoyo al campo", en homenaje a sus padres y al sacrificio que hicieron y hacen por seguir manteniendo vivo el sector ganadero en Asturias. Cuando Paco se jubile solo piensa en viajar con Mari, después de una vida sin domingos, ni festivos y con un diagnóstico doloroso para el sector: "Estamos en paliativos. Los gobiernos quieren mantener la Asturias rural, fijar población, pero miran para otro lado". Lo dice Paco, emocionado, rabiado, luchador, padre, marido y ganadero. Que supone que entonces venderá todas las vacas pero "no sé si podré". Los ojos de Lara quizá le frenen.