Dice Rafael Villar que a él, como a tanta gente, la crisis no sólo le llevó a cambiar de trabajo y de aires, sino incluso a sentirse responsable de su situación. "Cuando te quedas en paro, lo duro no es emprender a los 45 o a los 50, lo que sí resulta es más incomprensible. Llegas a una situación en que te preguntas si la culpa será tuya. En mi caso tuve claro que éste no era sino un nuevo comienzo y que iba a cambiar por completo mi vida", señala mientras prepara un café al calor de la cocina de carbón de su casa en Vallobal, un precioso pueblo del concejo de Piloña.

Tras trabajar buena parte de su vida como visitador médico y quedar al paro, hizo un curso de cocina y estuvo trabajando un tiempo en una cafetería. "Luego me llamó un amigo que tenía una empresa de cristalería y estuve trabajando con él varios años con diversas actividades. Al final me agoté, hice un curso de agricultura ecológica y opté por dejarlo porque aquello podía conmigo. Me vine a vivir al pueblo. Mi madre se echó las manos a la cabeza y me dijo que iba ser muy duro, vivir yo sólo aquí, que la soledad podría conmigo. Hará seis años de eso y no lo cambio por nada. Siempre me gustó el trabajo manual, el contacto con la gente, el reinventarte, disfrutar de lo que tienes, y yo, aquí, soy feliz. Es cierto que un par de veces por semana voy a Gijón, pero yo no cambio esto por nada. A mí todo esto me encanta", afirma.

Hizo varios cursos que le ayudaron tanto a incorporarse al mundo rural como a aprovechar los recursos que le ofrece. "La agricultura se me dio bien. Me probé a mi mismo si servía para ello y, mira por dónde, sí sirvo. Tenía cien plantas de tomate, cien de pimientos, vendí unas dos mil lechugas. El segundo año la producción iba a ser de ajos y verdinas. Sin embargo, hice un nuevo curso, en este caso de albañilería, y me encantó y empecé a darle vueltas a ser mi propio jefe y a tener mi empresa aquí. Sobre todo, cuando terminé, también en El Prial, un curso de carpintería con el que obtuve un certificado de grado dos en carpintería. Todo lo que aprendes en la vida es útil".

Y así nació su empresa, Telecristal. "Yo compro el cristal en Gijón, en la empresa en que trabajaba antes, y lo traslado y lo coloco yo allá donde me lo pidan; por eso no necesito tener un lugar físico para suministrar el cristal. Yo trabajo con todo tipo de cristales y tamaños. Voy, mido y o bien les llevo el cristal o si quieren se lo coloco yo. Llevo pocos meses, pero en Piloña ya me conocen. El otro día, me llamó un paisano que se le había roto el de la chimenea y estaban sin calefacción. Se lo llevé rápido y se lo coloqué sin problemas. Quedó el hombre muy contento. Con una buena conexión a internet trabajo estupendamente desde casa a través del ordenador. Vivir en pueblo ya no te limita para nada. Con las nuevas tecnologías puedes hacer mil cosas, y además vivir es más barato que en la ciudad", concluye.