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Abedulares Del Puerto Del Connio

El bosque al límite

El abedul, un árbol frugal y muy resistente al frío, que marca el horizonte superior del piso forestal, abunda en las montañas del Suroccidente

Abedular nevado en la ladera del pico del Connio, en la subida al puerto homónimo. J. M. FERNÁNDEZ DÍAZ-FORMENTÍ

El abedular es un bosque de extremos: marca el límite superior del piso forestal (el terreno apto para el desarrollo de masas arbóreas, con el clima como principal condicionante) en el dominio de los bosques caducifolios europeos (hay coníferas que conquistan altitudes más elevadas) y también delimita su frontera latitudinal hacia el Norte, en la tundra arbolada de las regiones subárticas. Sin embargo, no vive solo ahí: en Asturias, de hecho, participa en los diferentes tipos de bosques caducifolios, a diversas altitudes, incluso al nivel del mar; pero es en las situaciones límite donde se encuentra en su salsa, donde le otorgan ventaja sus bajas exigencias y su resistencia al frío y a las nevadas prolongadas.

Una especie pionera. El abedul celtibérico (tratado tradicionalmente como variedad del abedul pubescente) también es una especie pionera, de las primeras que colonizan las zonas deforestadas, en virtud de su frugalidad y de su preferencia por los suelos silíceos, ácidos, pobres (en muchos casos, arraiga en pedrizas y morrenas no consolidadas); una selección que vuelca su distribución regional en el Suroccidente, donde también tiene a su favor la reciente penetración del haya, que más al este lo ha desplazado de muchos lugares. Por eso es aquí donde se desarrollan los abedulares más extensos de la comunidad, y también algunos de los mayores de la cordillera Cantábrica y de la península Ibérica. Como los del puerto del Connio.

Este paraje, cuyo paso por carretera (conexión principal de Ibias con el resto de Asturias) lo cruza a 1.315 metros de altitud, se encuentra en el entorno de la Reserva natural Integral de Muniellos y, de hecho, forman un continuo (también hay destacados abedulares en el propio monte de Muniellos). La subida desde Posada de Rengos hacia el puerto proporciona una visión inmejorable del manto forestal de esta excepcional selva cantábrica de robles, con mezcla de otros árboles caducifolios, que culmina en un cinturón superior de abedulares.

Ahora, en invierno, los abedules exhiben su fortaleza, en estaciones que acumulan gruesas capas de nieve y en las cuales el frío y la ventisca son frecuentes e implacables. Con ellos, algunos serbales de cazadores, acebos y tejos, aún cargados de bayas rojas, maná para las criaturas del bosque, pocas en esta época: solo un tercio de las 40 especies de aves que acostumbran a vivir en los abedulares en temporada de cría se quedan en este período adverso, y además no llegan inmigrantes (buscan ambientes más acogedores y productivos). El ubicuo petirrojo europeo, el chochín, el carbonero garrapinos, los herrerillos común y capuchino, y el camachuelo común -salvo los dos primeros, todos agrupados en bandos en esta época- son los residentes más fieles, a los que se suma el verderón serrano, aunque éste solo se vincula al bosque de forma estacional, para anidar y en busca de refugio ante condiciones atmosféricas muy crudas.

El peso del pasado. Las adaptaciones del abedul a los ambientes fríos no son sino una reminiscencia de su origen: al igual que el pino silvestre, procede del norte de Europa y se extendió hacia el Sur y se difundió por la península Ibérica durante las fases más gélidas de las glaciaciones cuaternarias, cuando incluso cruzó al norte de África, donde aún persisten abedulares en refugios apropiados de la cordillera del Atlas. No obstante, la entrada del abedul en la península se produjo mucho antes, en un episodio frío del Plioceno Superior. A su vez, el cambio climático posglacial forzó su retirada, su repliegue hacia el Norte; se hizo fuerte en las montañas, sobre todo en la franja cántabro-pirenaica, su baluarte ibérico, y se infiltró en las nuevas formaciones forestales que fueron surgiendo.

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