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ROBERTO FERNÁNDEZ OSORIO | CRONISTA DE QUIRÓS. HISTORIADOR

Quirós, crónicas del frío

Llegaron a trabajar unos mil mineros en el concejo, tierra llena de chigres-tienda y de hombres que caminaban horas hacia los pozos

Roberto Fernández Osorio, en Santa Marina, junto a las viejas instalaciones del cargadero. MIKI LÓPEZ

- Cuénteme una historia.

-Ésta es una historia de minas. Son más de cien los mineros muertos en accidente laboral en el concejo, o quirosanos que se mataron en otras explotaciones asturianas. En julio de 1876 falleció en una mina cercana al pueblo de Santa Marina un hombre de 32 años, y probablemente se trate del primer minero muerto por una explosión de grisú documentada. Se llamaba Matías Arias, vivía en El Regustíu y tenía tres hijos. Es un drama familiar increíble porque en febrero del año siguiente muere su mujer en el parto de un bebé, que tampoco sobrevivió. Por las fechas que barajamos puede que Matías muriera sin saber que su esposa estaba embarazada. A uno de los hijos del matrimonio lo mandan bajar a Bárzana, él solo, para dar cuenta en el Juzgado de que se había quedado huérfano.

Las últimas explotaciones mineras de Quirós se fueron con la llegada del siglo XXI, pero la tradición industrial del carbón se aleja en el tiempo hasta mediados del XIX. Roberto Fernández Osorio, cronista del municipio desde 2013, guía hasta un paisaje dormido en el que hay que poner imaginación para poblarlo de gente, ruidos, esfuerzos y sueños.

"Aquí, en Santa Marina, funcionó un complejo de lavaderos, un cargadero de carbón y hornos de coque de donde partía el tren minero a Trubia. El ferrocarril era propiedad de la Fábrica de Mieres, que dejaba a otras empresas añadir vagones y locomotoras".

Una placa recuerda los inicios de este enclave hullero, cuando la Compañía de Minas y Fundiciones de Santander y Quirós creó en 1884 el cargadero de carbón. La bocamina que se abre a pocos metros del lugar está teñida de tragedia. "En 1973 murieron en este lugar seis trabajadores por una explosión de gas. Tenemos la obligación moral de recordar el que fue el accidente minero más letal en la historia quirosana".

En Santa Marina, el entronque de los ríos Ricao y Lindes, dos de los abuelos de Roberto Osorio tenían un chigre-tienda. Un cruce de caminos convertido en poblado a pie de industria, al que todas las mañanas llegaban a pie cientos de mineros para ganarse el jornal. "Desde Bermiego llegaban algunos tras horas de caminata, a veces entre la nieve. Otros salían de Ricao hacia las minas de Cienfuegos, aprovechando el rastro de compañeros que iban por delante. Hay muchas historias de lobos que acosaban a los caminantes. Entre la nieve, con boina y sin ropa de abrigo. En las minas no había cuartos de aseo, me contaba mi abuelo Manolo, y había que dejar la ropa en la bocamina. Con el frío y la humedad los pantalones quedaban tan rígidos que se sostenían solos sobre el suelo". Años de posguerra, con nóminas mensuales que daban para sobrevivir. "Recuerdo una historia que escuché en mi familia. La de un minero que cuando llegaba la hora de la comida tenía la costumbre de alejarse del grupo, hasta que sus compañeros se dieron cuenta de que el bocadillo envuelto en papel de periódico no era tal bocadillo, sino un trozo de madera, para disimular".

En Quirós llegaron a trabajar más de mil mineros. Queda sólo el recuerdo y alguna cicatriz, monte arriba, del estropicio de la minería a cielo abierto. En Santa Marina había ocho bares-tienda "y yo recuerdo tener 7 u 8 años y despachar en la tienda de mi abuela Solina en Ricao. Casi nadie pagaba en metálico, todo se apuntaba en la libreta y la gente pagaba cuando podía. Se vendía de todo, desde una herradura a La Casera de naranja; chicles, conservas, clavos y madreñas".

El ferrocarril partía de allí mismo, junto al río y el cargadero. En Torales, donde hoy se asienta el hermoso Museo Etnográfico, no lo suficientemente conocido, funcionaban los altos hornos que se proveían de las cercanas minas de hierro. "Los mineros se pasaron años yendo y viniendo en un tren que no tenía luz. Unos 30 kilómetros hasta Trubia a oscuras". El aluvión de familias a fines del XIX obligó a abrir hórreos, pajares y corredores para pernoctar, y a instalar en Bárzana un cuartel de la Guardia Civil.

Roberto Osorio (1971) recuerda la fascinación que le suscitó un regalo especial. "Mi tía Maxi vino un día y me puso entre las manos un libro titulado "La casa de Quirós", editado en 1958. Ahí me enteré de lo mucho que había contado y de lo mucho que quedaba por contar. Y en eso estoy". Más de mil colaboraciones periodísticas suyas están publicadas en LA NUEVA ESPAÑA.

Por la carretera AS-230 desde Pola de Lena, el concejo de Quirós (209 kilómetros cuadrados) da la bienvenida en el alto de la Cobertoria, uno de esos paisajes desde donde se tiene la impresión de echar una ojeada al mundo. Curvas más abajo permiten divisar la estación del Gamoniteiru, corazón del Aramo coronado por las antenas que transmitieron la señal de televisión a Asturias desde principios de los sesenta. "Allí se quedaba un retén permanente, con una cocinera que hacía la comida a los técnicos. Cuando nevaba aquello quedaba aislado".

Bárzana es hoy un lugar tranquilo, con una residencia de ancianos que se ha convertido en el mayor motor de empleo de concejo. "Es importante que los mayores puedan seguir viviendo en su entorno", en esta tierra montañosa y pendiente, vecina de las Ubiñas y cuna de santos. San Melchor nació en Cortes y tras el impulso generado por su canonización en 1988 en Roma, poco partido le saca Quirós a su mártir.

Roberto Osorio indaga en la memoria de los mayores, que en algunos casos se fue al limbo "por esa tendencia que tenemos al ya se lo preguntaré otro día. Y a veces ese otro día no llega". Los mayores le contaron que en los montes del municipio había -y quizás hay- linces boreales que algunos cazaron y comieron; que los lingotes de hierro se bajaban a Trubia a bordo de caravanas de carros que dejaban dos jornadas en el camino; que en el río Quirós, hijo de la unión del Ricao y el Lindes, se pescaban anguilas a mano, antes de la construcción del embalse de Valdemurio.

El concejo vive en buena parte de sus cinco mil cabezas de ganado, "pero la gente joven se cansa y los lobos se comen hasta a los perros". Osorio conoció Ricao, el pueblo donde vive y donde su familia tiene una fábrica de embutidos, con muchos vecinos (llegó a tener 500 en los años veinte) "y, entre ellos, un grupo de casi cincuenta críos que disfrutábamos en verano de la libertad del monte y la naturaleza".

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