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Mariano no quiere ser el último

El único habitante de Biamón, en Ponga, se resiste a ver morir su pueblo, donde la nieve tiró el único hórreo beyusco que quedaba en pie

Así es la vida del último vecino de Biamón , en Ponga

Así es la vida del último vecino de Biamón , en Ponga

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Así es la vida del último vecino de Biamón , en Ponga Biamón (Ponga), Ana Paz PAREDES

Desde hace ya unos cuantos años Mariano Hortal Rivero es el único habitante del pueblo beyusco de Biamón, en Ponga. Salvo contadas excepciones en que va a Gijón, el resto de su vida transcurre en esta aldea que, en su día, albergó familias de hasta diez hijos y que, desde hace tiempo, languidece en medio de un paisaje tan duro como sobrecogedoramente bello. Muros caídos, piedras que fueron casas, caleyas tomadas por los restos de un naufragio rural que, tristemente, se repite en otros tantos lugares de Asturias dibujan el presente de un lugar que, aun en su declive, nos hace imaginarlo en su día como una hermosa aldea de montaña donde vivir era un esfuerzo continuo y ejemplar.

"Regresé por motivos de salud y me quedé, pero también volví para conservar lo que mis antepasados me dejaron. Este pueblo el mayor daño que ha recibido ha sido humano. Cuando vivían mis padres, que fueron los últimos de aquí, estaban todas las casas cerradas y al poco de irse algunas aparecieron abiertas. Mientras yo pueda, aquí seguiré. Siempre tengo algo que hacer: segar los praos, atender les cabritines, ir arreglando poco a poco mi casa. Jamás pienso que me pueda pasar algo porque lo que tenga que ser será aquí o fuera de aquí. No se puede pensar en fatalidades".

Mariano Hortal es un hombre enamorado de Biamón. Se nota en cómo lo mira, con un gesto a medio camino entre la resignación y la rebeldía, en su decisión férrea de luchar por lo que es suyo y el pueblo en el que nació. Pensar que, tras él, Biamón muera definitivamente le entristece y al tiempo le encrespa. "La Administración, en vez de facilitar que no se mueran los pueblos, lo que hace es mirar para otro lado y ahí te quedas, búscate la vida como puedas. Debería dar facilidades para que la gente pudiera acceder a sus propiedades. Se puede decir mucho para defender que el pueblo no se quede abandonado, pero, sin una intención real, las palabras se las lleva el viento", afirma junto a lo que queda del último hórreo beyusco que estaba en pie en su pueblo y que se vino abajo tras una gran nevada el año pasado. Y a renglón seguido añade: "A las familias que son herederas de todo esto les pediría que se uniesen para darle vida al pueblo, que está cayéndose a pedazos".

Y aun diciendo esto Mariano Hortal no se da por vencido y así lo comenta, en ocasiones, con los montañeros y senderistas que acceden hasta Biamón siguiendo la senda del Cartero y con quienes gusta charlar. Hortal se niega a que una joya etnográfica como es esta aldea termine tomada completamente por la naturaleza para morir tragada por un bosque y un matorral que avanza, inexorablemente, año tras año.

"Yo aquí no me siento solo. Estoy donde quiero estar. Eso sí, no me gustaría que la gente pensara en mí como el último vecino de Biamón. Eso me entristece. Yo sigo esperando que se haga algo para evitarlo. Igual para vivir del pueblo, no, pero para los jubilados como yo, que les gusta la naturaleza, es un sitio idílico. O igual para abrir un albergue de montaña, no sé. Lo cierto es que para mí no hay nada como levantarme cada mañana, ver este paisaje increíble y decirme: '¡Qué bien, Mariano, todavía sigues aquí, en Biamón!' ".

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