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FLORENCIO FRIERA SUÁREZ | CRONISTA DE SARIEGO. PROFESOR JUBILADO DE HISTORIA

Sariego, el valle sin fin

Acompañaba a mi madre a lavar al río y allí, en la presa de San Miguel, estaba Oliva, una muyer con sayes que contaba historias fascinantes

Florencio Friera, junto a la iglesia de Santiago. LUISMA MURIAS

"Mi madre era una lectora empedernida. La mía era una familia típica de casería asturiana: vaques, cuchu, gallines... y, eso sí, no faltaban libros. Mi madre apenas salió de Sariego, pero sabía la tira. Yo tuve la suerte de poder estudiar. Iba para cura porque en aquellos tiempos había frailes que buscaban guajes por los pueblos, llegaron unos a preguntar al sacerdote, y yo estudiaba bien y además ejercía de monaguillo. Me escogieron. Y para un colegio en Valladolid, la Pequeña Obra del Sagrado Corazón".

Florencio Friera Suárez (1945), cronista oficial del concejo de Sariego, estuvo en un tris de alejarse de su tierra natal, de la que se siente felizmente "obsesionado". Aquella orden religiosa que le fichó siendo un chavalín era de origen francés, Misioneros del Sagrado Corazón.

"En Valladolid encontré un colegio impensado, con campos de fútbol y balones de verdad. Todos los sábados, cine. Y una biblioteca estupenda. Allí me pasé cinco años, pero cuando me fui para el noviciado en Canet de Mar, aquello ya era distinto. Un régimen muy duro que incluía disciplinas. Nos mandaban flagelarnos, cada uno en su celda. Yo al principio daba leña, pero a la pared. Para que sonara. Acabé dejándolo porque aquello no era lo mío".

Frente al bien conservado pórtico de la iglesia de Santa María de Narzana, una joya del Románico rural, Friera reflexiona en torno a aquella experiencia de adolescencia. "Me separó algunos años de Sariego, pero a la vez me unió más al lugar donde nací", y al que regresó con intención de no perderlo de vista nunca más.

La primavera aún no ha espesado los árboles que rodean la iglesia y es posible contemplar la vega que se extiende a los pies del templo, regada por el río Nora (el Ñora para los sareganos). "Hace tiempo todos estos praos eran huertas" y ese cambio de paisaje explica la profunda transformación social del campo astur.

Santa María de Narzana fue levantada a finales del siglo XII, adscrita al monasterio de las Pelayas, que tenían muchas posesiones. En el suelo del pórtico hay ahora una pieza que encierra una historia personal. "Yo escribí una vez que esto era un pilón; tenía toda la pinta. El cronista oficial de Asturias, Joaquín Manzanares, me llamó y me dijo: 'Friera, yo tengo dudas. ¿Podemos ir a verla?'. 'Claro que sí, don Joaquín, encantado'. Y Manzanares estaba tan seguro de que yo estaba equivocado que empezó a dar martillazos en el centro de la pila hasta que efectivamente surgió el agujero. El agujero de una pila bautismal".

Florencio "Floro" Friera se recuerda de niño "acompañando a mi madre a lavar al río. Bueno, lavaba ella, porque en la presa de San Miguel yo iba en busca de Oliva, una muyer con sayes que contaba unas historias guapas que a mí me tenían fascinado".

Una de esas historias tiene que ver con La Llomba, uno de los montes que se alzan sobre la vega. "La gente de Caso tenía privilegio desde la Edad Media para que su ganado pasara el invierno por estos pastos. Y todavía hay personas que se acuerdan de ver a los casinos por estas tierras".

No es casualidad que la capital del concejo se llame Vega de Sariego. Desde la carretera que sube al Alto la Campa las llanuras verdes salpicadas de pequeñas casas son un espectáculo. No hay valle como éste, proclaman los sareganos. Un valle que ocupa buena parte de los 25 escuetos kilómetros cuadrados de Sariego, municipio fronterizo con Gijón, Villaviciosa, Nava, Cabranes y Siero. Muy al fondo, las crestas del Aramo. Más cerca, el picu Fario, cerca de la Peña de los Cuatro Jueces y Peña Careses, que marca el antiguo camino a Gijón.

"Nací en Vega-La Piñera, en una familia de seis hermanos y me tocaron tiempos en los que los chavales jugábamos a les chapes en la misma carretera general. Por la mañana pasaba el camión de la empresa Arias a por la leche. Y a media tarde el Alsa camino de Villaviciosa. Y poco más".

Tres parroquias (Santiago, Narzana y San Román) y un puñado de pueblos soleados. A vista de satétile, la autopista cruza el valle y hunde sus raíces de asfalto en el túnel de La Llomboa/Fabares, pero el tráfico es apenas un rumor que en época de cría los pájaros se encargan de esconder.

Iglesia de Santiago. Florencio Friera llama la atención sobre las columnas hexagonales de uno de los laterales del templo, como las de Valdediós. Rehabilitada hace años, el cronista sabe, pero no pregona, que en ello tuvo mucho que ver su particular iniciativa. "Aquí hay gente maravillosa dispuesta siempre a trabajar en común a cambio de nada. O mejor, a cambio de que Sariego suene", explica quien fue maestro por corto tiempo en La Rebollá, La Figarona (Noreña) y Ventanielles, y durante 33 años profesor de Instituto en Arriondas, Noreña, Sama y Oviedo. "Daba clases también en la antigua Escuela de Magisterio y fui feliz enseñando a los que iban a tener la responsabilidad de enseñar". Allí conoció, entre otros, a Jesús Neira, un gigante intelectual que con el tiempo y por esos guiños del destino acabó convirtiéndose en su consuegro. Doble lujo.

Última parada, en la pequeña iglesia de San Román, junto al cementerio que fue escenario de una masacre en la guerra. Friera escribió un libro sobre los acontecimientos bélicos en Sariego. "La gente, incluida mi familia, contaba cosas, pero de forma general. Mi madre, cuando yo le pedía detalles, me decía: 'Y a ti qué te importa'. Conté los hechos como historiador que soy, tuve dudas sobre si sería bueno editar el trabajo, y alguien me dijo que no sólo era bueno sino que era mi obligación moral hacerlo".

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