Era un 18 de marzo de hace 50 años cuando varios amigos decidieron coger sus cuerdas y sus linternas y adentrarse en una cueva que habían visto en las inmediaciones de Ribadesella. Eran unos chavales, pero la montaña les llamaba.

Hicieron aquel día una primera bajada y percibieron que aquel hueco desconocido podía esconder algo grande, muy grande. Por eso volvieron a marcarse otra cita para terminar su expedición y concluirla el Jueves Santo, el 11 de abril de 1968, el día en que aquellos diez colegas descubrieron las cuevas de Tito Bustillo, una de las cavidades de arte rupestre más importantes de Europa. Y una noticia que este periódico dio en exclusiva cuando Ruperto Álvarez llamó a LA NUEVA ESPAÑA por consejo de su padre para anunciar el hallazgo. El fotógrafo José Vélez y el redactor Manuel Avello se plantaron de inmediato en la cavidad. Estaban ante una exclusiva muy grande. "Al día siguiente de salir en el periódico ya estaban aquí los medios nacionales e internacionales. Fue un descubrimiento que cambió la historia", explica Ruperto Álvarez, mientras mira de reojo el hueco que da acceso a la cueva y con la misma ilusión en los ojos que un niño mira el primer helado del verano. Ayer, cincuenta años después de aquel hallazgo y ya con más de 70 años, dos de los descubridores de la cueva volvieron a bajar por el túnel que lleva hasta las paredes donde se puede admirar uno de los conjuntos de arte rupestre más completos de la cornisa cantábrica. Ruperto Álvarez y Amparo Izquierdo volvieron a enfundarse sus trajes, sus cascos y sus linternas y descendieron a la cueva con la misma maestría y soltura que un pez nada en el río. De algo sirvió el entrenamiento que Amparo Izquierdo lleva haciendo en su casa de Villaviciosa desde hace dos meses para fortalecer las piernas. Catorce mil escalones. Quién diría que hace años que dejó las expediciones. Nadie. "Conseguir hacer esto nuevamente con 71 años es algo que me hace sentirme orgullosa. Hoy es un día de subidón. Cuando bajamos la primera vez éramos unos chavales, pero ahora uno hace balance y se da cuenta del enorme valor que tuvo el hallazgo. Es maravilloso poder volver aquí cinco décadas después", asegura emocionada.

Ruperto Álvarez tiene los ojos llorosos, igual que la humedad que gotea en las galerías de Tito Bustillo. Quizás además de la emoción de aquel día venga también a la mente el recuerdo de su compañero fallecido, Tito Bustillo, que perdía la vida once días después del hallazgo en un accidente de montaña. La montaña te da y te quita. "Ahora ya no había factor sorpresa, pero con los años las cosas se sienten más profundamente, de otra manera", asegura Álvarez, que añade con gracia que todavía podría haber bajado incluso mejor si hubiera entrenado un poco. No lo necesita. "Bueno, dicen que el que tuvo retuvo", remata discretamente, pero el mérito está más que demostrado.

Varios integrantes del grupo de montaña Torreblanca acompañaron a los descubridores en el descenso, en una jornada en la que las emociones volvieron a ser actualidad. Desde la boca de la cueva y con dos muletas a cuyo uso le obliga su cadera, otro de los descubridores, Jesús Fernández Malvárez, explica cómo fue aquel día de hace cincuenta años. "Estábamos abajo ya cuando Adolfo Inda se tuvo que retirar porque tenía una necesidad fisiológica. Como había mujeres se apartó bastante y de pronto empezó a gritar ¡hay pinturas, hay pinturas! Pensamos que era una broma, pero fuimos pasando de uno en uno y era cierto. Ahí estaba la cabeza de caballo".

Dice Fernández Malvárez que de vez en cuando los chiquillos de Ribadesella le reconocen por las fotos que hay expuestas en la cueva y a veces hasta le piden autógrafos. "Parece ser que a los críos les impresiona y para nosotros es una sensación muy guapa", asegura sonriente, apoyado en sus muletas, mirando hacia abajo viendo descender a sus compañeros y pensando que ojalá sus prótesis le hubieran dejado ayer volver a sentir aquellas mismas emociones. "¡Una pena!".