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El inventor asturiano que se enfrentó a la niebla

El gijonés Marcos Martín idea un sistema que es finalista de un concurso del Ministerio de Fomento para "espantar" la bruma en Mondoñedo

Marcos Martín, en Gijón, mostrando un esquema de su sistema de ayuda antiniebla. RAMÓN DÍAZ

Marcos Martín Valiño es un "cabeza inquieta". Buscar soluciones a los problemas es su afición. Le gusta pensar, inventar. Hace seis años, viajando en coche hacia Oviedo, este gijonés de 45 años vio cómo la niebla no le dejaba ver más allá de unos palmos y se preguntó cómo sortear la niebla, o al menos saber si hay vehículos delante? Y su mente empezó a bullir. Casualmente, poco después se enteró de que el Ministerio de Fomento convocaba un concurso para "espantar" la niebla que ha obligado a cerrar decenas de veces en los últimos años la Transcantábrica (A-8) en las inmediaciones de Mondoñedo (Lugo). Y se puso manos a la obra. Inventó un sistema lo ha convertido en uno de los 26 finalistas del concurso. Compite, principalmente, contra grandes empresas especializadas. David contra Goliat.

Da por perdido el concurso, porque no ha conseguido ayuda ni para fabricar su invento, ni para instalarlo. El primer gran problema que halló fue el trato con la Administración. Cero ayudas e infinitas trabas. "Primero, tienes que tener a alguien que sepa trabajar con ella. Es totalmente silenciosa, tienes que buscarte la vida, no te va a ayudar en nada", señala el gijonés, que fue invitado por Fomento en 2016 a mostrar su ingenio en La Coruña. Fue, se explicó y gustó su propuesta, pero se hacía necesario encontrar un fabricante. Misión imposible.

Preparó un dosier y buscó por toda España una empresa que fabricara su invento. Todo fueron noes. La mayoría alegó falta de dinero. Presentó su sistema en la Feria de Tráfico y tuvo éxito, pero no hubo más que buenas palabras. "Y aquí estamos, sin medios para hacerlo", destaca. Y eso que ahora, cuando Fomento ya ha anunciado 7,26 millones para el asunto, la cosa ha cambiado. "Ahora que ya hay perras me llaman. Pero ya es tarde", se lamenta. "La gente particular no tuvo opción de entrar a concurso, sólo las empresas grandes disponen de medios para hacerlo", señala Marcos Martín, que estudió BUP y la rama de Electricidad en FP. Sabe que no tiene tiempo ya para "espantar" la calima en Mondoñedo, pero sigue adelante, porque su sistema podría instalarse "en cualquier carretera del mundo", y puede ayudar a "salvar vidas".

El invento le ha robado muchas horas. Ha ido mejorándolo y ha conseguido que las balizas se autorregulen. Su sistema es, además, abierto, en el sentido de que los sensores pueden ser ópticos, inductivos, volumétricos, sónicos... y de que la alimentación puede ser por la red eléctrica, baterías solares... Toda la tecnología es analógica, salvo el sensor, cuya electrónica es "muy simple", lo que evita problemas de mantenimiento. Más ventajas: puede regularse la distancia óptima entre vehículos, se implementa en las carreteras fácilmente y no supone peligro alguno para los motoristas. Y encima es "muy barato".

Lo ha llamado sistema ARAN (avisador de riesgo de alcance en niebla) y se basa en balizas luminosas con sensores de paso colocadas en los laterales de la carretera, que indican al conductor, mediante un código de señales luminosas, la distancia que con el vehículo que lo precede, para que pueda ajustar la velocidad y evitar una colisión por alcance. Resumiendo: cuando un coche pasa junto a una baliza, la activa y se enciende una luz roja. Cuando pasa el vehículo siguiente, si la baliza está aún roja, el anterior está cerca, existe riesgo de colisión y debe reducirse la velocidad; si está ámbar todavía hay cierto riesgo y debe circularse con precaución; si está verde, la distancia es suficiente y no hay peligro.

Marcos Martín decidió patentar su invento. Otra aventura. "Llamas por teléfono y te leen lo que trae la web. Una web supercomplicada. Tienes que rellenar un formulario de una forma tan exacta que te lo echan atrás por todo", rememora. Consiguió la patente finalmente, pero después de un millón de vueltas y de otros tantos cabreos. Tardó dos años en conseguirlo. Le costó 2.000 euros. "Muy complicado", indica.

Tiene patente para diez años y ha decidido "seguir peleando" para sacar adelante su invento. Vistas las enormes dificultades que ha encontrado se pregunta cuántos ingenios de particulares se habrán quedado por el camino. Ha echado de menos que la Administración le ayudara a desarrollar un prototipo, al contrario de lo que ocurre en otros países. "Cualquier cosa de la que el Estado se pueda beneficiar debería tener algún tipo de ayuda", indica. Lejos de eso, ha vivido decepción tras decepción: "Se te quita la ilusión al ver que continuamente te ponen palos en las ruedas", señala.

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