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Un ejemplo de la toxicidad del tejo: el caso de dos niños en el Occidente en 1998

Doctores del Hospital de Cangas del Narcea relataron el grave trastorno sufrido por dos hermanos sólo por jugar con maderas apoyadas en el árbol

La iglesia y el texu de Bermiego, en Quirós. MIKI LÓPEZ

La intoxicación por el tejo, como la que causó la muerte de la estudiante letona Megija Bogdanovica, conocida como Maggie, en la localidad de Eros (Quirós), es muy rara, pero la bibliografía médica asturiana ha identificado algunos casos en los que queda de manifiesto su altísima toxicidad. Es tal que en las zonas europeas en las que esta especie vegetal es común existe la creencia popular de que sólo dormir al cobijo de este árbol puede llevar a la locura o la muerte.

En 1998, un equipo de pediatras del hospital de Cangas del Narcea, se enfrentó al caso de dos niños, hermanos, que presentaban un cuadro clínico de gran agitación y alucinaciones. Los doctores comprobaron que podían haber sufrido una intoxicación por tejo, únicamente por haberlo manipulado. El relato, digno de una indagación policial, fue publicado en la revista de la Asociación Española de Pediatría como muestra de un hecho insólito. El trabajo está firmado, entre otros doctores, por la hoy jefa de pediatría del Hospital San Agustín, Isolina Riaño Galán, y en él se reseña la rareza de la intoxicación y la elevada toxicidad de este árbol.

Todo comenzó cuando ingresó en Urgencias un niño de 7 años que presentaba extraños síntomas. Estaba muy agitado y sufría intensas alucinaciones visuales desde hacía horas. Además, padecía midriasis bilateral; es decir, tenía las pupilas altamente dilatadas.

Las únicas causas que los familiares podían relatar para explicar su estado es que había ingerido un jarabe antitusivo por primera vez y que dos días antes había sufrido un leve golpe en la cabeza en la piscina. El niño negó, a preguntas de los doctores, haber tomado alguna seta, baya o hierba.

Cuando entró en el hospital estaba consciente, colaboraba con los doctores pero decía "ver cosas extrañas". Sus pupilas apenas reaccionaban a la luz. Los doctores realizaron análisis de sangre, exploraron el fondo de ojo y efectuaron una radiografía del cráneo. Todo era normal. Según relataron en su estudio, "el niño se mantuvo agitado y sin dormir unas 36 horas, manifestando en algunos momentos alucinaciones visuales que después desaparecieron". La extrañeza aumentó cuando seis horas después acudió también a Urgencias su hermana, de 3 años, con síntomas similares y sin que tuviese antecedentes de ingesta del antitusivo ni golpe alguno.

Los doctores realizaron un minucioso análisis químico para descartar la presencia de escopolamina (el principio activo de la burundanga) o sustancias similares como la fenotiacina (que se emplea en antipsicóticos), dextropropoxifeno (un analgésico con propiedades similares a los opiáceos), antidepresivos tricíclicos (que se emplean en trastornos bipolares), anfetaminas, barbitúricos o, incluso, cannabis. Ni rastro en sangre ni orina.

Sólo un exhaustivo interrogatorio dio la clave para resolver el misterio. Dos días antes de que se presentaras los síntomas, los hermanos estuvieron jugando con un tejo de apenas medio metro de altura. Con el objetivo de retener la humedad, según el informe médico, "estaban colocadas unas cortezas de pino altamente absorbentes alrededor del tronco del tejo". "Los niños jugaron y manipularon dichas cortezas, y luego comieron fruta sin lavarse las manos", comprobaron los médicos. La discusión clínica de los casos relata la alta toxicidad de este árbol, conocido como "árbol de la muerte" y presente en cementerios de muchos países. Además, refieren que entre los pueblos galaicos, astures y cántabros "estuvo muy extendida la práctica del suicidio con veneno de tejo".

La toxina, un alcaloide que se encuentra en todas las partes del tejo salvo en su fruto, tiene propiedades alucinógenas. Del árbol mana un jugo que termina almacenándose en un barrillo a sus pies, de olor ácido y color violáceo. "Se trata del agua que, retenida en el tronco sale con materia disuelta y savia, que los antiguos astures utilizaban como alucinógeno para las danzas rituales", señalan los médicos. Los doctores que atendieron a los niños concluyeron que probablemente ese jugo "impregnó las cortezas de pino que manipularon los niños, siendo la causa del cuadro clínico que presentaron".

Un estudio publicado en 1992 en la revista "Forensic Science International" señalaba que en tres décadas atrás hacia esa fecha sólo se habían referido en la literatura médica mundial seis casos de muerte por envenenamiento con tejo y aportaba otros cinco., la mayor parte jóvenes que se suicidaron.

En agosto de 2013, dos doctores rumanos firmaron un estudio con el caso de un varón de 42 años que había ingerido tejo con intención de quitarse la vida. Aunque fue llevado al hospital apenas dos horas después de haber ingerido las hojas, falleció después de doce horas sin que los doctores pudieran hacer nada para salvar su vida tras sufrir un fallo múltiple con arritmias cardiacas, inestabilidad hemodinámica, insuficiencia respiratoria, disfunción hepática y renal y entrar en coma. No obstante, el tejo también hace honor a sus dos caras: árbol de la vida y de la muerte. El taxol, un alcaloide extraído del árbol, se emplea para tratar el cáncer de mama y ovario.

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