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El Día Internacional de la Familia

Geli cumplió su promesa y dejó el trabajo por su marido con alzhéimer: "Le quiero más que nunca"

El desgarrador caso de María de los Ángeles Álvarez, una de las 800 asturianas que dejaron su vida laboral para ser cuidadoras

Geli Álvarez acaricia con ternura a su marido, Urbano Fernández. MARA VILLAMUZA

María de los Ángeles Álvarez (Geli) es una mujer de sol. Se lo dijo a su marido, Urbano Fernández, cuando a él, que siempre se dedicó a los montajes de estructuras metálicas, se le ocurrió comprar una finca en Villaviciosa. Quería respirar aire los fines de semana y alejarse un poco de Gijón, donde vivían juntos desde que se casaron. Ella tenía 20 años, él 21. "Le dije que yo la huerta no la tocaba, pero que quería estar con él y que me daba igual que fuese tomando un culín de sidra en Gijón o en el prado tomando el sol". Y Geli nunca faltó a su promesa. Jamás tocó la huerta.

Ella es una mujer de palabra, y una de esas asturianas que engrosan la lista de las cuidadoras que han tenido que dejar su trabajo para cuidar de una persona dependiente. Esa persona es Urbano, su marido. "Le sigo queriendo igual que el primer día, o más", dice María de los Ángeles, que no le suelta la mano a su pareja ni un minuto. Y le acaricia la barbilla y le susurra: "¡Claro que sí, mi amor!", cuando Urbano toma la palabra para decir que sin Geli no estaría vivo. Y al minuto, él ya no lo recuerda, pero luego vuelve a quererla otra vez.

Ochocientas mujeres han dejado su empleo en el Principado para cuidar a familiares dependientes durante 2017. Geli lo hizo hace once años, cuando su marido empezó a hacer "cosas muy extrañas". Eran los primeros rasguños del alzhéimer, una enfermedad degenerativa y sin cura que se traga los recuerdos como un desagüe, que cambia el carácter de quien la sufre y que es la forma más común de demencia. Un alzhéimer que en el caso de Urbano Fernández tardó cuatro años en diagnosticarse, años durísimos en los que Geli pensó en separarse y pasó de ser el gran amor de Urbano a "una basura".

Cuando Urbano empezó a desnudarse en casa y a asomarse por el balcón y a acumular todo tipo de basura acababa de cumplir 50 años. No había manera de comprender aquel comportamiento. Algunos accidentes laborales por falta de atención hacían pensar que algo no iba bien del todo. Entonces empezó el periplo por los médicos y los psicólogos de terapia familiar. "Me decían que muchos hombres, al igual que pasa con las mujeres, sufren una crisis a los 50 años. Pero esa etapa fue durísima. Mi marido, que siempre había sido una persona maravillosa, empezó a tratarme mal".

El diagnóstico

Una mañana Urbano Fernández llegó cargado de la playa con una enorme cantidad de cosas inservibles: cuerdas, plásticos, cartones. "Le pregunté que adónde iba con aquella basura y me respondió que la única basura que había allí era yo", explica Geli. "Papá, pero como dices eso", le dijo uno de sus dos hijos. Días más tarde en el bolso de una camisa de su marido Geli encontró una carta de suicidio. Urbano se despedía de todos excepto de ella. "Aquel día me mató, sentí un dolor inmenso y decidí que bastaba ya. Me planté en el Hospital de Jove y pedí que por favor lo ingresaran. Aquél no era mi marido", relata María de los Ángeles, que ya había decidido hacía algún tiempo dejar de trabajar porque veía que Urbano la necesitaba por mucho que él le dijese la frase más dura: "Eres basura".

"Le empezaron a hacer pruebas y pruebas y todo salía bien; finalmente lo derivaron a medicina nuclear y allí llegó el diagnóstico. Tenía 54 años, llevábamos cuatro años de auténtico sufrimiento. La neuróloga me explicó que habría sido mejor una esquizofrenia, porque entonces te dan una medicación y puedes hacer vida normal".

- ¿Y cómo se quedó usted con aquel diagnóstico, Geli?

-Como un "guiñapu".

Y aquel "guiñapu" se vino abajo, claro que sí, pero luego tomó fuerzas y pensó: "¿Y si no estoy yo, quién va a estar?". Geli echó sus primeras lágrimas en ADAFA (Asociación Democrática Asturiana de Familias con Alzhéimer), en el hombro de Concha Mena, su presidenta. "Luego hice cursillos, terapias, quería comprender a mi marido y aprender a cuidarle. Una vez le cambiaron el tratamiento y hasta dejó de caminar, de hablar. Querían ingresarlo en un centro de mayores y yo dije que no. O yo iba con él o no. Luego llegaron los brotes psicóticos y ahí me ayudaron mucho la familia, los médicos... Les dije: si la solución es una cama para poder tenerlo atado, traédmela yo me encargo de cuidarlo", y otra vez Geli volvió a cumplir con su promesa, la que selló con 20 años, la de contigo en la salud y en la enfermedad.

Desde hace un año viven en La Ferrería, en Soto del Barco, un lugar tranquilo donde su marido ha vuelto a caminar y todos los días acude ocho horas al centro de día de Cudillero a hacer terapias específicas. Urbano ha vuelto a hablar, pero los recuerdos van y vienen, y cada vez se quedan menos tiempo. Ayer a las seis de la tarde la furgoneta del centro de día dejaba a Urbano delante de su casa y Geli le cogía de la mano: "Hola, mi amor...". En La Ferrería ayer también brillaba el sol.

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