Hay algo de tragicómico en el final de algunas figuras que han ejercido un poder autoritario y temible. Es como si el destino se riese de su megalomanía y les mostrase despiadadamente que el guión que se habían esforzado en escribir durante décadas en realidad les venía demasiado grande. Si alguien fue poderoso en Asturias, ese fue José Ángel Fernández Villa, una especie de horcas caudinas bajo las que todos debían pasar, comenzando por los propios mineros de Hunosa, y siguiendo por alcaldes, consejeros y hasta presidentes, no sólo asturianos. En sus manos estaba el poder de paralizar una región. Con un sólo chasquido, sus huestes salían a la calle y armaban la de coyer. Pero aquel poder se acabó. La última huelga minera, en 2012, gratuita, sin resultado alguno, fue el canto del cisne. Ya entonces, Villa “no sabía por dónde entraba ni por dónde salía”. Era ya la sombra de aquella fuerza de la naturaleza que exhibía su cuello de toro en las fiestas mineras de Rodiezmo, ante un descolocado Rodríguez Zapatero y un guasón Alfonso Guerra.

Comenzaba a caer el mito._Villa, siempre proclive a quejarse de su mala salud, ahora tenía que hacerlo en serio, aterrado ante el deterioro que experimentaba a marchas forzadas. Fue quizá entonces cuando comenzó a cometer los errores que han terminado llevándole al banquillo, como aquella extemporánea regularización que fue el origen de todo. Quien sabe si mal aconsejado, o llevado por un criterio que comenzaba a oscurecerse, y que algunos ponen en duda que fuese alguna vez muy claro.

Ayer fue un paso más en la caída, en el descenso a los infiernos. Un hombre que se codeó con presidentes, ayer tuvo que soportar cómo un individuo a todas luces bebido, que decía haber sido minero, y miembro de CC_OO, le espetaba todo tipo de procacidades y se reía de su gloria periclitada: “Con lo que tú fuiste y cómo acabaste”. Villa un pobre hombre de 74 años, machacado física y mentalmente, con los ojos llorosos, la boca semiabierta y el labio inferior rígido, ya no podía caer más bajo. No había nadie más, solo una nube de periodistas que trataban de arrancarle una palabra, un gesto, y que exhibían un atrevimiento impensable hace diez años.

El hombre de las negociaciones maratonianas, de los discursos interminables que rivalizaban con los dictadorzuelos comunistas, de las ruedas de prensa inacabables, el tigre de Tuilla, genio y figura del arranque minero, ayer era incapaz de moverse pos sí solo, apoyándose del brazo de su esposa y su procuradora.

Hubo quien dijo que simplemente estaba ejecutando impecable su última y más genuina interpretación._Tengo mis dudas._Quien haya estado cerca de demenciados, reconocería en él esa infinita zozobra, ese temor que les hacer arrancar las lágrimas.

Los jueces, implacables, como ha de ser, quizá decidan hoy que debe apurar el cáliz hasta las heces y ofrecer ante todos la más palmaria evidencia de su declive. Se hará justicia, pero con alguien que a duras penas puede defenderse. Aunque quizá eso no sea tan importante.

Quien haya leído a René Girard o incluso “La rama dorada” de James Frazer sabe bien que, en determinadas ocasiones, coincidiendo con grandes crisis, los seres humanos necesitamos matar al rey que hemos encumbrado para restaurar el orden primigenio, y los reyes han de tener claro que esa es una eventualidad a la que no pueden sustraerse. Matemos pues al rey.