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Somiedo soñado | 5

"Otto", el infalible detector de osos

El perro alsaciano de Alfonso Hartasánchez, instrumento fundamental en las reclamaciones de daños: ante reses atacadas por plantígrados, ladraba; cuando había un intento de fraude, ni se inmutaba

A la izquierda, Alfonso "Fonso" Hartasánchez, en una imagen reciente. Sobre estas líneas, en un todoterreno con "Otto" sobre el capó, en una foto de 1986. VÍCTOR M. VÁZQUEZ / ARCHIVO FAPAS

He de confesar que cuando hace muchos, pero muchos años, Ernesto Junco me habló de la idea que se estaba cocinando entre Gijón y Llanes de crear una organización activista para comprar derechos de caza y cosas parecidas, yo era muy escéptico a que aquello llegara a funcionar; eran las tardes de reuniones en ANA, en las que yo participaba, así como en algunas tareas de la organización. Por ello, cuando se creó el FAPAS y comenzaban a editar sus folletos sobre buitres y osos, cuando presentaron en San Esteban de Cuñaba la idea del retorno de los quebrantahuesos a los Picos de Europa y, sobre todo, cuando se instalaron en Somiedo, para colaborar con el Gobierno regional en la peritación de daños de oso pardo, mi escepticismo iba en aumento, pues no alcanzaba a entender qué era lo que había tras aquellas siglas.

De los hermanos Hartasánchez solo conocía a Roberto, presidente de la organización, y, en una visita a Villar de Vildas, comandada por el primer consejero de Agricultura, Jesús Arango, con comida campestre en La Pornacal, cortesía de Lolo Juanito, como no podía ser menos, vi por primera vez a Alfonso con su perro "Otto". Creo que, hasta el episodio del rescate de "Paca" y "Tola", cuando telefoneé a Roberto para felicitarlo, no había vuelto a coincidir, o casi, con ninguno de los hermanos. Tras mi llegada a la dirección general de Recursos Naturales y Protección Ambiental y después de unos primeros desencuentros, mi reconciliación con el FAPAS supuso un trato más frecuente con el pequeño de los Hartasánchez, que abrió mis ojos a lo que realmente estaba sucediendo con el oso pardo y, sobre todo, a lo que era el trabajo silencioso y casi oculto de la organización.

Una tarde de truena entre neblina

La conversación con Alfonso Hartasánchez (Gijón 1963), tranquila y relajada, en la que muestra unos ademanes y una dicción que delatan su esmerada educación de familia ilustrada -dos colegios religiosos y bachiller en el Instituto Jovellanos- se desarrolla en Caunedo, mientras degustamos unos cafés y observamos, a través de las ventanas, la tormenta desatada y los aguaceros que arroja, entre los jirones de niebla instalados de continuo desde los pasados días. Hacia 1981, cuando comienza a fraguar la idea del FAPAS, Alfonso se instala en Llanes en la casa familiar, y en 1985, tras la firma de un convenio con la consejería de Agricultura y Pesca, para la certificación de los daños que producía el oso pardo, se establece en Villar de Vildas, hasta 1992, año en que se traslada al vecino Corés, en donde sigue habitando en la actualidad.

El por qué Somiedo y el por qué Villar tiene una explicación fácil, pues Roberto y su inseparable Benigno Varillas, frecuentaban el alto valle del Pigüeña desde los años 70 del pasado siglo, viviendo aventuras, faunísticas y fantásticas, en casi todos sus ratos libres y vacaciones juveniles.

Para trabajar con el oso pardo, en un contexto como el asturiano en el que la fauna convive en un ambiente humanizado, era indispensable instalarse en el medio y Villar reunía las mejores condiciones. Del oso se pueden estudiar muchas cosas, personalmente Alfonso se inclina por sus aspectos ecológicos y de relación con el hombre, de ahí que siga enganchado a este valle, donde ha establecido su familia, su casa, su huerto y desde donde ha cosechado grandes amigos; "ahora, después de 33 años, sería incapaz de volver a vivir en una ciudad", me comenta. Además, a pesar de su actividad, a veces incomprendida por alguna persona, jamás ha tenido un desencuentro con nadie.

Siempre me pregunté cómo habían recibido las gentes de Villar a un rapaz de 22 años, acompañado de un joven perro alsaciano, "Otto", y un Suzuki, que se instala en un pueblo alejado al que se llega por una larga pista de más de 15 kilómetros desde la carretera más cercana y que dice que viene a trabajar con los daños de los osos; la respuesta de Alfonso es contundente: "Con extrañeza", me dice. Coincide el momento con la inminente jubilación de Félix, el de Corés, guarda mayor de la Reserva de Caza, y muchos pensaban que simplemente Alfonso venía a sustituirlo, por lo que provocaba suspicacias entre quienes pensaban que los iba a controlar más en sus frivolidades furtivas, dado que Alfonso era muy joven y estaba en buena forma física, amén de que poseía un "todo terreno", que para la época era casi un lujo.

Todo cambió cuando en una de las múltiples veladas de bar, un vecino expresó en voz alta: "Entonces tú, en realidad, vienes a traernos dinero", pues dentro del convenio de colaboración, si el FAPAS certificaba que el daño era de oso, la organización incrementaba en un 20% el importe de la valoración de la Consejería. Eran tiempos, además, en los que apenas se denunciaban unos 40 daños de oso al año, de los cuales, la mitad o menos eran de ataques a animales domésticos.

Aparte del trabajo serio y metódico de Alfonso, otra de las claves de su trabajo era la aportación de "Otto". El alsaciano había sido educado en el zoo de Barcelona y acostumbrado a detectar el olor de los osos, que denunciaba con sus ladridos, algo que en aquella época parecía ciencia ficción, pero que hoy en día suena normal, pues estamos acostumbrados a perros especialistas en venenos, drogas, especies invasoras, etc., dado que cada día estos animales nos sorprenden en cómo dejan entrenar su fabuloso olfato.

Además, me comenta Fonso, "Otto" tuvo su primer contacto ursino con una osa, "Pecas", que estaba en un centro de recuperación propiedad de la Diputación de Álava. La osa le dio tal revolcón y algún que otro zarpazo, que "Otto", cuando llegaba a peritar un daño y había un oso cerca, salía despavorido aullando. "Otto", el fiel compañero de Alfonso, murió muy joven como consecuencia de la infección que le produjo la picadura de una garrapata.

Durante su vida, el perro alsaciano suscitó algunas anécdotas, pues había personas que reclamaban daños de oso y cuando se enteraban que había un extraño can capaz de decir si allí había estado el animal o no, se intranquilizaban y decían, "si hay que fiarse de un perro, mejor que no vengan y lo dejamos estar", francamente se trataba de un intento de fraude más. Por otra parte, Alfonso tenía muy clara la necesidad de que cualquier reclamación había que estudiarla y en algunos casos, en lugares periféricos, se encontraba con las reticencias de algún guarda que le decía, ¡pero si reclama fulano!, ¡es muy serio!, ¡tiene que ser verdad!, ¿para qué tenemos que ir? Pero iban, era su compromiso con la Administración.

Todo terminó cuando algunos funcionarios adictos al régimen, ante una reclamación denegada de algún correligionario o simplemente amiguete, conseguían que cobrara tal o cuál reclamación, y todo anunciado por el reclamante que le decía a Alfonso, "escribe lo que quieras, que yo voy a cobrar igual, tengo amigos en Oviedo". En ese momento FAPAS rompió el convenio con el Principado.

¡Nunca nadie vio tantos osos en Asturias!

Creo que no me equivocaría mucho si digo que Alfonso Hartasánchez es la persona que mejor conoce Somiedo, todos sus rincones senderos y vericuetos, y quien más imágenes de osos cantábricos ha visto.

Con absoluta modestia, Alfonso contesta vagamente a la primera afirmación, pero de la segunda matiza: "Si se trata de imágenes al natural, sumadas a otras captadas por mí, en cámaras de fototrampeo, es posible que sí".

He de confesar que cuando con anterioridad comenté que Alfonso había abierto mis ojos lo que sucedía con los osos al comenzar este siglo XXI, fue cuando puso en mis manos un grueso álbum de fotos con cientos de imágenes, con el que me sorprendió con el trabajo que llevaba realizado con sus cámaras. Donde a mí me comentaban que había un par de osos, las imágenes de Fonso revelaban la presencia de 5, 6 o 7.

De ahí que en aquel fin de siglo en el que la ortodoxia osuna decía que sólo quedaban unos 75 osos en la Cantábrica, iniciamos un estudio genético bajo la dirección de un gran investigador del CSIC, el doctor Ignacio Doadrio, quien concluyó que esa cifra superaba los 200 ejemplares, y tuvo que sufrir los virulentos ataques de los que se nominaban a sí mismos como estudiosos de nuestros plantígrados y a los que, según algunas personas comentaban, no les interesaba un incremento de la población, pues había algunos trabajos en juego.

Fue precisamente el ecólogo francés Vincent Vignon, quien frecuentaba Somiedo desde 1987, la persona que introdujo a un reticente Alfonso en el mundo de las cámaras trampa. Ya estábamos en 1995, y el francés utilizaba las cámaras para estudios de impacto ambiental producidos por las infraestructuras.

Tras algunos intentos de convencer a Alfonso, quien insistía en el trabajo de campo, dado que no localizaban por ese método ningún oso, la primera vez que se obró el milagro, allá por 1998, el FAPAS comienza a trabajar con esa técnica hasta el punto que en los últimos años, Fonso capta unas doscientas mil fotografías de fauna, que tiene que procesar y clasificar posteriormente en el ordenador; pero este será tema para otro capítulo.

"¡Fonso! ¡Fonso!, ¡que escuché por la radio que han declarado Somiedo Parque Natural! ¿Qué va a ser ahora de nosotros?", le gritó un vecino ya entrado en años al llegar a casa después de una de sus múltiples jornadas de campo. Alfonso confiesa que no estaba en las claves de este proceso, pero supo contestarle algo así como: "¡Nada malo, seguro!".

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