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AGUSTÍN HEVIA BALLINA | Archivero de la Catedral y el Archivo Histórico Diocesano

"Tarancón fue un gran arzobispo, un hombre de una clarividencia inmensa"

"Visité al patriarca Atenágoras en Estambul, y me dijo: 'Estoy con Pablo VI, pero no puedo dar el paso de la unión porque mi Iglesia no me seguiría'"

Agustín Hevia, en el Archivo Histórico Diocesano. MIKI LÓPEZ

Lector infatigable. "Me gusta verme con un libro en las manos. Si es un códice del siglo IX, miel sobre hojuelas. Si es en vitela o pergamino, mejor. En cuanto al libro electrónico, recuerdo lo que me dijo un anciano en Ibias: '¿Benigno, qué opina del Nescafé?'. 'Pues que no es café'. Lo mismo digo yo del libro electrónico".

Leer "La Regenta" en el Seminario tenía sus riesgos, sobre todo en el Seminario de los años cincuenta. "Me prestó la novela un profesor que se llamaba Florentino Arrojo y yo leí la novela de Clarín por las noches, a escondidas y con ayuda de una linterna. Bueno, no es que 'La Regenta' estuviera prohibida, pero es cierto que levantaba ciertas suspicacias. Había otro profesor, Domingo Benavides, que daba Sociología y Preceptiva Literaria, y nos llevaba a clase novelas. Recuerdo leer 'Nada', de Carmen Laforet, y 'El Jarama', de Sánchez Ferlosio".

Aquella liberalidad con algunas lecturas contrastaba con restricciones serias en otros ámbitos de la vida cotidiana de los futuros sacerdotes. "La prohibición de fumar, por ejemplo, era muy estricta. Te pillaban y perdías la oportunidad de acudir al examen de junio. Alguno se fue para casa antes de tiempo por culpa del tabaco".

La ordenación de Agustín Hevia no le supuso la titularidad automática de una parroquia. Los primeros pasos como sacerdote fueron más académicos que pastorales. "Me mandaron tres años a Salamanca a estudiar Lenguas Clásicas, el Latín, el Griego y el Hebreo/Arameo. Se me dieron siempre bien los idiomas, y gracias a eso viajé muchísimo. Recuerdo que Emilio Olávarri, un profesor fuera de serie, me decía que yo tenía que ir para Roma a seguir estudios. Pero la Iglesia me tenía asignado otro destino más cercano. Pues muy bien. Olávarri quería que me dedicara al mundo del Oriente haciendo estudios de egipcio jeroglífico, de cara a investigaciones bíblicas. De toda aquella promoción mía del Seminario fue el único al que le orientaron a los estudios universitarios".

Olávarri merece una mención tan larga que desbordaría estas líneas. Fue arqueólogo ilustre, profesor del Seminario y magistral de la catedral de Oviedo. Agustín Hevia lo recuerda con admiración, como a los teólogos Feliciano Redondo y José Inclán, entre otros muchos docentes que le marcaron la senda intelectual.

Camino de Salamanca

"Me ordeno en mayo de 1963, y el 1 de octubre de aquel mismo año comienzo las clases en Salamanca, en la Universidad Pontificia y becado por la diócesis. En el año 1962 el Papa Juan XXIII había publicado la 'Veterum Sapientia', una carta que animaba a promocionar el latín en los seminarios. El rector del Seminario de Oviedo era Manuel Suárez. Un día me llamó y me dijo: 'Señor Ballina, el claustro de profesores ha acordado que se vaya a Salamanca'. Tres cursos de licenciatura y un curso de doctorado en Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe. Viví en Salamanca hasta 1967 y nada más terminar los estudios me tenían asignado mi nuevo destino, que me comunicó el que muchos años más tarde iba a ser nombrado cardenal de Toledo, Francisco Martínez".

Profesor de Lenguas Clásicas en el Seminario. "Estaba de arzobispo de Oviedo Vicente Enrique y Tarancón, un hombre de una clarividencia inmensa que hacía visitas frecuentes al Seminario, aunque no tantas como su antecesor, Lauzurica. Tarancón se adelantaba a los problemas, le tocó aplicar el Concilio Vaticano de 1965. Fue un gran arzobispo".

Agustín Hevia Ballina entró en el aula, aunque esta vez de profesor, a una edad inusualmente temprana para la materia que debía impartir: 29 años. "Era una época en la que no echaba de menos la parroquia. De hecho, no tuve ocasión de ser cura rural hasta hace unos veintidós años cuando me asignaron la parroquia de Camoca. Cuatro años más tarde me convertí también en párroco de Valdebárcena y de mi pueblo natal, Lugás. En Lugás sigo manteniendo la casa familiar, a la que acudo puntualmente los fines de semana. Vivo de diario en el convento de las Carmelitas Descalzas, en Fitoria, donde me encargo de la capellanía. No cocino, nunca me puse a ello, y en Oviedo como a veces en la Casa Sacerdotal y frecuento bastante El Ovetense. Tengo una salud de hierro, soy feliz. De qué voy a quejarme".

Durante varios veranos, Agustín Hevia viajó a Londres para ejercer de "supply priest" en la diócesis de Manchester y posteriormente en la Westminster Cathedral. "Hacía suplencias para el confesionario y los cultos y cuando tenía un poco de tiempo me iba a investigar a la biblioteca del British Museum". Pasó también por París y por la catedral de San Dionisio, en Atenas, haciendo sustituciones como sacerdote. Hevia podía asistir a la confesión en inglés, francés o griego.

Profesor no suspendedor

"Mi griego era clásico, pero me defendía bien en griego moderno. Yo hablaba y la gente se quedaba muy sorprendida. Alguien me dijo que era como escuchar hablar en el castellano del 'Quijote'".

A finales de los años sesenta tuvo lugar una de esas experiencias que se graban para siempre en la memoria. "El patriarca Atenágoras (el equivalente al Papa de la Iglesia ortodoxa) me recibió en su residencia de Estambul. Yo estaba con Mariano González Aboín, que era corresponsal de RNE en Londres, y con el padre Venancio Marcos, que era muy popular en España por sus charlas radiofónicas. Atenágoras nos besó en la frente, nos llamó hermanos y nos dijo: 'Estoy de corazón con Pablo VI, pero no puedo dar el paso para la unión porque mi Iglesia no me seguiría y acabaría siendo conocido como un traidor'.

Hevia dio clases de Latín y Griego, pero también de Francés, de Arte Griego y Romano, y de Griego Bíblico, entre otras materias. "Fui profesor exigente, pero no suspendedor". También le tocó poner en marcha el colegio del Seminario, primero sólo para seminaristas y después de carácter mixto y civil.

En 1980 Gabino Díaz Merchán puso en marcha la Comisión de Patrimonio Cultural de la Iglesia, con Ramón Platero como presidente. A Agustín Hevia le correspondió gestionar la recuperación de monumentos singulares. "La primera gran actuación que abordamos fue rehabilitar las ermitas del Monsacro. Se implicó muchísimo el consejero de Cultura, Manuel de la Cera. Y el arzobispo Merchán subió al Monsacro para presidir la reinauguración", que sirvió para que el Ayuntamiento de Morcín otorgara a Agustín Hevia el título de hijo adoptivo. Tiene también el de hijo predilecto de Villaviciosa, su concejo natal, donde promovió no pocas obras de recuperación patrimonial.

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