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Expone su batalla contra la depresión

Ricardo Cavolo: "Me abro en canal"

El ilustrador más internacional trabaja en una autobiografía sobre su corta pero intensa vida

Ricardo Cavolo. MARINA DE LUIS

Al fin la vida le sonríe a Ricardo Cavolo (Salamanca, 1982), considerado el ilustrador más internacional del momento, tras superar tres tentaciones de tirarse por un balcón previas a lograr un triunfo repentino que el año pasado brilló con fuerza en el Festival de Montreal, donde recibió el aplauso unánime de la crítica con una espectacular e imaginativa representación del Sol que daba al traste con las pesadillas invernales de la ciudad canadiense.

Este peculiar artista salmantino lo mismo ilustra un libro que pinta una pared o colabora en los diseños de las principales marcas comerciales. Lanza también su propia ropa y hasta se atreve a exponer su corta pero intensa existencia con "Humphrey", un texto ilustrado que prepara para contar sin tapujos su descenso a los infiernos y su esplendoroso renacer, apoyado en la terapia holística Gestalt y sobre todo en su pareja, la también artista María Herreros, con la que tiene un hijo, León, de apenas ocho meses. "Me abro en canal en 'Humphrey', que era como me llamaba mi padre", promete mientras pinta con frenesí un lienzo en la azotea del glamuroso hotel Me Ibiza, la misma a la que se ha trasladado este verano el gaditano Ángel León, el llamado "chef del mar", con cuatro estrellas Michelin para reinterpretar el sabor de la isla, que da la bienvenida durante estos meses a las más selectas "celebrities" gastronómicas nacionales.

Embutido en un recurrente mono vaquero, Cavolo se inspira en el arte románico, pero también en las culturas tribales y hasta en la corriente outsider, impregnada de la huella de los demonios pobladores de las mentes autodidactas. Su obsesión es relatar vidas raras, como la suya misma, atrapada a los tres años en una familia que hacía aguas por los cuatro costados hasta que su madre se lió la manta a la cabeza para unirse a un gitano analfabeto pero de una sabiduría innata, al que acompañaron a su clan hasta su fallecimiento, cuando Cavolo cumplió los 13. "Vivía de lunes a viernes con los gitanos y los fines de semana con mi padre", otro artista del que heredó la pasión por los pinceles los y rotuladores, las armas con las que muestra ahora la cara B de la sociedad para dar testimonio de que "entre los que consideramos marginados pasan cosas maravillosas".

El pequeño Ricardo se adaptó con facilidad a la nueva situación familiar con su madre, pero en cuanto ponía los pies en el colegio los payos recelaban de aquel chiquillo medio gitano, gordito y solitario. Un cóctel tóxico que le marcó para iluminar el genio que lleva dentro.

El rojo, el naranja y el amarillo colorean las estridentes narices y mofletes de sus obras, configurando un naif ricardiano, dotado de un gancho poderosamente atractivo. "Es mi forma de dar vida a las figuras a partir de una paleta de colores que me sale de las tripas por pura intuición", revela el artista, afincado en la luminosa Barcelona tras residir en Madrid y Brighton.

Al ilustrar "Periferias", un libro editado por Lunwerg, quiso de nuevo enseñar "lo positivo" de los otros, de los marginales, de los que se salen de la norma establecida, para convertirse en su embajador.

"A mí el exceso de trabajo me llevó al límite", confiesa sin complejos al rememorar que tras una infancia anormal pero feliz pasó por un infierno adolescente del que no salió hasta hace muy poco. "Fui a la terapia Gestalt y aprendí en nueve meses más de lo que había aprendido en toda mi vida", revela al referirse a su actual habilidad para reconocer y gestionar sus emociones, bloqueadas durante años, para evitar el sufrimiento. En sus lienzos plasma caras que miran con tres o cuatro pares de ojos, rodeadas de llamas rojísimas para invitar a la gente a pensar a través de sus guiños simbólicos.

Las infantiles ilustraciones de Cavolo tienen un trasfondo de gran visceralidad, especialmente apreciable en su obra en la calle. "Me gustan los murales que las personas pueden ver cada día cuando van a trabajar", afirma este admirador de Bart Simpson, al que lleva tatuado en su cuello, que cuela a modo de gamberrada penes, "pitos felices", en muchas de sus obras mientras colabora con prestigiosas marcas como Nike, Levis, Zara, Gucci o Alexander McQueen. Dos murales suyos decoran ya la Masia del Barça y en noviembre lanzará en Los Ángeles unas sudaderas y cazadoras vaqueras de su firma de ropa.

Devoto del talento de Johnny Cash y Kanye West, los dos artistas musicales sin los que no podría vivir, Cavolo comenzó su despegue hacia el éxito no buscado tras reinventar los carteles que el Circo del Sol había hecho para su espectáculo "Corteo". La ilustración que representaba a los personajes que daban vida a la función disparó su caché. "Pasé entonces de cobrar 20 euros por mis dibujos a 6.000 euros", susurra con una sonrisa de satisfacción, porque eso le permitió abandonar el mundo de la publicidad, al que sólo vuelve cuando le apetece y para asegurarse unos ingresos que garanticen el bienestar de María y León.

"Ahora tengo que ser mejor porque se lo debo a mi hijo", reflexiona afable mientras observa por fin relajado la bahía de Ibiza y exhibe una foto en la que aparecen sus padres hace varios años en esta misma isla. "Se siguen llevando muy bien y creo que mi padre hasta se alegró de que mi madre se fuese con un gitano porque sabía que así yo iba a enriquecerme con una nueva cultura", concluye dichoso por haber sido capaz de domar sus feroces demonios mentales para poder recorrer el mundo con serenidad, apoyado en sus inseparables muletas: los pinceles y rotuladores que le han dado la fama internacional.

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