El sobresalto vivido ayer en el vuelo nocturno Barcelona-Asturias a causa del choque del avión contra un halcón, “no es muy frecuente, pero cabe dentro de las posibilidades de sucesos aeronáuticos”, asegura Javier Martín-Chico, piloto y director del departamento técnico del sindicato SEPLA. Eso sí, en los despegues “resultan más peligrosos, pues los motores van a máxima potencia y el impacto puede causar mayores daños”, sostiene.

Las colisiones con aves de gran tamaño se dan en contadas ocasiones, “lo habitual es que ocurra con pequeños pájaros, en los que el motor no sufre y puede continuar funcionando”, relata el piloto, quien asegura que “ni siquiera nos enteramos de esos impactos, sólo después de aterrizar vemos la sangre en las turbinas y el propulsor nunca tiende a incendiarse”.

Martín- Chico cuenta el procedimiento estandarizado a adoptar en caso de producirse algo como lo ocurrido la pasada noche en la pista de El Prat. “El despegue es la maniobra que más entrenada tenemos, y si cuando el avión inicia la aceleración se produce una incidencia (como la entrada del ave en el motor), el abortar o no la maniobra depende de si la aeronave ha alcanzado la ‘velocidad de fisión’”, relata el piloto. Esa velocidad, que varía en función del aparato (peso, características, tamaño…) y de la longitud de la pista, suele estar entre los 130 y los 150 nudos (240-277 kilómetros por hora), y supone el punto de no retorno en el que el piloto decide si eleva la aeronave o detiene el despegue, cosa que ocurrió ayer en Barcelona.

“Si despega, el procedimiento es cortar el motor afectado, apagar y asegurar para que este no se dañe más”, dice Martín-Chico, pues, continúa, “todos los aviones están certificados para funcionar con un solo propulsor”.

En el caso de poder detenerse, como ayer, “se corta la potencia, se aplican las reversas (expulsar los gases de impulso del reactor en dirección contraria a la normal del avión, es decir, hacia adelante para desacelerarlo) y se activan los frenos”, asegura el piloto. Sin embargo, comprende el susto de los pasajeros: “Es una maniobra muy brusca, la sensación de agonía es bastante alta, sobre todo en cabina, pero, dentro de la normalidad, no causa demasiada urgencia”, dice Martín- Chico.

Y es que al no ver los viajeros la trayectoria, es algo puede angustiar, “pero los pilotos lo tienen realmente controlado, está estudiado al milímetro, el avión siempre se va a quedar en la pista incluso en el peor de los escenarios, con lluvia o sin ruedas”, tranquiliza el técnico del SEPLA.

Además, asegura, “mediáticamente sólo se conocen el diez por ciento de los casos de choques con aves”, a pesar de que los comandantes “tenemos la obligación de reportar cada suceso de ese tipo para estudiar específicamente el caso”.