Podría decirse que Carlos López-Cancelos Rodríguez es, de corazón y aunque ya no ejerza el oficio, la cuarta generación de una familia de molineros que hicieron historia en Taramundi. Él y sus hermanos, Manuel y José, pusieron en marcha un exitoso museo, hoy el mayor de España dedicado al mundo de los molinos, y que levantaron en Mazonovo, unas instalaciones que partieron de una idea primordial de conservar el edificio y la historia de la molienda en su familia.

"Yo soy ingeniero y estuve trabajando fuera de Taramundi unos años. Mi ultimo lugar fue en Lugo, de donde regresé por motivos personales. Somos la cuarta generación de molineros. Lo era mi bisabuelo, que tenía un molino pequeño en las afueras de Mazonovo, río arriba. Era de maquila. Luego mi abuelo, que emigró a Argentina y que era también albañil y carpintero, lo reparó a su vuelta y lo amplió y montó la primera central eléctrica que dio luz a Taramundi en 1930. Finalmente mi padre continuó la molienda y siguió ampliando las instalaciones hasta crear una nueva central eléctrica", recuerda Carlos, que, a su vez, nombra a sus dos hermanos. Los tres decidieron ponerse a trabajar en la rehabilitación de las instalaciones familiares, que se habían deteriorado por el desuso de los últimos años.

"Empezamos los tres trabajando muchos fines de semana y vacaciones. Cuando ya rehabilitamos todo lo de la familia, se nos ocurrió también hacerlo con otros molinos y poner en marcha un museo, que fue creciendo de forma increíble a lo largo de los años en cuanto a las instalaciones y lo que se puede ver en él. Yo estoy al frente y mis hermanos, aunque se hallan fuera, siguen también con el museo y echando una mano", matiza este emprendedor rural en su propio pueblo. Recuerda también que cuando él se marchó a trabajar fuera comenzaba el turismo rural en Taramundi.

El museo, de carácter privado y que pertenece a los tres hermanos, abre sus puertas a orillas de los ríos Cabreira y Turia. Sale adelante con la venta de las entradas y las visitas guiadas a cargo de Carlos, quien, además, recuerda que el museo "es grande y siempre hay cosas que arreglar, todo el año estoy que no paro". "Yo estoy contento aquí porque este mundo me apasiona y además yo me voy adaptando a las circunstancias según la vida te las va planteando", afirma en uno de los muchos rincones con encanto de las instalaciones que dirige en Mazonovo: un museo interactivo, para niños y mayores, que alberga 18 molinos de los que siete son manuales, seis hidráulicos, tres específicos para niños y dos especiales.

"Abrimos todos los días y somos referencia turística en Taramundi. El año pasado llegamos a las 50.000 visitas. Por otro lado quiero decir que vivir en un pueblo no quiere decir desconexión. Yo por ejemplo resuelvo mucho papeleo a través de internet, ya no tengo que ir a hacer colas a Oviedo para cualquier trámite".