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Miembro numerario permanente del Real Instituto de Estudios Asturianos

Una partida de tute salvó a los osos

Antonio Suárez Marcos, primer director de la Agencia de Medio Ambiente, rememora cómo los vecinos le retaron a las cartas para construir o no una pista a Fuexo: aceptó la broma, les conquistó con el gesto y la convivencia con el espacio protegido empezó a fraguar

Una partida de tute salvó a los osos

Un té con hielo y un café cortado, en una tarde gijonesa soleada, rememorando historias más que antiguas, me permiten disfrutar de la compañía de Antonio Suárez Marcos (La Vera'l Camín, Turón, 1950), quien fuera mi primer jefe laboral, ya que en 1979 accedí por concurso público a la primera beca que dotó el Ayuntamiento de Avilés, para formación de licenciados en el llamado Servicio de Lucha Contra la Contaminación Atmosférica, a la sazón dirigido por un joven doctor en Ciencias Físicas y diplomado en Ingeniería Ambiental, que no era otro que mi interlocutor, con el que abordo estos antiguos recuerdos somedanos.

Antonio Suárez es la memoria viva del Medio Ambiente asturiano -con mayúsculas-, al que se le debería reconocer públicamente la gran dedicación y entrega, en todos los trabajos realizados, tanto en la Administración local como en la autonómica y supramunicipal, y a quien la inutilidad y, por qué no, la mezquindad política apartaron con maneras tan impropias que hasta la justicia tuvo que darle la razón. Hombre inquieto por naturaleza y ávido de conocimientos científicos, accedió a un segundo doctorado, éste en Ciencias Químicas, cuando trabajaba en el Ayuntamiento de Avilés. En 1985 es nombrado primer director de la Agencia de Medio Ambiente, adscrita a la Consejería de Ordenación del Territorio y Urbanismo, de la que era titular Arturo Gutiérrez de Terán.

En sus primeros años, la agencia colabora, con la recién creada Cogersa, en extender el servicio de gestión de residuos a todos los concejos asturianos, formulando, a su vez, el plan de saneamiento atmosférico de Langreo y las bases para el saneamiento de las cuencas del Nalón y del Caudal, los famosos "ríos negros" asturianos. Dos años más tarde, la agencia se incorpora al ámbito de la Consejería de Presidencia, bajo la batuta de Bernardo Fernández Pérez; en este momento se abre una nueva etapa en la que ya se aborda con seriedad la gestión del medio natural, emprendiendo la protección de las especies y los espacios naturales.

Como un gran paso, y empleando el primer trabajo realizado por el Indurot sobre el medio natural somedano, la Agencia de Medio Ambiente promueve la declaración del que fuera nuestro primer parque natural. Antonio Suárez atesora en sus recuerdos intrigas, anécdotas, hechos y acontecimientos de los primeros momentos del Parque de Somiedo, que, como los lectores que sigan esta serie ya saben, se desarrollaron en torno al año 1988, en el que se aprobó la ley de declaración del mismo.

Codo con codo con el Ayuntamiento

La primera discusión no fue otra que la delimitar el territorio del futuro parque natural, ¿todo el concejo de Somiedo?, ¿unas partes de Belmonte y de Teverga también? o ¿sólo unos parajes de Somiedo? Los dirigentes somedanos de la época, Ricardo Suárez Argüelles, alcalde desde 1979 a 1987, y Aurelio Álvarez Arias, que lo fue entre 1987 y 1995, veían el parque, bajo ciertas condiciones, como un buen instrumento para el desarrollo del concejo; contrariamente, el entonces alcalde de Belmonte, Roberto Pérez López, y el de Teverga, José Ramón Álvarez Argüelles, se descolgaron de la operación.

En 1999, Roberto Pérez intentó retomar la anexión al primer parque natural asturiano, con cambio de nombre incluido, cuestión de la que fui testigo principal, pero el tiempo transcurrido y la consolidación de Somiedo desaconsejaron cualquier incorporación territorial que supusiera una distorsión en la gestión que se venía realizando, y desde la Consejería de Medio Ambiente, su titular, Herminio Sastre Andrés, asesorado por Antonio Suárez y yo mismo, le corroboró que ya era imposible volver atrás.

Me comenta Antonio que en aquel momento todas las decisiones se tomaban de común acuerdo con el Ayuntamiento y que, tras la declaración, había que definir qué era el parque y qué limitaciones había que establecer de cara a una administración futura; se trataba, pues, de definir el primer plan de uso y gestión de este territorio. Tardes enteras de reuniones a dos bandas entre Aurelio Álvarez, Ricardo Suárez Argüelles y José Andrés Álvarez Rodríguez, por la parte municipal, y el abogado José María Estrada Janáriz y el propio Antonio Suárez, por la del Principado, añade.

Cada coma, cada palabra, cada línea daban origen a dudas, a repasos, a matizaciones por la parte municipal, que era necesario discutir hasta lograr una redacción que fuera de agrado a ambas partes. "Estábamos trazando la forma, el modo de hacer gestión en el primer parque natural asturiano, pero había que compatibilizarlo con los intereses y reticencias municipales", apostilla Suárez.

El nombramiento del primer director también fue sugerido por la Corporación municipal, se trataba del ingeniero agrónomo Sabino Blanco Junquera, al que ya conocían por su destino en Belmonte, y del que "pensaban que estaba más unido a las reivindicaciones de los vecinos que a otros intereses más conservacionistas que creían que representaban otro tipo de profesionales del Principado", me transmite Suárez Marcos, como ya había comentado en público en una charla celebrada en La Pola con motivo del 25.º aniversario de la fundación del Indurot. "No nos traigas a un ecologista", le decían.

Desencuentro y proverbial partida de cartas

En ese mismo acto al que me acabo de referir, la sinceridad de Antonio Suárez Marcos desveló la resolución, entre comillas, del primer desencuentro entre la Corporación somedana y el Principado.

Bernardo Fernández presidía los órganos de gestión del Parque Natural y en un momento determinado, cuando se hablaba de las inversiones a realizar en Somiedo, se plantearon accesos a lugares singulares, entre otros a la braña de Fuexo, propiedad de los vecinos de Caunedo, pero, por aquel entonces, uno de los escasos lugares en cuyas proximidades aún había oseras activas, y algunos técnicos y los conservacionistas pensábamos que su apertura podría significar un grave problema para la conservación de la especie emblemática del parque natural. Tras varias horas de debate, ya en el retorno a Oviedo, el consejero de Presidencia le pregunta a Antonio: "¿Tú crees que habrán quedado convencidos de la necesidad de no hacer el acceso?". "Yo creo que sí", comenta que le contestó. Al día siguiente llega a Oviedo la noticia de que los vecinos han decidido abrir el acceso rodado y una pala estaba trabajando en el movimiento de tierras.

Este hecho quebrantaba la autoridad del Principado sobre la gestión del parque y se decretó la paralización de las obras, Guardia Civil incluida. Estaba en juego la administración del primero de nuestros espacios protegidos por el Gobierno regional, y era necesario restablecer el respeto a las normas. Antonio Suárez se puso al frente de la resolución del conflicto; junto a él, nuevamente Pepe Estrada y una interminable discusión en la escuela de Caunedo. El atardecer trasladó el debate hasta el bar El Parador, en La Pola, y al anochecer, algo cansados ya los autonómicos, alguien lanzó el reto preguntando: "¿A que no la jugáis al tute?".

Antonio Suárez Marcos no era entonces, ni seguramente ahora, hombre que no recoja un guante de ese estilo, máxime cuando nació en el corazón de Turón y su padre, Pepe "Pereira", minero de profesión, le había enseñado el dominio de "la partía", actividad cotidiana que practicaban aquellos héroes de nuestra minería de montaña del carbón. "Venga, ¿a ver quién va a jugar?", contestó mi interlocutor.

Feito, que casualmente trabajaba en el Principado, y alguien a quien llamaban "El Madrileñu", por los locales, y Estrada y Suárez, por los visitantes, se sentaron rodeados de numerosos vecinos; repartieron cartas y comenzó el combate. Con el empate 5 a 5, el chigre a rebosar y la presión en aumento -Antonio desvela que le recorría el cuerpo un sudor frío-, repartieron cartas. "Yo me preguntaba, ¿no se lo tomarán en serio?, pero si ganamos la cosa igual cambia, así que voy a callar", reflexionaba el máximo representante del Principado.

En medio de aquella gran tensión y con el público en ascuas, comienza el desempate. Antonio Suárez canta las cuarenta en la primera mano; el final se precipita y los somedanos tiran las cartas y piden la revancha. No ha lugar, "El Madrileñu" abandona el local y los visitantes cantan victoria, no habrá pista bajo ningún concepto.

Una relajada cena y el transcurso de la noche fueron poniendo las cosas en su sitio, los representantes de la Agencia de Medio Ambiente se ganaron a la gente a la vez que la gente los ganó a ellos. Dice Suárez Marcos que así se iba fraguando la convivencia con el parque natural, a la vez que confiesa entre risas: "¡Si de aquella se entera Bernardo me fulmina!".

Otra de los cientos de anécdotas que Antonio conserva en la memoria es el ejemplo del convencimiento inmediato que experimentaron los somedanos sobre cómo había que tramitar las cuestiones, ante la creación del parque natural. "Un día", dice, "recibo la llamada de Aurelio para decirme: 'Oye, que los tenemos convencidos'. Un vecino había bajado al Ayuntamiento a solicitar permiso para hacer un gallinero, cuestión que le concedieron velozmente. Aurelio estaba pletórico. Pero ¡ay!, unos días más tarde me llama para decirme que había visitado el pueblo del solicitante y de repente repara en que el gallinero cerraba un camino público y le pregunta: '¿Cómo construiste ahí?'. La contestación no se hizo esperar: '¡Dísteme tú el permiso!'. 'Pero yo creí que era en esa tierra tuya', le contestó Aurelio. '¿Pedir permiso pa construir un gallineru en lo mío?, ¡nunca tal vi!". Poco a poco las cosas se fueron tranquilizando y ordenando. Pero las reflexiones de Antonio Suárez Marcos sobre la evolución de Somiedo y su Parque Natural, por supuesto, no terminan aquí. Volveremos a hablar con él en otro momento.

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