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Las grandes fiestas estivales buscan cómo actualizarse ante el aluvión de participantes

El botellón y las molestias derivadas de la masificación ponen en peligro las tradiciones y obligan a revisar los formatos organizativos

Las grandes fiestas estivales buscan cómo actualizarse ante el aluvión de participantes

A las grandes fiestas del verano asturiano, las que cuentan el número de asistentes por decenas de miles, les están reventando las costuras, incapaces de contener las mareas humanas que buscan folixa. Las Piraguas se lleva la palma con cifras estimadas de participación de 250.000 personas, pero otras celebraciones originariamente de corte tradicional e incluso familiar como el Carmín de Pola de Siero, el Xiringüelu de Pravia o San Timoteo de Luarca llevan unos años sufriendo en sus carnes los impactos de un crecimiento exponencial e incontrolable de público, en su mayoría "botelloneros".

Lo que a priori debería ser positivo -el éxito de convocatoria- se ha convertido en un problema y en un motivo de crisis por las molestias asociada a la masificación: colapso de los medios de transporte y los accesos a los recintos, toneladas de residuos, borracheras sin cuento, imposibilidad de controlar el acceso de los menores al alcohol, venta de drogas, peleas, heridos... Por no hablar de las quejas de los "puristas" que reniegan de la pérdida de las tradiciones y advierten de que, a este paso, todas las fiestas acabarán siendo "macrobotellones" al aire libre.

Los formatos organizativos de las fiestas tradicionales -todas de un modo u otro enraizadas con la antigua costumbre de reunirse en hermandad para disfrutar de una comida en el campo- están en cuestión por el vertiginoso crecimiento que han experimentado en la última década, en buena medida gracias al poderoso influjo del "efecto llamada" de las redes sociales, que las han hecho universales. La juventud se apunta decididamente a las fiestas que "inventaron" sus abuelos, pero se desentiende de su organización y descuida las formas de comportamiento obligadas, según la recriminación generalizada que hacen los colectivos veteranos.

El debate está abierto y se plantea, a grandes rasgos, en términos de dilema: defender a capa y espada las esencias o adaptarse a los nuevos tiempos con todo lo que conllevan. Cabría una vía intermedia, pero nadie ha logrado aún definir con claridad sus perfiles: gestionar el éxito desde el respeto a la tradición.

Juan José Domínguez Carazo, cronista oficial de Siero, es de los partidarios de potenciar la tradición: "El problema a mi entender es que fiestas como el Carmín están perdiendo sus señas de identidad y quedan resumidas en una gran concentración de jóvenes en torno al botellón. Creo que tenemos que tratar de llevar a los jóvenes a las raíces. Sera difícil pero no imposible, los jóvenes tienen una gran inteligencia y son también luchadores de nuestra cultura".

Jenifer Rodríguez, de "Entaína Ribeseya", un colectivo que participa muy activamente en las Piraguas, cree posible "hacer una mezcla entre tradición e innovación". Y de hecho, predica con el ejemplo: "En 'Entaína Ribeseya' tratamos todos los años de recuperar tradiciones, pero en el tema organizativo tiene que haber una modernización para acercarse a lo que la gente demanda. Para que todo funcione, en el caso de las Piraguas la prueba deportiva y la fiesta tienen que engranarse perfectamente".

Tanto las Piraguas como el Xiringüelu fueron fiestas pioneras en implantar dispositivos sanitarios y de seguridad; en el caso de la romería praviana, también la separación de ambientes en el prau: casetas tradicionales a un lado, botellón a otro. Y parece que funciona: "La masificación de cualquier fiesta puede generar problemas porque es más difícil de controlar, pero el Xiringüelu, desde que lo cogió la actual cofradía organizadora, está muy bien gestionado. Al principio no había tanta gente, todo era más familiar y no surgían problemas; cuando se empezó a expandir hubo años caóticos. Ahora, gracias a la separación de ambientes, unos no molestan a otros y es genial", opina Javier Menéndez, "Balbonu", un romero con 40 xiringüelus a su espalda.

Veterano en su caso de San Timoteo, el luarqués Pablo Gutiérrez cree que "es imposible limitar la asistencia en un campo como el San Timoteo. Sí se podría hacer una zona 'disuasoria'; es decir, en el caso de la romería timoteína se podrían organizar conciertos de otro tipo de música que no sean la gaita y el tambor en otra zona. También se podría limitar el botellón, aunque a juzgar por lo que pasa estos últimos años parece inviable".

Ninguno de los consultados aboga por limitar aforos, todos creen positivo para sus localidades el impacto festivo en las redes sociales y están convencidos de que en la balanza general, las fiestas dejan más beneficios que perjuicios.

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