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Los descubridores de Tito Bustillo: "Bajamos a tumba abierta... y fue glorioso"

Amparo Izquierdo y Jesús F. Malvárez, dos de los diez jóvenes que hallaron hace 50 años las pinturas rupestres, hoy Patrimonio de la Humanidad, reviven con emoción la experiencia

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Cueva de Tito Bustillo

Una lata de sardinas para diez comensales. "Las fuimos sacando con los dedos, todos manchados de arena pero daba igual, teníamos un hambre que nos moríamos". Amparo Izquierdo cuenta la anécdota de aquel "banquete" subterráneo de la Semana Santa de 1968. El pulso, a mil revoluciones. Unos minutos antes, amparados en un golpe de suerte -alguien que se separa del grupo apenas unos metros y se fija en un punto concreto de la pared- habían descubierto el gran panel de la que más tarde se llamaría cueva de Tito Bustillo.

Asegura Jesús Fernández Malvárez que en aquel refrigerio no solo había sardinas, sino también "un poco de chorizo". Amparo dice que no, que ella no recuerda embutido alguno "igual os lo comisteis y no me dijisteis nada...", ironiza. Si hubo chorizo, hubo pecado: "Estábamos en Viernes Santo y de aquella, esas cosas de la vigilia aún se llevaban a rajatabla" en la España de Franco.

La conversación sería intrascendente si no fuera porque Amparo Izquierdo y Jesús Malvárez hablan frente a ese panel donde se representa un centenar de figuras, uno de los grandes tesoros del Paleolítico europeo, en una cueva que es Patrimonio de la Humanidad. La descubieron ellos y ocho compañeros de correrías espeleológicas hace medio siglo y por ello recibirán el día 6 de septiembre la Medalla de Oro de Asturias.

Con Amparo y Jesús, en representación de los ocho amigos con los que vivieron aquella aventura (dos se han ido hace tiempo, Tito Bustillo y Fernando Marcos, pero siguen muy presentes en el recuerdo), LA NUEVA ESPAÑA visitó ayer la cueva. Miguel, uno de los cinco guías de patrimonio que trabajan en Tito Bustillo, marcaba el ritmo. La expedición tenía compañía de lujo: la directora general de Patrimonio, Otilia Requejo, y el director del Museo Arqueológico, Ignacio Alonso.

A la cueva de Tito Bustillo la descubrió el mundo en agosto de 1969, casi año y medio después de que Ruperto, Eloisa, Tito, Jesús, Pilar, Adolfo, Amparo, Fernando, Pía y Elías detectaran con entusiasmo la presencia de arte rupestre. Tras el primer sobresalto mediático, y la muerte en accidente, el grupo pasó al reino del olvido.

"Así hasta el año 2004, cuando de repente nos redescubrieron. Yo había entrado muchas veces en la cueva, pagando mi entrada como cualquier otro visitante", dice Amparo Izquierdo, amiga de Eloisa Fernández Bustillo, y que se sumó a la expedición a última hora: "Yo, metime en el grupo. Me dijeron que hacía falta que llevara mono, carburo y casco. Les contesté que sí, que no había problema. No contaba con nada de eso, pero me apunté, vine, bajé sin luz, con ayuda. Y qué quieres que te diga... fue glorioso".

El río San Miguel recorre unos quinientos metros de cueva. Ayer era un pequeño arroyo. El director del Arqueológico, Ignacio Alonso, se sorprende de "la continuidad de las pinturas en Tito Bustillo durante treinta mil años", como si la cueva hubiera ejercido un magnetismo atávico sobre las gentes del Paleolítico asturiano, una llamada treinta veces milenaria para plasmar sobre la piedra mitos, miedos y sueños.

"Habíamos entrado en vísperas de San José -recuerda Jesús Malvárez, que ayer recorrió Tito Bustillo en muletas-. Pero vimos que había mucha cueva y quedamos en volver para Semana Santa". La primera bajada, desde Ardines, unos 125 metros "que hicimos un poco a tumba abierta, y desde La Gotera para abajo, sin escalas. Después de varias horas, tocó subir "pero yo creo que fue hasta más sencillo", recuerda Malvárez. "Yo, como no llevaba luz de carburo, iba siempre con uno delante y otro detrás. Fernando Marcos y Eloisa Bustillo me acompañaron, atados con cuerdas por la cintura", explica Amparo Izquierdo.

Algo del decía que habían realizado un descubrimiento de mucha altura "y por eso nos callamos los primeros días". Uno de los primeros en enterarse fue Aurelio Capín, policía municipal riosellano que el mismo día del descubrimiento había tenido el detalle de invitar a los chavales. "Estábamos juntando unas pesetas para comprar algo, y no nos daba. Él se acercó y nos dijo: venga, que os invito".

La siguiente visita a la cueva fue con Magín Berenguer, gran dibujante, funcionario de la Diputación y experto en Arqueología. "Nos trajo a algunos en su coche desde Oviedo, y él tuvo claro desde el primer momento que lo que había en ese panel era algo muy grande. Nos pasamos casi toda la noche en el interior de la cueva y salimos a las seis de la mañana". LA NUEVA ESPAÑA acabó dando la noticia, que tuvo repercusión nacional.

Es historia. Es recuerdo... En el silencio de la cueva, Amparo Izquierdo Vallina y Jesús Manuel Fernández Malvárez coinciden en afirmar que la emoción se dispara cada vez que se acercan a ese panel mágico en el que están "dibujadas" sus vidas.

"Me quedan muchas más veces por volver", dice Amparo. Y en el fondo ella sabe que es como volver a casa.

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