La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Diecinueve pidales y el abuelo visionario

Los descendientes de Pedro Pidal, reunidos en la casa familiar de Villaviciosa, reivindican su estrambótica genialidad

A veces, el marqués fascinado por las montañas bajaba del monte y, más o menos por aquí, se tiraba al mar vestido. Pedro Pidal y Bernaldo de Quirós, que sobre todo adoraba los desniveles y los "contrafuertes" de los Picos, compró para sus hijos esta casa y otras dos a la orilla del Cantábrico. Ha pasado un siglo y en el jardín de "Villa San Pedro", primera línea del paseo de la playa de Santa Marina, en Ribadesella, hay diecinueve descendientes directos del marqués de Villaviciosa, tres generaciones de "pidales", reunidos para tratar de reconstruir la imagen del inquieto patriarca "pintoresco" que fue senador, deportista y escritor, empresario y aristócrata, cazador, medallista olímpico y montañero, el dueño del primer pie que se posó en la cima del Urriellu y el delineante visionario que este año hace cien trazó alrededor de la Montaña de Covadonga el primer parque nacional de España. Aquí hay bisnietos, tataranietos y tres niños que no lo saben, pero son choznos, nietos en quinta generación del marqués, la avanzadilla de una extensísima familia que ha producido alrededor de setenta bisnietos y que reivindicará, frente a algunas críticas y frentes de controversia, el idilio que Pidal mantuvo con la naturaleza y la rara clarividencia que le permitió ver en los Picos de Europa el futuro de la conservación del medio natural, el caladero del excursionismo y la entonces desconocida dimensión de la montaña como espacio lúdico.

Pidal (Gijón, 1870-1941) vivió y murió, lo dice su tumba en Ordiales, hechizado por "el reino encantado de los rebecos y las águilas". Allí conoció "la felicidad de los cielos y la tierra", pasó "horas de admiración, emoción, ensueño y transporte inolvidables" y con la ayuda imprescindible de su amistad con el rey Alfonso XIII y la libertad que le daba su cuna de aristócratas y políticos influyentes, fue al Senado y obró en consecuencia. El título oficioso de Covadonga como cuna de la protección de la naturaleza es el fruto original de la novedosa ley de parques que él mismo impulsó en 1916. Hoy, el rebautizado espacio protegido de los Picos de Europa es el segundo parque nacional más visitado de la Península tras el de la Sierra de Guadarrama.

Son las vísperas del primer centenario de su obra magna. Hoy hace cien años que se inauguró el parque que forjó Pidal. Hoy el cumpleaños se conmemora en Covadonga con el estreno de la Princesa de Asturias en el Real Sitio en un festejo que comparte efemérides con los cien años de la coronación canónica de la Santina y los 1.300 del origen del Reino de Asturias. Por eso hay que viajar de vuelta a 1918. Hace cien años faltaba uno para que el marqués comprase esta casa, edificada en 1917, adelantándose también por cierto al futuro del desarrollo turístico de la fachada marítima del Cantábrico, que entonces sólo comenzaba de la mano de la marquesa de Argüelles. En este escenario idóneo para el recuerdo, la "percha" del aniversario es buena para que Cristina Suárez-Infiesta Pidal, bisnieta, diga por todos que la fascinación le hace desear "haberle conocido. Era genial".

A borbotones, con los brochazos que da su descendencia se va dibujando la imagen extravagante, revolucionaria en lo estético y en lo intelectual, del idealista pluridisciplinar que ya en los años veinte dejó escritas palabras entonces estrambóticas que imaginaban el parque de Covadonga como "centro obligado del turismo mundial" o "inagotable fuente de recursos". Pero es que puede que para su tiempo fuera extravagante también por el aspecto. "Era daltónico, y como no distinguía los colores se vestía con llamativos jerséis de colores", explica Suárez-Infiesta. Como entonces tampoco existía la manteca de cacao para protegerse del sol, Pidal completaba a veces su atuendo montañero pintándose bajo el bigote los labios con carmín, aporta Carmen Cañedo, bisnieta del prócer. Al marqués de personalidad peculiar se le recuerda también con un sombrero hecho con cuernos de rebeco para camuflarse en las batidas, o todo vestido de blanco para mimetizarse con los neveros mientras acechaba a las piezas con Alfonso XIII en Áliva.

Llega la hora de explicar el aparente anacronismo de un cazador empedernido que ha pasado a la historia como adalid de la defensa de la naturaleza. María Herrero Pidal, tataranieta del marqués, defiende la necesidad de "no confundir al cazador amante del medio natural con el furtivo". La clave, dice mirando a la figura de su antepasado, pero también al presente de algunos ejemplos virtuosos de países que han hecho compatible la conservación con la caza controlada, está justo en ese concepto de control, de orden. No están tan lejos los casos en los que "la prohibición de la caza ha hecho entrar plagas y enfermedades" que han diezmado especies, destaca. El secreto reside en "el conocimiento de la naturaleza", en saber "cuántos animales hay y cuántos se pueden cazar" para que la biodiversidad no se resienta. En Alemania, remata, "para la obtención de una licencia cinegética se exige un examen dificilísimo?".

Para que se vea mejor, está su discurso en defensa de la ley de parques, aquello de Covadonga como el "santuario de la naturaleza", aquella necesidad de combatir "las arideces, los calveros, las estepas, todo lo que significa pobreza y miseria en el suelo nacional", pero también alguna anécdota menos institucional. "Fue un visionario", reincide Carmen Cañedo, "construyó este parque protegiéndolo de lo que iba a venir" y con plena conciencia de lo que hacía fue él quien instituyó el coto de caza. A Cristina Suárez-Infiesta Pidal le contó su madre, nieta del marqués, la historia de aquel día en el que durante la construcción de la carretera a los Lagos, también impulsada por él, "iban a derribar un roble que había en una esquina" y al grito de "que paren, que voy", Pidal "vino de Gijón a Covadonga y mandó trazar una nueva curva para esquivar el árbol".

Que era un hombre vehemente lo sabían bien en el Senado. Resulta que a Pidal, el político, le gustaba "escenificarlo todo" cuando subía a la tribuna de oradores. Y para que sus señorías calibraran con sus ojos las dimensiones de un problema muy actual, ahora y entonces, lanzó sobre la tribuna un hatillo enorme de libros equivalente a la pesada carga que, según su denuncia, debían acarrear los escolares en su camino a la escuela. En otra ocasión, acompañó la defensa de una iniciativa en favor de la sidra invitando a los senadores a beberla de un tonel y no está demasiado claro lo que sucedió cuando aquel ardor parlamentario tan suyo le llevó a desenfundar su revólver en el hemiciclo. El caso es, recuerda Suárez-Infiesta, que la familia conserva entre sus archivos el recorte de un periódico de la época que informa del episodio. En uno de sus márgenes hay una inscripción de puño y letra del marqués de Villaviciosa. Dice: "Tampoco fue para tanto".

Están en la escalinata que lleva a la puerta de "Villa San Pedro", y sobre el arco de medio punto que encuadra la puerta sigue el escudo de los Bernaldo de Quirós que recuerda a quien fue su dueño. "Después de Dios, la casa de Quirós". En una hornacina que hace esquina, incrustada en la fachada, también sigue mirando desde las alturas una imagen de San Pedro. En casa, Pedro Pidal era "muy simpático y muy cariñoso", dice su bisnieta que decía su madre. Fuera, también subió el primero al Urriellu (1904) y ganó la primera medalla olímpica española -plata en tiro al pichón en 1900 en París, adonde en realidad él había viajado para exhibir los productos de Fábrica de Mieres en la exposición universal del mismo año-. Siguiendo sus huellas, algunos de sus descendientes rehicieron su camino al cumplirse en 2004 el centenario de aquella primera ascensión al Naranjo de Bulnes y esa emoción vuelve ahora que otro cumpleaños de números redondos reclama otra vez el foco sobre la figura de Pidal. "En la vida me ha pasado casi de todo", confiesa Ágata Pidal, bisnieta del marqués, "pero nunca vi tan emocionado a mi marido -Ignacio Herrero, expresidente del Banco Herrero- como cuando llegué de vuelta a la base del Naranjo".

Al final de la cadena familiar, de momento, María y Juan March Herrero, nietos de bisnieta, 10 y 7 años, quinta generación de descendientes del primer marqués de Villaviciosa, han aprendido de él que "subió al Naranjo", que ganó una medalla en los Juegos Olímpicos, que "propuso la ley de los parques nacionales"... Cien años después, a ellos les impresiona sobre todo la gesta del Naranjo.

Compartir el artículo

stats