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El dilema de los Picos

El Parque nacional llega a centenario con una pesada herencia de conflictos y déficits de gestión y planificación cuya resolución condiciona su futuro

Los hermanos Iker y Eneko Pou, en la vía "Marejada Fuerza 6" del Urriellu. LNE

Un siglo del Parque Nacional de los Picos de Europa (en origen de la Montaña de Covadonga). Cien años de una idea visionaria y romántica, importada de Estados Unidos (se atribuye a George Catlin, autor de varios libros y de una amplia galería de retratos y escenas de los indios norteamericanos), que instauró un concepto en el que se ha basado desde entonces la protección de los grandes santuarios de la naturaleza mundial. El parque como un espacio armónico, idealizado, en el que ni falta nada ni nada sobra. Una visión que ha permitido la supervivencia hasta nuestros días de valiosas áreas que, de otro modo, habrían sucumbido a la voracidad de la sociedad moderna. Aunque ese sueño también ha producido pesadillas: el modelo no es perfecto y ha habido, y hay, fallos, conflictos, malas decisiones y malas prácticas, un uso erróneo o fraudulento y un entendimiento equivocado del espacio protegido y de su "marca" de calidad.

El primer parque nacional,Yellowstone, fue declarado en 1872. Su primer homólogo europeo se creó en 1909, en Suecia. Yellowstone se convirtió de inmediato en referente, en modelo. Octavio Bellmunt y Fermín Canella lo tuvieron presente en su monumental enciclopedia "Asturias", publicada en fascículos entre 1894 y1900, en la que proponen su figura de protección para Muniellos, la gran joya forestal asturiana. Pero quien realmente lo asumió como un propósito fue Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, que lo tenía en mente en 1905 cuando impulsó los cotos reales, con la sierra de Gredos como primer candidato, finalmente desestimado por mor de su pasión cinegética: prefirió seguir cazando cabras monteses. Diez años después retomó el proyecto (en 1907 lo había planteado sin éxito el senador y naturalista Odón de Buem) y lo concretó en una Ley de Parques Nacionales, presentada el 10 de febrero, aunque su aprobación definitiva se demoró hasta el 7 de diciembre de 1916.

La "gran concepción genial del pueblo americano", según la calificó el Marqués de Villaviciosa, introdujo una nueva perspectiva en la inquietud por la conservación de la naturaleza, que había empezado a manifestarse a finales del siglo XVIII. Sin embargo, el espíritu de la Ley de Parques Nacionales es más contemplativo que conservacionista, se relaciona más con la estética y la sensibilidad que con una preocupación real por la protección de los espacios naturales, su flora y su fauna.

El hecho de que los dos primeros parques nacionales españoles, Covadonga y el pirenaico Ordesa, sean espacios de montaña tiene mucho que ver con ese planteamiento, con la concepción de la montaña como un ámbito salvaje y desafiante, sano y sanador, inspirador para artistas y escritores. La protección de espacios naturales se presenta como un signo de cultura, de sensibilidad estética, y en la concepción original de los parques nacionales pesan mucho el aspecto recreativo, la apertura al público, la accesibilidad. Así lo recoge el propio artículo segundo del escueto texto legislativo: "Son parques nacionales, para los efectos de esta ley, aquellos sitios o parajes excepcionalmente pintorescos, forestales o agrestes, del territorio nacional, que el Estado consagra con el exclusivo objeto de favorecer su acceso por vías de comunicación adecuadas y de respetar y hacer que se respete la belleza natural de sus paisajes, la riqueza de su fauna y de su flora, y las particularidades geológicas e hidrológicas que encierran, evitando de este modo con la mayor eficacia todo acto de destrucción, deterioro o desfiguración, por la mano del hombre". Pidal quería que Covadonga fuese el primer parque nacional español por ser "el gran santuario de la Naturaleza por la grandiosidad de sus montañas, por la frondosidad de sus valles, por el colorido y el tono del paisaje", y porque esos valores se superponían a los históricos (batalla de Covadonga) y religiosos (La Santina). Atendiendo a esa particular idiosincrasia, se hizo coincidir la inauguración del parque nacional con el XII centenario del inicio de la Reconquista.

Es importante resaltar, por el peso que tiene en la historia del Parque, una reflexión que Pidal introduce en el Preámbulo de la Ley: "No basta preocuparse del acierto en la elección del lugar para asegurar el éxito de un parque nacional sino que es preciso procurarle el apoyo de la región en la que haya de establecerse, a fin de que ésta se convierta en su mejor propagandista y guardadora, siendo la primera en rendir justo tributo de admiración al santuario de bellezas naturales que posee". Ese apoyo ha existido por parte del Estado y, en general (con diferentes concepciones), de las comunidades autónomas (a partir de la ampliación de 1995 que dio entrada a Cantabria y Castilla y León), pero no del lado de los municipios, pese a que éstos son los beneficiarios más directos del espacio; en su balanza siempre han pesado más las quejas, el descontento, la desconfianza, incluso la rebeldía (los ayuntamientos asturianos han planteado salirse del espacio protegido en repetidas ocasiones) que el orgullo de la belleza y la riqueza natural, y aun las ventajas aportadas por el parque (subvenciones y afluencia turística). El geólogo, paleontólogo y arqueólogo Eduardo Hernández Pacheco, autor, en los años treinta, de una avanzada teoría del paisaje, vio un "vicio" en la transposición de la figura estadounidense de parque nacional al contexto europeo, muy humanizado y donde la protección de la naturaleza entra inevitablemente en conflicto con la propiedad privada y con los aprovechamientos del territorio.

Ese reparo, y otros colaterales, se plantearon en el Congreso con ocasión de la tramitación de la Ley de Parques Nacionales: ¿podrá el Estado incautar libremente los sitios elegidos para parques de propiedades privadas o municipales?, y, en tal caso, ¿no chocan las p rohibiciones y limitaciones inherentes a los parques nacionales con el derecho a la propiedad? Esas cuestiones, no resueltas, han lastrado los parques nacionales desde el principio, y lo mismo ha ocurrido con los parques naturales y otras figuras de protección de rango autonómico. Ha faltado mano izquierda para llegar a una respuesta, pero también, como hizo notar a Pidal el Conde de Romanones, que en 1915 presidía el Consejo de Ministros, faltó, y todavía falta, "la cultura del pueblo", la conciencia popular de que "devastar los bosques (el ejemplo obedece a la sensibilidad de la época hacia un patrimonio forestal en franco retroceso, pero puede extrapolarse a cualquier otro medio natural) es algo que puede ser contrario, no solamente al interés de la nación, sino a su propio interés".

La conflictividad que ha marcado de forma acusada la historia reciente del Parque, nació con él. Incluso antes de su declaración: en 1915, una comisión de ganaderos y agricultores de los terrenos afectados por el espacio protegido se desplazó a Madrid para recabar información sobre las consecuencias que tendría la declaración del Parque, suponiendo que serían negativas. Esa suspicacia nunca lo ha abandonado. Jesús Casas, actual director general de Desarrollo Rural y Agroalimentación del Principado, dirigió el Parque Nacional (también estuvo al frente de los de Doñana y Tablas de Daimiel) y lo definió como un espacio de gestión "compleja, difícil y casi siempre mal entendida", un defecto que atribuyó a las propias administraciones que lo han tutelado. "Durante décadas se ha visto a la administración gestora como algo ajeno, impuesto e insolidario". Ciertamente, el Parque Nacional nunca ha calado en la población.

Por otro lado, la gestión no solo ha entrado en conflicto con los municipios del Parque, sino que en numerosas ocasiones ha colisionado con los propios intereses de conservación: minicentrales eléctricas en los ríos, tendidos eléctricos, etapas de la Vuelta Ciclista con final en los Lagos, proyectos de construcción de teleféricos (el de Bulnes acabó por salir adelante, presentado como medio de comunicar a los vecinos con el exterior: un caballo de Troya para dar entrada a los turistas a la antesala del Picu Urriellu evitando la disuasoria caminata por el acceso tradicional a pie)... todo un rosario de polémicas, de batallas con los grupos ecologistas.

La más ardua ha sido, y es, la del lobo. El depredador y el pastor coexisten desde el Neolítico, manteniendo un pulso que se desequilibró a favor del primero cuando los pueblos empezaron a quedar desiertos y el ganado dejó de cuidarse. El lobo se convirtió entonces en el falso culpable de una crisis estructural, socioeconómica y también política (a raíz de la integración en la Comunidad Europea, que cambió las reglas del juego en el mercado), en moneda de cambio electoral, en la patata caliente que nadie quiere resolver como es debido. Así entran en escena los venenos, la caza furtiva, el tomarse la justicia por cuenta propia, las cabezas cortadas y los cadáveres expuestos en público. Oficialmente, los ganaderos sostienen que no persiguen el exterminio del lobo, pero los hechos, y los lemas y las declaraciones en las acciones de protesta, hablan por sí solos.

Otra cara del poliédrico parque nacional es la turística, los Picos de los 2,2 millones de visitantes anuales (el pico se alcanzó en 2004 y desde entonces ha disminuido por la contención de los años de la crisis), concentrados en dos puntos estratégicos: los Lagos (unido al real sitio de Covadonga) y la Garganta del Cares. Sin duda, el objetivo de abrir los Picos al pueblo y poner a su alcance las bellezas naturales que encierran se ha cumplido con creces; en demasía, a decir verdad.

¿Habrá un segundo centenario para el parque? Muchas cosas tienen que cambiar para que la idea de Pidal, puesta al día, no acabe enterrada por la barahúnda ni muera aplastada por la multitud de público hambriento de naturaleza a la carta. Una gestión coordinada y cohesionada (de verdad); unas directrices y unos planes libres de hilos políticos y con perspectiva de futuro; una gestión basada en criterios científicos y técnicos con la conservación como bandera, y una adecuada integración de la actividad agroganadera en ese marco (con contraprestaciones y también con deberes) son pasos imprescindibles para que el Parque Nacional de los Picos de Europa subsista, prospere y sea lo que debe ser.

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