El Día de Asturias nos invita siempre a reflexionar sobre nuestra identidad. A pensar qué somos, qué queremos ser y qué porvenir deseamos compartir. Este 8 de septiembre esas preguntas cobran aún mayor sentido: cuando celebramos 13 siglos del inicio del Reino de Asturias, afrontar, mirar cara a cara a esas interrogantes, se convierte casi en una obligación colectiva.

Año tras año, las primeras palabras de afecto y de apoyo de este mensaje van destinadas a la emigración y a quienes sufren mayores dificultades. En esta ocasión, debo dirigirlas, en mi nombre, en el del Gobierno y el de toda la sociedad, a las familias de las víctimas y a los heridos en el accidente de autobús de Avilés, una tragedia que ha conmocionado a España entera. A todos ellos les transmito nuestras más sinceras condolencias, nuestra solidaridad y nuestro respaldo. La respuesta a este tipo de sucesos también nos pone a prueba, mide nuestra categoría moral.

La relevancia de la conmemoración histórica a la que aludí no supera el dolor provocado por este siniestro, del mismo modo que tampoco alivia las necesidades ni aplaza las urgencias de las personas más necesitadas. Las que están sin trabajo, las que padecen enfermedades, carecen de recursos para llevar una vida digna, sufren violencia de género o cualquier injusticia, todas ellas son y seguirán siendo la prioridad del Gobierno del Principado; en el fondo, ellas constituyen nuestra razón de ser.

La referencia a los emigrantes no se reduce a un añadido, un mero recuerdo de cortesía para quienes están fuera. Recordemos una vez más que la emigración ha sido, con la industria, una de las grandes forjas de la Asturias contemporánea. Si hoy no la tuviéramos presente, si en este mensaje olvidásemos a las miles de personas que dejaron su tierra para buscar trabajo y una vida mejor, estaríamos pensando en una Asturias incompleta, amputada. Sin la impronta profunda y perdurable de la emigración no reconoceríamos nuestra identidad.

La celebración de los 1.300 años del nacimiento del Reino de Asturias supone un acontecimiento de primer orden. Sobresale el número, la larguísima y contrastable andadura, un patrimonio envidiable para cualquiera de los que rebuscan en el baúl de los antepasados con el afán de hallar restos y blasones para reconstruir o imaginar una historia particular que les proporcione argumentos para considerarse distintos, incluso superiores a los demás. Sin duda, en nuestro caudal de 13 siglos encontramos con facilidad motivos para sentirnos orgullosos. Destacan episodios heroicos, personalidades deslumbrantes, un arte único, cimas del pensamiento, la industria y la empresa. Y, con todo ello, hoy podemos constatar que Asturias tiene una fortísima identidad inclusiva, acogedora, que se afirma sobre sí misma y no contra otros, que no se empeña en subrayar las diferencias ni en convertir a los vecinos en extranjeros. También de ese rasgo hemos de sentirnos muy orgullosos.

La conmemoración de los centenarios de Covadonga no sólo nos proporciona una espléndida cumbre para mirar hacia atrás y repasar el ayer. Al fin y al cabo, nosotros gestionamos el presente, que es el tiempo en el que se conjugan todos los futuros. Desde la misma altura tenemos que mirar hacia delante, convencidos de que nuestra responsabilidad es trabajar por el mejor horizonte posible. Y si el Día de Asturias es una celebración común que se impone a las discrepancias, resulta también una ocasión propicia para defender la unidad ante las metas compartidas, esas que resultan imprescindibles para edificar el buen futuro que anhelamos.

Con esa ambición, debemos aprovechar el amplio consenso que existe hoy en nuestra comunidad para defender la actividad industrial frente a los riesgos que supondría una transición energética precipitada y dogmática. Hemos de hacerlo seguros de que con ello no nos anclamos a un pasado caduco ni nos negamos al cambio, sino que, al contrario, favorecemos la evolución hacia una Asturias más competitiva, industrialmente fuerte y al tiempo menos contaminada, generadora de empleo y de oportunidades. La mejora y finalización de las comunicaciones, la reclamación de un sistema justo y solidario de financiación y la exigencia de los recursos que nos corresponden sin tolerar discriminaciones ni tratos de favor son otras cuestiones irrenunciables. Propiciar y mantener la unidad en torno a estos objetivos nos dará más fuerza y pondrá a prueba el compromiso y sentido de la responsabilidad con nuestra comunidad autónoma. El Gobierno de Asturias tendrá siempre la mano tendida para favorecer grandes acuerdos políticos y sociales con estos propósitos.

Caso reúne este año las celebraciones del Día de Asturias. Cualquiera que haya visitado el concejo sabe que sobran las razones para volver, tanto por su belleza natural como por la hospitalidad de sus habitantes. Después de haber soportado meses las consecuencias del argayo que colapsó la carretera nacional, la organización de los actos festivos apenas supone un gesto de apoyo y compensación por tales dificultades. No hacen falta pretextos para acercarse a Caso, pero este 8 de septiembre ofrece además una excelente oportunidad.

Las celebraciones de Covadonga cuentan con la asistencia del jefe del Estado, el rey Felipe VI, la reina Letizia, la princesa Leonor y la infanta Sofía. Quiero que este mensaje concluya con la bienvenida del Gobierno a la familia real en nombre de toda la comunidad. Su presencia otorga a las conmemoraciones el máximo relieve institucional y les confiere una singular dimensión simbólica: conlleva, a la vez, reconocimiento y homenaje e implicación de la Corona con la historia de Asturias, con esa gran historia de 1.300 años, la historia del primer reino, que recordamos este 8 de septiembre. Es de justicia que el Gobierno del Principado lo agradezca públicamente.

Feliz Día de Asturias.