Cuando ayer por la mañana, el septuagenario Agapito Caldevilla se asomó al balcón de la residencia de ancianos de Cangas de Onís, no podía creer lo que estaba presenciando: dos grandes helicópteros blancos con un rótulo del ejército de España estaban aterrizando en el prado del asilo. Ya cuando comprobó que de ellos descendía la Familia Real, su sorpresa fue mayúscula.

La directora de esa residencia, el hogar Beceña-González, es la religiosa María del Pilar Díez, quien relata esta curiosa anécdota de la fugaz visita real. "El viernes recibimos una llamada de parte de la Casa del Rey por medio de un intermediario, diciéndonos que, quizás, al día siguiente, podría aterrizar en nuestra finca el helicóptero de los monarcas si por la niebla no pudiese hacerlo en Covadonga", cuenta Díez. De forma que se apuraron en llamar al jardinero para que cortase el césped y así facilitar una hipotética toma de tierra. "Antes del gran día, hicieron varias pruebas con hasta tres aparatos posándose sobre nuestro prado. Tal era la fuerza de sus hélices que rompieron dos árboles, por eso, por seguridad, tuvimos que meter a los residentes en el interior del edificio", afirma Díaz.

Ayer, los dos helicópteros aterrizaron en el asilo pasadas las once y media de la mañana. En el primero, iba el rey Felipe y la infanta Sofía; en el segundo, la reina Letizia y la princesa Leonor. "Los cuatro descendieron y se acercaron caminando hasta la puerta, donde saludaron a todos los que se agolpaban en las ventanas", acompañados de una cohorte de protocolo, seguridad y asistentes. Letizia y sus hijas entraron al recibidor de la residencia, donde aprovecharon para cambiarse de ropa (hay quien dice que incluso una peluquera local se acercó a retocarle el pelo), mientras el Rey, que mantuvo su traje, charlaba con las trabajadoras del asilo.

De esos momentos, todas coinciden en algo: la cercanía del monarca. Una de ellas, a la que la policía no dejaba sacar una foto (se prohibió tomar cualquier imagen antes de que la reina se cambiase de vestuario), se lo dijo a Felipe: "¡Majestad, que no nos dejan verle!". El Rey, según cuenta la directora, tomó la iniciativa y juntó a toda la plantilla para inmortalizar al grupo al completo, a las monjas y a algunos residentes que pudieron acercarse.

El monarca pasó además al interior del asilo, donde estampó una dedicatoria en el libro de visitas. Sin embargo, no pudieron hacer lo mismo su esposa y sus hijas. Pasado un cuarto de hora tras la partida hacia Covadonga, "un guardaespaldas vino a recoger de nuevo el volumen para que lo pudiesen firmar", relata Díaz, quien por la tarde recibiría de regreso el preciado ejemplar. "Sólo queda que nos visite el Papa", comenta para despedirse la directora del asilo entre risas.

"Fue cuestión de un cuarto de hora", asegura una vecina del lugar, quien pudo saludar a los miembros de la Familia antes de que blindaran los accesos a la residencia. "Son muy cordiales y amables, le dije a Felipe: 'No se quejará, ¡mire qué buen tiempo le hemos traído!', a lo que él comenzó a reír", cuenta. Tras despedirse, las hijas se subieron a un coche y los padres a otro, por una angosta calle de Cangas de Onís camino al Real Sitio, tras una inesperada visita guardada con gran celo por "razones de seguridad".