Fue posiblemente el momento álgido de una visita en la que los sentimientos estuvieron a flor de piel. El momento en que la futura Reina, humilde, con la fragilidad de sus doce años, de la mano de su padre, Felipe VI, presentó sus respetos ante la constantiniana y grave estatua de Pelayo, el primer Rey de Asturias. Fue como revivir aquel 1 de noviembre de 1977, cuando el Rey Juan Carlos acompañó a su hijo Felipe a Covadonga para recibir la Cruz de Príncipe de Asturias con la que simbólicamente se rubricaba su condición de Heredero de la Corona. Ayer, Leonor presentaba su delicada estampa ante el hercúleo Pelayo, con Felipe VI de maestro de ceremonias en este acto cargado de significados, y con la Reina y la infanta Sofía en un ligero segundo plano. Y es que se escenificaba no solo la continuidad de una institución de 1.300 años, superviviente de mil avatares, sino el viejo compromiso -que se remonta al siglo XIV- entre el Heredero de la Corona y Asturias, representada por sus más altas autoridades.

Y efectivamente, los actos de Covadonga tuvieron una nutrida presencia institucional. A un lado, el presidente regional, Javier Fernández. Al otro, los cinco antecesores en el cargo que aún viven: Pedro de Silva, Juan Luis Rodríguez-Vigil, Antonio Trevín, Vicente Álvarez Areces y Francisco Álvarez-Cascos. Junto a ellos, se encontraban desde la Delegada del Gobierno, Delia Losa, al presidente de la Junta General del Principado, Pedro Sanjurjo, representantes de la Fundación Princesa de Asturias, con su presidente, Luis Fernández-Vega, y su directora, Teresa Sanjurjo, a la cabeza, o representantes de Liberbank o EDP. El Gobierno central estuvo representado únicamente por el ministro de Agricultura, un casi desconocido Luis Planas.

Pero allí también estaba el pueblo llano, que evidenció con su entusiasmo el nexo de cariño que le une a la Familia Real, a pesar de lo acontecido en los últimos meses y años. Nada más aparecer los Reyes y sus hijas en la puerta de la basílica, tras la misa, el público estalló en vivas al Rey y a España, algunos lanzaron incluso el grito "puxa Asturies" y todos hicieron flamear las banderas asturiana, española y europea. Cualquiera hubiese pensado que estas fervorosas muestras de cariño tenían el aire de un desagravio. Un "Viva la Princesa de Asturias" lanzado por una mujer en medio del silencio hizo sonreir de buena gana al Rey, que, como siempre, se sentía cómodo entre los asturianos.

Mientras una voz en off iba desgranando los pormenores de la ceremonia, y el jefe de protocolo se esforzaba por anular cualquier conato de caos en la colocación de las autoridades, la banda de gaitas Ciudad de Cangas de Onís comenzó a entonar los acordes del "Asturias Patria Querida". El público se lanzó a cantarla espontáneamente, de corazón. Hasta el propio Rey Felipe no pudo evitar unirse al himno durante este momento mágico, mientras se encontraba en medio de la explanada junto a la Reina y sus hijas, que no deben conocer la letra, puesto que no lo cantaron.

No menos emotiva fue la ofrenda a Pelayo, en la que los niños Ángela Mori y Javier Escandón, cangueses de 11 y 12 años -los mismos que tienen las hijas de los Reyes-, y ataviados de asturianos, dejaron una corona de laurel a los pies de la estatua del primer Rey, mientras el gaitero Hevia interpretaba la conmovedora marcha "Belmonte de Miranda", tan melancólica como una vieja epopeya medieval.

El Rey felicitó a los pequeños, asegurándoles que se sentía "orgulloso" de lo bien que lo habían hecho a pesar de tener miles de ojos clavados en cada uno de sus movimientos. Tras la fotografía de rigor con las autoridades, los Reyes y sus hijas pasaron a la Casa Capitular, donde el presidente del Principado entregó a la Princesa de Asturias y a la infanta Sofía sendos obsequios.

A pesar del retraso que ya acumulaban los actos, los Reyes y sus hijas no quisieron evitar el contacto con el público y saludaron a las numerosas personas que se habían congregado a ambos lados de la Casa Capitular y el pasillo abierto entre la basílica y el Museo de Covadonga, donde tenían previsto visitar dos exposiciones. La Familia Real estrechó cientos de manos, se dejó fotografiar, incluso posando con alguno de los presentes, sobre todo niños, y la Princesa de Asturias recibió incluso algún beso, en la mejilla y hasta en la mano. Hubo incluso quien les hizo algún regalo. La Reina Letizia se mostró muy próxima e incluso quiso consolar a una niña que estaba afectada por el calor después de permanecer horas bajo el sol de justicia que caía en Covadonga. Y es que, a pesar de la solemnidad de los actos, la Familia Real quiso mostrarse ante todo cercana.