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JOSÉ MANUEL VALDÉS | Librero de viejo

"Quienes han salido fortalecidos con internet han sido los intermediarios"

"El consumidor analfabeto es perfecto, leer individualiza y al uniformar los gustos vendes lo mismo en Cabañaquinta que en Hong Kong"

José Manuel Valdés se asoma entre las estanterías del almacén de la Librería Anticuaria, en Oviedo. MIKI LÓPEZ

José Manuel Valdés (Quintueles, Villaviciosa, 1948), propietario de la Librería Anticuaria, en Oviedo desde 1974, repasa las vivencias vitales de su época adulta y reflexiona sobre el oficio de librero en la segunda y última parte de sus memorias para LA NUEVA ESPAÑA.

El secreto. "Esto es un secreto, algo que no quería contar hasta que falleciera mi madre. Para ella vender libros viejos era algo así como ser chatarrero, no entendía de estas cosas. Yo gracias a vender libros viejos tuve amistad con gente con la que no trata casi nadie en Oviedo. En el colegio, de Humanidades había aprendido mucho, pero de Matemáticas regular, y en Física y Química no había aprendido ni a formular. Viví de rentas en Magisterio, Física y Química era la única que me quedaba para terminar y falsifiqué la papeleta. Le dije a mi madre: ya acabé. No lo supo nunca. Tengo un grandísimo respeto por los maestros, pero yo soy librero, por encima de todo. Me gusta leer desde pequeño, cuando iba al monte con la vaca, cargaba con los tebeos de todo el pueblo, lo tenía todo leído y cuando no tenía qué leer iba por la cuneta recogiendo papelinos, cajetillas de cigarrillos, prospectos de medicamentos, latas... todo lo que tenía letras. En el colegio quería hacer dos cosas: una, leer toda la colección Austral desde el primer número, que era "La rebelión de las masas", de Ortega, que fue el que planeó esa colección. Las solapas las escribió Gómez de la Serna, que decía que era solapista porque escribía en las solapas; otra, aprenderme el Diccionario de memoria (yo entendía que aquel diccionario manual era el Diccionario)".

Una librería y una familia. "Siempre estuvo en la calle Marqués de Gastañaga. Tino Gómez y yo queríamos buscar un sitio por el Oviedo antiguo, pero no había nada acorde al poco dinero que teníamos. Si la pusimos fue porque el padre de Tino nos prestó el dinero, creo que fueron cien mil pesetas. Abrimos en enero del 74, creo, modestamente. Estuvimos juntos ocho años, porque él ya estaba casado y quería establecerse en Gijón. Nos separamos amigablemente y se portó generosamente. Yo seguí aquí, y aquí conocí a mi mujer, Isabel Rodríguez, que sacaba un perrín a pasear por el parque. Llevo casado con ella desde el 76. Ella es maestra y ejerció, aunque luego lo dejó. Una vez fue a preguntar por un libro, pero fui yo el que la abordé. Acerté. No es difícil convivir con un librero, yo soy bastante fácil en el día, soy optimista. Tengo un hijo que me salió buen rapaz, estudioso, hizo Derecho y prepara oposiciones. Es un gran bibliófilo, sabe más de libros que yo, pero no seguirá la profesión porque le tira el Derecho".

Portugal. "Viajé muchísimo buscando libros aquí y allá. Vivo permanentemente como librero y eso tiene una ventaja muy grande, porque hago continuamente lo que me gusta, pero tiene una desventaja, y es que te secuestra: disfrutas tanto que te impide disfrutar de otras cosas. A mí me gusta mucho ir a Portugal: si no fuera español sería portugués, viviría allí. La primera vez fui cuando la Revolución del 74. Fui con otro amigo en moto, a ver qué era aquello de la Revolución y tuvimos la suerte de que se nos estropeara la moto un viernes, quinta feira, en un pueblín, Cernache do Bonjardim. Preguntamos a unos rapazos a ver si había un taller, pero hasta el lunes nada; nos acompañaron, les invitamos y esa noche ya fuimos con ellos a una romería. El lunes arreglaron la moto, pero estábamos tan a gusto que nos quedamos quince días. Luego bajamos a Lisboa, con aquellos mítines en el Rossio, dándote panfletos, las pintadas... aquí era algo impensable. Entré en una librería de viejo y vi que estaba atiborrada de libros antiguos, porque cuando hay una revolución la gente rica coge miedo y marcha. Durante un tiempo aquello era el paraíso terrenal para libreros, anticuarios, nos juntábamos de todo el mundo. Yo iba a Portugal, cargaba el coche, hacía un catálogo, volvía... Llegué a ser muy amigo de los libreros, y mantengo la amistad. Fui de viaje de novios a Portugal, Alberto empezó a ir con 6 meses, aprendió portugués leyendo aquellos tebeos hechos en Brasil, "Cebolinha", "Cascão"? Tenemos todos un amor inmenso por Portugal".

Internet. "Fui una vez a Ámsterdam a comprar cartografía antigua cuando estaba empezando esto de internet, y allí un librero me enseñó una cosa que se llamaba Bibliofind. Fui de los primeros libreros en meterse en internet, porque era vecino puerta con puerta de Gustavo Bueno Sánchez, y ese hombre siempre está a la última. 'Mira, ¿quieres ver los libros que tengo del siglo XVIII?', me decía, daba a una tecla y hala; me fue enseñando y me fui metiendo. Y entonces aquel librero de Ámsterdam me mostró aquello, que era la librería de librerías, y hablo con Gustavo y le digo: 'Mira, había que poner esto aquí para la lengua española'; vamos a hablar con Adolfo Pisa, y creamos iberlibro.com. Lo hicimos de forma idealista, pasaron por allí los de Abebooks y nos lo compraron, y ahora pertenece a Amazon. Ya no es mío. Internet para mí supuso una gran desilusión: teníamos interiorizado que iba a servir para eliminar a los intermediarios y conectar directamente al que ofrece y al que compra, la realidad es distinta porque los que son potentes son los intermediarios, los que se hacen con la herramienta y la controlan".

Tiempos de crisis. "El mundo del libro está pasando por una crisis muy importante, primero por la caída del consumo y luego porque la electrónica le ganó la partida al libro. Además, para leer hay que tener ganas y tiempo, y si tienes en casa toda la distracción, películas, charlar con los amigos... ¿cuándo queda tiempo para leer? Y ahora lo antiguo está desprestigiado, estorba, lo que prima es estar siempre a la última. Están cayendo librerías como moscas. Yo llevo muchos años y sobrevivo gracias a internet. Antes se vendía el libro de segunda mano moderno, yo prefiero el antiguo, cosas que no tienen otros".

Fetichismo y globalización. "Compra gente muy distinta, coleccionistas. En la bibliografía hay fetichismo. Se lee menos y en esta sociedad se va a que no haga falta ni saber escribir. El consumidor analfabeto es perfecto, porque leer individualiza y uniformar los gustos es estupendo: le puedes vender lo mismo a uno de Cabañaquinta que a uno de Hong Kong. La de librero es una profesión muy buena porque aprendes de todo el mundo. Todo coleccionista es por definición un loco: el que colecciona libros de mariposas es un loco de las mariposas, si le escuchas un poco te da una clase, y vas aprendiendo".

Los clientes "curiosos". "Tuve clientes muy curiosos. Tierno Galván me compraba, siempre decía: 'Tenga un poco de consideración con el viejo profesor, porque no sé si sabe que mi sueldo de alcalde lo dono, y si me permitiera pagar en dos veces...". Una vez vino a dar un mitin en el Campo San Francisco y allí fui yo a llevarle una bolsa de libros. Le gustaban los libros antiguos, había hecho la tesis sobre paremiología, sobre refranes; recuerdo un ejemplar excepcional que le vendí de Álamos de Barrientos. Era un hombre de pico fino. Manolo Escobar me fue a pedir libros de arte, fue coleccionista de cuadros. Fue con los dos hermanos, y uno de ellos, el pequeñín, hablaba un andaluz muy cerrado y me decía: 'No tendrá uzté laiquifraiqui', y nunca le entendí; un día vi el libro y era "Layka Froyka", publicado en 1931 por Emilia Bernal. Cleta Claver, que vino a por una obra de teatro; Benet; Claudio Rodríguez, que es el poeta que más aprecio, me lo trajeron a las once de la mañana y el hombre ya llegaba un poco perjudicado. Siempre tengo libros de Claudio Rodríguez en la mesita de noche".

Ludopatía bibliográfica. "Si mañana me muero, pues digo: '¡Mira qué bien!, viví dignamente'. Nunca llegas a tener dinero, cada vez tienes más libros. Isabel se cabrea porque gasté siempre el dinero en libros. Ya cumplí 70 años, si estuviera picando piedra ya estaría jubilado; lo que hice fue acogerme a la jubilación activa y, mientras me lo permitan y no se me vaya la pinza, voy a seguir siendo librero. Si ahora me tocara la lotería, seguiría por ahí buscando libros. Pienso que esto puede tener algo de ludopatía: cada libro que compras no deja de ser una apuesta".

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