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Uno de cada cuatro asturianos sufre o sufrirá una enfermedad mental en su vida

"Ya no siento mi casa como una cárcel", cuenta una madre con pánico a los productos tóxicos

Uno de cada cuatro asturianos sufre o sufrirá una enfermedad mental en su vida

Uno de cada cuatro asturianos sufre o sufrirá una enfermedad mental a lo largo de su vida, según las estadísticas. Se trata de situaciones sobre las que lamentablemente hay muchísimo desconocimiento. Los enfermos mentales sufren las miradas indiscretas y las reticencias de quienes conocen sus casos. Bajo el mismo calificativo van desde quienes padecen una ansiedad, estrés o una depresión, hasta quienes tienen diagnosticado un trastorno obsesivo compulsivo, un trastorno bipolar o una esquizofrenia. Se trata de casos muy distintos que requieren de tratamientos personalizados y del apoyo psicológico de las personas que el enfermo tiene cerca. Al igual que no se juzga al diabético que se pincha insulina porque su páncreas no funciona correctamente, ¿por qué juzgar a quien necesita un ansiolítico para poder vivir con normalidad?. Ayer se celebró el Día de la Salud Mental, y segú la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2030 la depresión será el problema sanitario más frecuente.

Discapacidad laboral

No se puede olvidar que los trastornos mentales ya son la mayor causa de discapacidad laboral en el mundo. "Cuando tienes una depresión no hay nada peor que la gente te diga: 'venga, anímate', y tú no puedas ni levantarte de la cama. Por desgracia, abunda la ignorancia en la sociedad sobre estas enfermedades, hay muchos que creen que es una cuestión de actitud y, en realidad, es que en tu cerebro hay una causa física que provoca que tus niveles de serotonina no estén bien", explica una asturiana de 37 años diagnosticada de depresión desde hace cuatro y que ahora lleva una vida normal. "Trabajo, me siento bien y soy una mujer nueva. Estuve años pensando que vivir con esa angustia era normal y no me daba cuenta de que tenía una depresión y ataques de pánico que me llevaban a pensar que me iba a morir en ese mismo momento. ¿Cómo me iba a pasar eso a mí que siempre fui tan alegre? Un día, convencida de que me ocurría algo físico, me planté en el médico de cabecera y arranqué a llorar como una niña. De ahí me derivaron a salud mental y sigo un tratamiento como el que puede llevar un enfermo crónico de riñón o de corazón", señala Mayte Fernández. "Llegué a dejar de oír cuando me encontraba en crisis de ansiedad y a percibir la despersonalización, una sensación horrible en la que tienes la impresión de que te sales de tu propio cuerpo. Ahora he aprendido a llevar siempre en el bolso el Trankimazín, que me da la seguridad que necesito si veo que la ansiedad se desmadra", añade.

María López tiene 40 años y dos hijas. Y un trastorno obsesivo compulsivo (TOC) que le llevó a vivir en una "auténtica jaula" dentro de su propia casa. "Hubo un tiempo en el que me daba igual vivir que morir", dice. Todo comenzó cuando su perro se murió en el garaje. "Tenía un tumor y lo operamos varias veces, pero no se pudo hacer nada por salvarle. Entonces llamamos a una empresa de fumigación para que limpiase el garaje y ahí empezó mi tortura. Desde ese momento mi casa se convirtió en una jaula envenenada y era incapaz de tocar nada, porque sabía que estaba fumigado. No podía dar vuelta al colchón, ponía la lavadora de forma compulsiva, tenía terror a que mis hijas entrasen en contacto con algo fumigado, no tocaba las paredes?". Pero lo peor de todo es que López estaba convencida de que su visión era real. "Me daba igual lo que me dijesen, yo no podía con aquello. Luego empezaron los miedos a los insecticidas, a los sulfatos. No sabía cuánto tiempo era normal lavar un tomate y no me daba cuenta de dónde estaba metida. La gente con cáncer se puede morir, pero los enfermos mentales sin tratamiento no podemos vivir", concreta emocionada. Una tarde toda su familia, su madre, sus hermanas y su marido se sentaron frente a ella y le dijeron que no podía seguir así, que había que ir a un psiquiatra. "Arranqué a llorar, pero ahí comenzó mi lucha y mi vida. Siempre diré que Julio Bobes me salvó, y aunque nunca me van a gustar los insecticidas ahora puedo vivir. Tengo un tratamiento que probablemente sea para siempre, he engordado bastante, pero no siento mi casa como una cárcel, aunque hay días en los que aún todo me supera. Ahora también estoy con ayuda psicológica para poder ir afrontando cosas que no soy capaz de hacer sola. Comer un tomate sulfatado es un suplicio para mí, pero me estoy enfrentando a ello".

Con 29 años, Julia García asegura que cree que lleva teniendo ansiedad "toda la vida". Los ataques llegaron a ser de tal envergadura que era incapaz de controlar sus esfínteres, "sentía que se me paraba el corazón, no podía respirar. La gente no lo comprende, pero sientes la muerte", señala. Lleva medicada desde hace más de seis años, toma dos miligramos de Trankimazín y además Paroxetina. "De no ser por el tratamiento, no me hubiera enfrentado a muchas cosas. Me cuestan los lugares con gente, subirme a un avión y conducir por la autopista es todo un reto. Ahora estoy con tratamiento y puedo vivir, pero he perdido muchos años que nadie me va a devolver. Soy una persona normal, estudio, trabajo, tengo mis aficiones, pero necesito tres pastillas diarias para que mi cuerpo esté en orden", remata.

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