Michael J. Sandel no sabe lo que es el miedo escénico. Al contrario: lo suyo parece más bien una adicción al contacto con el público. Sus lecciones en la Universidad de Harvard, de tan populares que se han vuelto, se imparten en el Teatro Sanders de la prestigiosa institución norteamericana. Famoso por su acústica, el recinto cuenta con un aforo de 1.117 butacas que se han de sortear, al inicio de cada curso, para poder asistir a las lecciones de Sandel. Ayer, el filósofo, premio "Princesa de Asturias" de Ciencias Sociales, se enfrentó a un reto diferente en la biblioteca del Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo, ante un aforo más reducido (que se agotó en pocos minutos y obligó a muchos asistentes a instalarse en el Aula Magna para seguir la conferencia) y con un público que se manejaba, mayormente, en otro idioma. Pero nada de eso fue un problema para Sandel, que convirtió la vetusta librería ovetense en un aula de Harvard y logró implicar a los asistentes en un diálogo sobre moral y ciudadanía de hora y media.

"Esto no es una conferencia. Esto es un debate y por supuesto va a depender de la participación de los aquí presentes", alertó Sandel, al inicio del encuentro. "En democracias de todo el mundo, la política no funciona bien", continuó el filósofo, que detalló algunos los problemas derivados de esta situación: ciudadanos frustrados, el fracaso de los políticos y que no se aborden las grandes cuestiones morales y de valores. "¿Qué significa ser ciudadano?", preguntaba el filósofo, que puso a los asistentes, cara a cara con su propia conciencia moral.

Primer dilema

Una ONG montó un banco de alimentos en la localidad alemana de Essen. En los últimos años, ante la oleada migratoria, el banco registró un incremento de usuarios inmigrantes, que llegaron a ser tres de cada cuatro. Meses atrás, el director del banco decidió dar prioridad a los alemanes sobre los foráneos.

"¿Es una decisión acertada?", preguntó Sandel, que invitó a votar a los asistentes. Una mayoría consideraba que no. Fueron precisamente aquellas personas que rechazaban la medida las primeras en tomar la palabra, siempre en el idioma en el que se expresasen con más comodidad, aprovechando la traducción simultánea, y pidiéndoles únicamente que se identificasen con su nombre de pila.

"Uno no decide ser extranjero. El objetivo del banco debe ser alimentar a aquellos que pasan hambre", afirmó un joven, de nombre Javier. Pero pronto comenzaron a surgir voces discrepantes, y se entabló un intenso debate. "Antes de ayudar a los demás, es necesario arreglar tus propios problemas", defendió Manuel. "Primero hay que ayudar a los tuyos, a tu familia, a tu comunidad, y luego a los demás", añadió Marina.

La analogía con la familia satisfizo a Sandel, que abrió una variante del debate: "Los que creen que el banco de alimentos se equivocó en su decisión, ¿no darían prioridad a sus propios hijos antes de alimentar a otros?".

Raquel replicó al filósofo: "Daría la vuelta al argumento: la gente del país tiene redes sociales fuertes". "Presupone que los extranjeros no tienen redes sociales", le hizo ver Sandel. Pero fue a raíz de un diálogo con Javier, el primero en criticar la decisión del banco de alimentos, que Sandel hizo ver a dónde quería llegar: a la diferencia de baremo con la que afrontamos las obligaciones morales, en función de si se refieren a los más cercanos, la familia, o a otros.

Segundo dilema

Las autoridades suizas querían que la aldea de Oberwil-Lieli, en el cantón de Aargau, acogiese a 10 refugiados. Sandel remarcó que se trataba de una localidad muy pudiente, aunque no especificó hasta qué punto: en torno a 300 de sus poco más de 2.200 habitantes son millonarios. Las autoridades locales sometieron a referéndum si se acogía a los 10 refugiados o si, por el contrario, se hacía una colecta para pagar una multa al estado, de unos 250.000 euros, para no acogerlos. Ganó la opción de rechazar a los refugiados y pagar la multa.

"¿Hicieron algo mal?", preguntó Sandel. La mayoría de los presentes consideraba que sí. Pero la primera en tomar la palabra fue una mujer, de nombre Emilia, que opinaba lo contrario: "Creo que hicieron bien. Hay una cuestión clave que es cómo son acogidos los refugiados en los sitios. La integración es difícil. Y el dinero puede servir para ayudar a más refugiados".

Surgieron varias voces disconformes, y pronto prendió el debate. Pascal: "Lo que hicieron estaba mal por motivos humanitarios". Inés: "Si tienen dinero suficiente, tienen el dinero suficiente para ayudar a los refugiados".

Sandel cogió esa trazada: "Si la ley especificase que el dinero de la multa debería usarse íntegramente para ayudar a otros refugiados, para que otros pueblos acogiesen a más refugiados, ¿lo vería bien?". "En ese caso, sí", contestó Inés. Sandel asintió satisfecho, pero no por la respuesta en sí, sino por comprobar cómo, a través del diálogo, la joven había matizado su posición inicial.

Pero este argumento no satisfizo a todos. Otra joven, Bárbara, insistió en la necesidad de ser solidarios, y que el pago de una multa no puede servir para eximir a una ciudad de sus obligaciones morales. "Es un argumento poderoso", celebró Sandel, que la invitó a debatir con Emilia, e introdujo otra variable en la ecuación: "¿Cuál es la diferencia entre una multa y una tasa?". Emilia y Bárbara coincidieron en que una multa se impone por hacer algo mal, aunque seguían discrepando sobre la decisión del pueblo suizo.

Tercer dilema

La última cuestión que Sandel planteó a los asistentes entraba de lleno en el terreno de las identidades, individuales y comunitarias: "¿Deberíamos animar a que en las escuelas transmitan el orgullo de la región, de la nación o de Europa? ¿Cuál de los tres?". El público dudó. Un pasacalles de gaiteros se escuchaba en el exterior. "¡Las gaitas de Asturias han votado!", afirmó Sandel, disparando las risas del auditorio. Pero a mano alzada, ganó Europa por abrumadora mayoría.

Un joven, David, amplió aún más el foco: "Deberíamos decir el mundo, la humanidad". Sandel sometió esa propuesta a debate: de nuevo una gran mayoría la respaldó. Pero Fernando, un joven mexicano que reside en Asturias, dio un argumento diferente: "Considero muy importante mantener el orgullo por el territorio, porque de ahí nace la riqueza multicultural. Lo que traigo de México lo puedo intercambiar con un europeo, y eso nos enriquece a ambos".

"Los mayores retos políticos y las cuestiones morales más complicadas tratan sobre la convivencia de las múltiples identidades a las que debemos solidaridad. Las confrontaciones políticas más feroces tratan de decidir que comunidad importa más: familia, región, nación, Europa, humanidad. Es una encrucijada. Pero tenemos que contemplar estas lealtades como aspectos necesarios de las identidades múltiples que parecen ser ineludibles en el mundo en el que vivimos", explicó Sandel, a modo de conclusión, antes de explicar a los participantes el auténtico valor de la experiencia de esa jornada: el debate es una herramienta básica para la ciudadanía, y si se lograse incorporar al discurso político "nos llevaría a una democracia de más calidad".

Coda

Sandel salió ovacionado del Edificio Histórico de la Universidad. Poco más de una hora después, entró puntual en la Librería Cervantes. Allí le esperaban decenas de personas que deseaban que les firmase alguno de sus libros. Pero antes de empezar, el filósofo tomo una última vez la palabra: "Estoy impresionado con el cariño, la acogida y lo bien que me han hecho sentir estos días en Asturias. Es una experiencia espléndida, que voy a recordar durante mucho, mucho, tiempo".