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ROSITA MORÁN BARRO | Dueña de Casa Morán, hostelera y cocinera

"No se me pasa por la cabeza colgar el delantal, sólo lo haré cuando me muera"

"El otro día estaba sirviendo una mesa con el comedor a tope y un señor me preguntó qué tipo de gasolina utilizaba; me dio la risa y contesté que súper"

Rosita Morán, junto a una fotografía de Puente Nuevo en 1912. EMILIO G. CEA

"Autoridades, señoras y señores. En 1876 mis abuelos Griselda y Manuel fundaron la primera Casa Morán en Puente Nuevo, en el concejo de Llanes. Era una posada y una línea de viajeros con diligencias. Más tarde mis padres la continuaron en Onís. A ellos, a mis hermanos, a los que faltan, a los presentes, a los amigos y a mis colaboradores les dedico esta medalla que hoy me entregan. Agradezco a mis padres que nos hayan inculcado el amor a Dios y al trabajo y el respeto a los demás. Agradezco al Gobierno de España, que me honra con esta distinción, y a todos los que la hicieron posible, en especial al señor alcalde de Onís. Muchas gracias a todos y un beso". Con estas palabras, que aún recuerda con nitidez y que recita de carrerilla, Rosita Morán Barro mostró su agradecimiento, en el año 2007, en Oviedo, durante el acto de entrega de la Medalla de Plata al Mérito en el Trabajo. Uno de los momentos más importantes de su vida.

Nacida el 20 de marzo de 1934, y siendo la menor de diez vástagos junto a su hermano gemelo, Pepito, fruto del matrimonio formado por los llaniscos Ángel Morán Villanueva y María Barro Molleda, comenzó a trabajar en el emblemático restaurante Casa Morán de Benia de Onís con 15 años, una vez dio por concluida su estancia como interna en el Patronato San José de Gijón, regentado por las Hijas de la Caridad de San Francisco de Paúl.

Hoy lleva el negocio junto a sus sobrinos, los hijos de su hermana Conchita. En la cocina se basta ella sola para dar de comer a la legión de personas que reverencian sus platos. Es difícil que sus comedores no muestren un buen aspecto a cualquier día del año. Ahora, con el invierno a la vuelta de la esquina, cierra los jueves. Y nunca da cenas.

Por sus clientes siente pasión. " Me gusta mucho servirles y hablar con ellos. Es una parte muy importante de mi trabajo. Todos llegan y me dan un par de besos. Creo que no podría vivir sin todos ellos", dice.

- ¿Qué supone para usted este establecimiento?

-Yo trabajo aquí en honor a mis padres, a mi hermano Víctor, que era un gran entusiasta del negocio, por todos los clientes y para que la casa siga.

- ¿Qué signos de su carácter tiene Casa Morán?

-Siempre estoy con una sonrisa y me gusta ser atenta y cariñosa con la gente que viene por aquí.

- ¿Con qué impresión le gusta que salgan los comensales de su restaurante?

-Sólo quiero que de aquí salga todo el mundo contento después de haber comido bien.

- ¿Cuál ha sido el mayor halago que ha recibido en el restaurante?

-El otro día hubo una anécdota con un cliente que me hizo mucha gracia. Estaba sirviendo una mesa y teníamos el comedor a tope. Un señor me preguntó por la gasolina que usaba. Me dio la risa y le contesté que súper.

- ¿Por qué todo el mundo vuelve a Casa Morán?

-Me imagino que será porque salen contentos y les ha gustado la comida.

- ¿Cuál es el secreto de sus guisos?

-Gastamos buena calidad.

- ¿Ha sido el día que recibió la Medalla al Mérito en el Trabajo el más feliz de su vida?

-Fue uno de los más felices. A nivel profesional, sin duda. Recuerdo que cuando me concedieron la medalla estuve una semana entera colgada del teléfono recibiendo felicitaciones.

- ¿Piensa algún día en colgar el delantal?

-No se me pasa por la cabeza hacerlo. Únicamente lo haré cuando me muera.

Pocos objetivos y sueños le quedan por cumplir a Rosita Morán tras toda una vida impartiendo clases magistrales de cocina tradicional asturiana. La fabada, el pote, el cordero, la ternera o el arroz con leche son algunos de sus platos estrella. "La gente viene sobre todo por la fabada, el pote y el cordero", afirma. Confiesa que le gustaría dar de comer en Casa Morán a la Familia Real y, sobre todo, al Papa Francisco. "Mi Papa favorito fue Benedicto XVI", subraya.

Muy bien relacionada gracias a sus contactos ganados a pulso en su restaurante, el pasado 8 de septiembre fue una de las invitadas que departieron con la Reina Letizia, con Leonor, Princesa de Asturias, y con la Infanta Sofía durante la recepción que ofrecieron con motivo de la visita de la Familia Real a Covadonga. A Felipe VI le conoció y le saludó siendo Príncipe, en 1994, durante el viaje que hizo a Onís para entregar el premio "Pueblo ejemplar" a los Pastores de los Picos de Europa. Sus amigos Emilio Tomé de la Vega, general de brigada y jefe del gabinete de planificación y coordinación de la Casa Real; y Alfredo Martínez, jefe de protocolo, le enviaron la invitación para asistir a los actos con el resto de personalidades. "Cuando supe que iban a venir y que me iban a invitar me compré un vestido".

La energía que gasta Rosita en su negocio hace que en los días de gran faena por el verano su despertador suene a las seis de mañana para meterse en la cocina minutos después y no salir de allí hasta la una de la tarde. "A esa hora ya lo tengo todo más o menos listo", sostiene.

No se cansa de repetir que le gusta y apasiona el trato directo con los comensales. Para la gran dama de la cocina tradicional asturiana cocinar, servir ella misma los guisos que prepara y departir con la gente que se chupa los dedos con la comida que sale de sus fogones es todo uno. Algo prácticamente indivisible y, probablemente, la fórmula que la hace tan querida y respetada por todo el mundo.

Por las tardes, después del trabajo bien hecho, a eso de las cuatro, le gusta sentarse y descansar. Es su momento de relax. "No soy de salir de paseo. Salgo muy poco. Si acaso al cementerio (donde están enterrados sus padres y hermanos) o a casa de una prima. Lo que me gusta es leer", confiesa. El de las biografías es un género que le atrae especialmente. A las once se mete en la cama para recargar las pilas. Al día siguiente, con la mejor de las sonrisas, le espera la misma rutina.

Está tan metida en su negocio, su verdadera pasión, que es muy difícil, prácticamente imposible, que salga de la cocina y se vaya de vacaciones. "Este año cogí tres días en septiembre para ir con la parroquia a Ávila y el año pasado a Fátima", dice. Sus salidas fuera de España se reducen a la visita a Fátima, en la vecina Portugal, a Venezuela, hace 35 años, para visitar a sus hermanos, y en 2010 a Roma para acompañar a Jesús Sanz Montes, uno de sus clientes y amigo, cuando recibió el palio de manos de Benedicto XVI. "Es una gran persona", dice de él. "También estuve en Valencia para asistir a la toma de posesión de Carlos Osoro como arzobispo de Valencia", cuenta.

A sus 84 primaveras y con una brillantísima carrera a sus espaldas tiene las ganas intactas de seguir al frente de Casa Morán. Entusiasmo le sobra. Cualquier otra persona en sus mismas circunstancias viviría del prestigio ganado. Pese a que ya no tiene absolutamente nada que demostrar a nadie, Rosita Morán Barro dice con la mayor sinceridad del mundo y mirando a los ojos que incluso trabaja y se esfuerza para mejorar día a día sus guisos. Es lo que tienen los genios y los triunfadores, que jamás se cansan de demostrar que su fama, ganada a base de trabajo y reconocida con medallas, es merecida.

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