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Diplomático, exdirector del Gabinete de la Presidencia del Gobierno con Adolfo Suárez y exjefe de la Casa del Rey

Alberto Aza: "No es un problema de reforma sí o reforma no, sino de reforma constitucional ¿para qué?"

"Lo que ha sido sólido, eficaz, estabilizador, modernizador, positivo disfrutémoslo, aprovechémoslo, no lo estropeemos"

Alberto Aza, en la Junta General del Principado. LUISMA MURIAS

Fue un hombre de la máxima confianza de Adolfo Suárez en los años de la Transición y también una persona muy cercana al Rey don Juan Carlos. Alberto Aza Arias (Tetuán, 1937) es un diplomático asturiano (llegó a ser embajador en el Reino Unido y México) que vivió directamente, a pie de obra, los entresijos de la negociación y el nacimiento de la Constitución española que ahora cumple cuarenta años. En esta entrevista realizada en su despacho del Consejo de Estado, en Madrid, habla de la Carta Magna y de su posterior desarrollo, pero también de Cataluña, de los partidos políticos, de la justicia, de la corrupción o de Gibraltar. Y por supuesto, de Asturias, su tierra.

- ¿Cuáles fueron, en su opinión, los momentos claves en el proceso de negociación de la Constitución?

-El primero es en el que se define y se decide la forma de Estado. De qué manera la solución que se da a esta forma de Estado es la cuadratura del círculo del proceso de transición, es decir, de donde vienen las legitimidades, eso es fundamental, porque a partir de ahí viene toda la estructura del Estado. El segundo creo que es la solución que se da al problema de la descentralización política y administrativa. La discusión fue profunda y la solución de compromiso es la que estamos viviendo hoy, que tiene, como vemos todos los días, el componente de la conflictividad, pero en todo caso de un diálogo permanente entre el Estado y la Administración periférica, ahora autonómica.

- ¿Cuarenta años después de su aprobación en referéndum cree que habría que poner límites a una posible modificación de la Constitución?

-Modificar la Constitución para adaptarla a los cambios del momento histórico y del mundo no significaría mostrar ninguna debilidad, la Carta Magna está preparada para eso. Lo que está hoy sobre la mesa, por lo menos por parte de determinados grupos, es el abordar una reforma constitucional para cambiar el sistema, la forma de Estado; ahí es en donde yo discrepo. Eso no es necesario. Las cosas que funcionan no tienen por qué ser modificadas. Cualquier cambio en el vacío implica una inestabilidad y un viaje no sabemos adónde. Lo que ha sido sólido, eficaz, estabilizador, positivo, modernizador del sistema político español disfrutémoslo, aprovechémoslo y no lo estropeemos.

- Dicen que en la política española ahora todo va muy rápido. Recordando los tiempos de la Transición da la sensación de que la cosa pública iba a más velocidad que ahora, aunque ¿quizá se pensaban más las cosas, se profundizaba más?

-Yo sé al ritmo que íbamos entonces y lo que se pensaba. El ritmo de ahora, como no estoy en cocinas, no lo puedo valorar. Entonces los cambios eran cambios de verdad, cambios profundos y casi semanales. Si uno ve la trayectoria de la Transición se percata de que en tres años se da la vuelta a España, con la Constitución deja de ser la España del 75. Así de claro. Allí sí hubo un cambio del sistema, un cambio de sistema en un mínimo tiempo, y con un éxito rotundo. Se produjo una concentración de acontecimientos jurídicos, políticos y constitucionales como no los ha habido muchas veces en nuestra historia.

- Y con el añadido de la violencia y el temor a la involución.

-Hay gente ahora que no sabe o se ha olvidado de lo que pasó. Aquello no fue un camino de rosas, hubo obstáculos porque al final el cambio también tenía sus opositores. En mi opinión, esa oposición venía fundamentalmente por la derecha, no por la izquierda. La izquierda española se sumó a la reforma y gracias a esa convergencia de fuerzas conservadoras y no conservadoras salió adelante con el proyecto de reforma política.

- ¿Cómo ve las críticas, las descalificaciones a la Transición, a unos años que dieron paso al periodo democrático más largo en España?

-Primero, me apena; segundo, me desconcierta, y tercero, no lo entiendo. No se comprende lo que se pretende, entre otras cosas porque no se explica. No lo puedo compartir. Si yo tuve que cumplir cuarenta y pico años para votar por primera vez, ¡cómo no voy a estar satisfecho con el régimen de la Constitución actual y con el cambio político que hemos conseguido! Si yo ahora tengo Seguridad Social, que no la tenía. Desde el punto de vista de las libertades es evidente lo que se logró, y desde el punto de vista de las ventajas sociales que hemos adquirido no hay quien ponga pega alguna. Y en lo que respecta a la seguridad política estable del sistema, pues hemos pasado de la incógnita de no saber qué iba a suceder cuando se muriera un señor a la certeza de que si fallece el jefe del Estado aquí no ocurre nada porque está todo constitucionalmente determinado para que España siga funcionando con tranquilidad ¡Cómo voy a comprender que esto se quiera destruir, deshacer todo lo conseguido!

- ¿Y a qué pueden ser debidos estos ataques a la Transición? ¿Quizá a falta de preparación, a desconocimiento histórico?

-No, no creo, el país está muy preparado. La sociedad está siempre en ebullición política y en ebullición intelectual y puede haber un sector de la población que entienda que el sistema político que tenemos no es el más adecuado para el país, pero que se diga y se proclame a mí no me convence ni me convencerá. El sistema que hemos escogido es un sistema fantástico, en donde hemos vivido, convivido, crecido y en el que podemos seguir creciendo.

- ¿Pero se puede convencer a estas personas de que el proceso de transición de una dictadura a una democracia no es igual que los cambios que se pueden realizar ahora, si es que se considerasen necesarios? ¿Y cómo se hace?

-Creo que se puede hacer con honestidad política, planteando los temas sin segundos programas ni agendas ocultas. Entonces se abriría un debate limpio y transparente, que en este momento no existe. Pienso que con diálogo, con sinceridad, con una honestidad política muy superior a la que tenemos ahora probablemente se daría paso a una situación mucho más razonable, y así poder recuperar el espíritu de la concordia, que fue una de las claves del funcionamiento del Estado y de la sociedad española en estas últimas décadas. Cualquier reforma política, cualquier movimiento sociopolítico que fuera en contra de este principio de la concordia lo recibo con muchísimo temor. La concordia y el diálogo fueron esenciales en aquel proceso y considero que siguen siendo instrumentos fundamentales.

- Alguien como usted que conoce muy bien Cataluña, que está casado con una catalana, que habla catalán y que estuvo con el expresident Tarradellas en su primera visita a Madrid tras su regreso del exilio, ¿cómo opina que se debe abordar este grave problema?

-Llorar ahora por la leche derramada no vale la pena. Probablemente se ha perdido mucho tiempo, la solución se tenía que haber encontrado hace años. Tendría que haber un procedimiento, no sé cuál, para que el debate en Cataluña fuera un debate racional y no emocional. Si se cree que la solución en Cataluña es estrictamente emocional por encima de lo intelectual, el tema está perdido. Hay que volver a enfriar las pasiones, los sentimientos. El pensamiento frío es en este caso mucho más constructivo, más pacífico. Es mucho más fácil mover las emociones que las ideas, pero la clase política tiene que entender, aquí y allá, que como sigamos por la vía emocional vamos a una divergencia muy grande y a una división de la sociedad catalana (incluso en el seno de las propias familias) muy preocupante.

- ¿Pero no estaremos quedándonos sin tiempo para encontrar una solución?

-Hay que buscar este tiempo. Debería hacerse todo lo necesario. De alguna forma alguien tendrá que poner un poco de orden en los corazones y en las pasiones. La clase política catalana es fundamentalmente la responsable de esta situación emocional. Podrá no ser responsable de lo que se pueden llamar agravios comparativos, pero desde luego es claramente responsable de la situación emocional y le correspondería a ella comenzar a pensar que hay que enfriar los sentimientos y las pasiones para poder sentarse a una mesa a hablar.

- ¿Qué cambios constitucionales concretos cree que son necesarios después de 40 años, si es que cree que es necesario alguno?

-No lo sé. Yo no soy un experto constitucionalista y no me atrevería a entrar en el fondo de la cuestión. Sabría decir, quizá, lo que no quisiera que se cambiara, que es casi toda la Constitución. No habría que tocar la forma de Estado, los derechos, los principios de separación de poderes, los reconocimientos sociales (algo ejemplar), etcétera. Es más difícil decir lo que hay que modificar y, en vista de que no lo sé muy bien, cuantos menos cambios, mejor.

- ¿Pero le asustaría que se plantearan reformas?

-Aquí no es un problema de reforma sí o reforma no, sino de reforma de la Constitución ¿para qué? Si es para algo útil, se puede hacer; si es para complicar la vida de los españoles, mejor no reformarla.

- Algo se habrá hecho mal para ese cuestionamiento del sistema por parte de determinados sectores de la sociedad española. Me refiero, sobre todo, a la corrupción.

-Honestidad hay mucha. Pero aquí y en otros sitios cercanos del mundo también hay deshonestos. Nosotros estamos concentrados en los dolores que nos proporciona nuestra corrupción porque la conocemos y la tenemos cerca. El caso es cómo salir de esta situación. Pues con la justicia en la mano, teniendo una justicia más eficaz, con mayores recursos, y con una colaboración leal de la información. Tiene que ser la información correcta, lo más fría posible, jurídicamente bien analizada. Lanzarse a la información emocional o simplemente partidaria me parece que emborrona mucho el ambiente y contribuye a pensar que la mancha es más grande de lo que en realidad es. Justicia, información, formación y un Estado que distribuya bien, porque es cierto que el malestar que ha dado lugar a la aparición de partidos nuevos no es estrictamente el tema de la corrupción, es éste envuelto en un periodo de vacas muy flacas y en otra etapa aún más amplia de carencia de mensajes políticos atractivos y probablemente de falta de liderazgos por falta de ideas. Todo esto lo que hace es debilitar el contenido de la relación política con los ciudadanos. Si a eso se le añade que la ausencia de mensaje y de contenido político es sustituida por el crecimiento de los aparatos de los partidos, y que estos en lugar de ser una correa de transmisión con la ciudadanía son un lugar en donde se hace carrera política sin más, tenemos una explicación a lo que está pasando. Los partidos deben ser algo más que una máquina electoral, tienen que ser algo muchísimo más profundo, más serio, tal como lo reconoce la Constitución.

- Hablaba hace un momento de la justicia como mejor opción para abordar el grave problema de la corrupción y también de la colaboración leal de la información. Pero no parece que una y otra, eso sí, por motivos diferentes, pasen por sus mejores momentos.

-Considero que a los medios de comunicación les afecta mucho el cambio tecnológico. Estábamos acostumbrados a un modelo de trabajo que, naturalmente, va junto al contenido, y si se ha cambiado el esquema de funcionamiento pues tiene que afectar también a los contenidos; no falla. Los medios, la sociedad tendrán que autorregularse de alguna forma para asimilar esta revolución, que como toda revolución lleva su tiempo. En cuanto a la justicia, el Consejo General del Poder Judicial puede fallar por la manera en que los políticos se interesan por él, piensan que están legitimados para intervenir. Si uno tiene una conciencia de Estado, si uno está pensando en lo que es la justicia más que en la influencia de un partido, el sistema va a funcionar. Si no es así, tendrá defectos, lo que no impide que la mayoría de las personas que son designadas son personas que tienen una dignidad y una independencia, una personalidad y preparación incuestionables; algo todo ello que debería darnos más margen de confianza que de desconfianza, que es lo que se está empezando a crear en estos días por un incidente desgraciado o por la mala gestión de algunos asuntos. Creo que se ha sembrado un estado de alarma que no es justo.

- Da la impresión de que en este momento en España no hay cabida para la paciencia.

-Los tribunales en este país son ejemplares. Ojalá todos los jueces del mundo fueran como los jueces y los tribunales españoles, porque aquellos que tienen problemas de justicia de verdad iban a notar una mejora espectacular. La vida está llena de pequeños tropiezos, de pequeños incidentes. Si uno se cae por la escalera, eso es un incidente, lo cual no implica que haya que cambiar la escalera. Lo que hace falta es que la próxima vez se baje con más cuidado. No vayamos a sacar las cosas de quicio. La escalera sigue siendo buena, la organización judicial sigue siendo buena, las personas que entran en la carrera judicial y ascienden en ella son, en el 99 por ciento de los casos, gente con una profesionalidad, dignidad, honestidad que dan a este país una seguridad jurídica envidiable. Yo he estado por el mundo, por muchos sitios, y he visto lo que se llama inseguridad jurídica. A las puertas de Europa e incluso en Europa a veces.

- Es como si en España tuviéramos en ocasiones graves problemas de incomunicación.

-La sociedad quizá queda desbordada por la comunicación, por la posibilidades de comunicación, por su velocidad y por la brevedad de las notificaciones; es decir, por la falta de reflexión. Se mandan unos datos, unas emociones, pero no hay análisis. El periodismo de análisis de antes probablemente tenga que reinventarse, que reformarse, hacer algo para volver a ser un elemento que tenga capacidad de despertar, de estimular el debate y el juicio en la mayor parte de la población.

- Gibraltar es una preocupación suya desde los tiempos en los que era embajador en Londres, ¿los últimos acontecimientos de la cumbre europea sobre el "Brexit" implican algo distinto a lo ya conocido?

-Es sólo una repetición de la reivindicación histórica. Usted no puede disponer de Gibraltar sin contar conmigo. Este es el resumen de la historia de lo sucedido. Lo que parecía una engatada probablemente británica, la presencia de un artículo con espíritu de sonámbulo, venía de alguna forma a quebrar la doctrina tradicional. Creo que las posiciones están más o menos en el mismo sitio. Veremos qué medidas se aplican en función del estatus territorial y jurídico que tenga la colonia en el ámbito de la Unión Europea.

- ¿Es posible el optimismo en este asunto?

-A medio plazo yo creo que optimismo poco. No sé cómo evolucionará la salida del Reino Unido de la UE, no sé cómo va a acabar esto. Lógicamente va a influir. Los gibraltareños cuentan con lo mejor de las dos partes y, por lo tanto, qué necesidad tienen de cambiar de estatus. Ahora, si llegara un momento en que su situación fuera otra, probablemente acabarían pensándoselo y no tendrían nada más que una salida, que es llegar a un acuerdo con los españoles.

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