Tarde-noche del sábado, 23 de diciembre, en Oviedo, Gijón o cualquier otra ciudad o pueblo asturiano. Las calles y los bares están llenos como pocas veces a lo largo del año. No de turistas, ni de visitantes accidentales, sino de asturianos y asturianas que vuelven a casa por Navidad. Asturianas de Londres y de Zúrich, asturianos de Grenoble, de Nueva York o de Shanghái, miles de asturianas y asturianos de Madrid y algunos menos de Barcelona, que convierten estos días a Asturias en capital de los reencuentros.

Las pandillas de amigos doblan su número y las calles huelen a sidra y cachopo que nutren la celebración, pero también a queja y a malestar ante la situación de abandono y decadencia de nuestra tierra. Uno de los temas estrella de estos días es la odisea que supone llegar a Asturias, volver a casa. Empezando por el aeropuerto con la pérdida de conexiones internacionales y unos vuelos a Madrid con precios propios de un viaje transatlántico y que obligaron a muchas personas a cambiar en estas fechas la conexión en Barajas por el tren, el Alsa o el Blablacar.

Quienes optaron por la carretera se toparon con el agravio del peaje más caro de España en la autopista del Huerna que por obra y gracia de Francisco Álvarez-Cascos se eterniza mientras se extinguen los peajes de otras autopistas españolas. Quienes fueron previsores y pudieron hacerse con un billete de tren se las tuvieron que ver con una de las líneas más lentas de la red estatal, con el tramo interminable -aunque precioso, eso sí- entre León y Asturias, que sigue transitando por la decimonónica rampa de Pajares, y cuya alternativa continúa en obras tras diez años, 3.500 millones invertidos y un sinfín de chapuzas en la ejecución.

Pero más allá de la percepción de abandono en transporte e infraestructuras, recorre nuestra tierra un sentimiento más profundo, que no por ser ya conocido duele menos: el sentimiento compartido por quienes marcharon y que ven remota la posibilidad de volver, que ven más posibilidades de cambiar de país e incluso de continente que de regresar a Asturias o tan siquiera a España, porque, al contrario que aquí, en muchos casos en el extranjero nos valoran y nos pagan por lo que valemos.

La actual oleada migratoria no se asemeja a la de nuestros tíos o nuestras abuelas. Ahora quienes se van no lo hacen con una mano delante y otra detrás, como las generaciones precedentes, sino con másteres universitarios y con formación en idiomas. Esta juventud asturiana que se marcha está a la cabeza de España en formación, pero a la cola en opciones de empleo, emancipación y natalidad.

En diez años se han ido más de 15.000 jóvenes en un fenómeno migratorio sobre el que el insigne Vicente Álvarez Areces frivolizó tildándolo en su momento de «leyenda urbana». Esta diáspora ya se ha asentado como característica estructural y endémica en la economía asturiana, una economía que expulsa el talento, que solo es capaz de retener a los jubilados y nos hace ostentar el dudoso honor de ser la comunidad más envejecida de España. Si no se revierte esta tendencia estaremos condenados a la muerte paulatina de nuestra tierra, una muerte con sedación mientras duren las prejubilaciones, pero que terminará siendo agónica en un par de décadas, con Asturias convertida en poco más que una reserva natural con paisaje y sin paisanaje.

Ante esta situación, los gobiernos reinciden en errores del pasado, liquidando industrias a golpe de prejubilaciones mientras anuncian medidas cosméticas que acaban siendo caricaturas de sí mismas, como el plan de retorno de talento del Principado, que ha conseguido llegar a la pasmosa cifra de€ dos beneficiarios. El Gobierno central ve a Asturias como una comunidad que creció por encima de sus posibilidades con el dopaje industrial del siglo XX y poco le preocupa el futuro de esta tierra si logra mantener unos años más el 'status quo' del presente sin que se destapen del todo las responsabilidades en el pasado del partido del Gobierno.

La juventud asturiana hace años que es consciente de que nos están echando, el siguiente paso es cobrar consciencia de que el futuro de Asturias pasa por que podamos volver.

Tenemos los mimbres para construir un nuevo cesto: jóvenes con alta formación, conocimientos y experiencia laboral internacional. Solo falta empoderamiento como colectivo y un plan decidido por parte de la Administración para que haya gente dispuesta a emprender la odisea del retorno sin que sea una travesía plagada de amenazas e inseguridades como la Odisea de Ulises. Retornar para retomar el reino y la tierra, igual que en la obra de Homero, y para construir un proyecto de futuro, esa es la Odisea, con mayúscula, a la que se enfrenta nuestra generación. Estas fiestas, cuando constatamos lo fuertes que podríamos ser si todas y todos estuviéramos aquí, son un buen momento para reflexionar sobre la necesidad de afrontar con urgencia este desafío.