Gil Carlos Rodríguez Iglesias, gijonés criado en Sama (Langreo) y primer juez español y luego presidente del Tribunal de Justicia de Luxemburgo, falleció ayer en Madrid a los 72 años, dejando huérfanos a juristas nacionales e internacionales, por la profunda huella que dejó como profesional y como persona en los años que dirigió un órgano de tan enorme complejidad. Acabó su vida profesional como la empezó: enseñando. En 2003 regresó a España como catedrático de Derecho Internacional Público de la Universidad Complutense de Madrid y titular de la Cátedra Jean-Monnet de Derecho comunitario europeo. También fue director del Instituto Elcano. La capilla ardiente se encuentra en Alcobendas, en el tanatorio de La Paz y está previsto incinerarle hoy en Madrid.

Entre los casos más complejos y de transcendencia que atendió al frente del Tribunal Europeo, y también la más mediática, figura la bautizada como "sentencia Bosman", que afectó a los fichajes futbolísticos en la UE. Y también un fallo contra el Parlamento británico por el que los españoles fueron indemnizados al ser excluidos de la cuota pesquera.

Una de las máximas de Gil Carlos Rodríguez Iglesias era "abrir" a los ciudadanos la Corte de Justicia Europea que él presidió entre 1994 y 2003. Y esa misma apertura la utilizaba con quienes se acercaban a él. De ahí que los halagos a su excepcional capacidad y talento como jurista vayan en paralelo a los de su humanidad, sencillez y humildad.

Descrito como "el más brillante jurista español", Gil Carlos Rodríguez fue presidente del Grupo de Sabios encargado por el Comité de Ministros del Consejo de Europa de examinar la eficacia a largo plazo del mecanismo de control del Convenio Europeo de Derechos Humanos. Recibió seis Doctorados Honoris Causa, entre ellos el de la Universidad de Oviedo. Los méritos de Gil Carlos Rodríguez fueron reconocidos con las más prestigiosas condecoraciones, como la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil; la Gran Cruz de la Orden del Fénix; la Gran Cruz de la Orden Nacional Estrella de Rumanía; la Grande Ufficiale de la Orden del Mérito de la República Italiana; la Gran Cruz de la Orden del Mérito del Gran Ducado de Luxemburgo; el Grand Officier de la Orden Nacional del Mérito de la República Francesa, y la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica.

Su esposa, Teresa Díez, y sus hijas Elena y Bárbara, aún no se podían creer ayer el fallecimiento de su marido y padre. Pese a que estaba enfermo desde hacía un tiempo, "fue una muerte muy repentina", señaló Elena en atención a LA NUEVA ESPAÑA, que le concedió su distinción "Asturiano del mes" ya en 1996.

Tampoco se lo podía creer su amigo Francisco Sosa Wagner, ni el jurista Mariano Abad, primer presidente del Consejo Asturiano del Movimiento Europeo y quien fuera su profesor en la Universidad de Oviedo. "El alumno se convirtió en maestro de maestros. Era brillante, y si de la Universidad de Derecho de Oviedo salieron muchos internacionalistas, él es el único que ha alcanzado el puesto no político más importante en cuatro siglos de historia de la institución".

Ignacio Vidau, presidente del Tribunal Superior de Justicia de Asturias (TSJA), coincidió con el profesor al destacar que Gil Carlos Rodríguez era "sin duda un jurista de referencia y de prestigio internacional, que alcanzó las más grandes cotas que se pueden alcanzar en nuestra profesión. Una persona maravillosa, que siempre mantuvo sus lazos con la justicia asturiana y los que pertenecemos a ella. Sin duda es una perdida irreparable".

El economista y director de los Cursos de La Granda, Juan Velarde, mostró ayer su "profunda consternación" por el fallecimiento de Gil Carlos Rodríguez, que impartió varios seminarios estivales. "Era un intelectual universitario muy fino, y eso siempre se agradece de manera extraordinaria. Me asombró siempre su profundo conocimiento de la realidad y los problemas de Europa y su seriedad en el análisis". Según Velarde, "la única manera de que este mundo funcione es teniendo especialistas, y él era un brillante jurista". Pero además, "era muy buena persona y muy humilde, y siempre que acudimos a él nos ayudó".

Paz de Andrés, catedrática de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad de Oviedo, compartió horas de trabajo con Gil Carlos Rodríguez en La Granda. "Su fallecimiento ha conmocionado a todos que nos dedicamos al estudio del Derecho internacional y europeo. En 2001 fue investido doctor honoris causa de la Universidad de Oviedo a propuesta del Departamento de Derecho Público al que pertenezco, y en aquel acto se destacaron sus cualidades profesionales y humanas. Las recuerdo otra vez hoy, cuando nos ha dejado. Ha sido uno de los principales teóricos del Derecho europeo y como Presidente del Tribunal de Justicia de la UE contribuyó a consolidar una jurisprudencia dirigida a asegurar la tutela de los derechos de los particulares, desarrollando además un papel muy activo en la reforma del sistema jurisdiccional de la Unión. En el plano personal destacó por su prudencia, sobriedad, elegancia de espíritu y buen hacer. El profesor Rodríguez Iglesias representa la excelencia de la tradición europeísta de nuestra Universidad".

Ignacio Prendes, diputado nacional y abogado, señaló que ayer fue un "día aciago para Asturias, para Gijón y para el mundo del Derecho. Con la muerte de Gil Carlos Rodríguez Iglesias se va una figura irremplazable del Derecho Europeo; con su trabajo riguroso y su dedicación constante ayudó de forma decisiva a la construcción de las instituciones comunitarias. Para los juristas asturianos que estrenamos nuestra licenciatura con la entrada de España en las Comunidades Europeas era una referencia imprescindible, por su profundo conocimiento de una materia entonces muy desconocida como era el Derecho Comunitario, que él ayudó a construir y desarrollar desde la cátedra y desde el Tribunal de Justicia de la UE. Gil Carlos Rodríguez ha sido, seguramente junto a Aurelio Menéndez, el jurista asturiano de mayor talla del último cuarto de siglo. A esa enorme talla intelectual unía una bonhomía y calidad humana que convertía los momentos compartidos en ocasiones únicas, como los encuentros en la playa de San Lorenzo de su Gijón natal a donde acudía todos los veranos. Deseo remitirle a su mujer, familiares y amigos mi afecto y más sentidas condolencias, su figura permanecerá en el recuerdo de todos aquéllos que tuvimos la suerte de conocerlo y estudiarlo".