Tini Areces fue la personalización de la pasión política, en el mejor sentido de la palabra; es decir, en el de la capacidad que tiene para mejorar la vida de los ciudadanos.

Fue envidiable su capacidad para convertir esa pasión en gestión eficaz. Gijón, Asturias y la educación española, son testigos de ello.

Recorrimos los tres niveles de la administración, en sus dos poderes: el legislativo y el ejecutivo. Coindimos, nos alternamos, cogimos o entregamos el "testigo" uno a otro. Por eso creo que, como es mi caso, lo que nunca dejó fue de ser y pensar como Alcalde.

Hay un Gijón después de Tini. Mejor. Más ambicioso, más moderno, más estructurado, con mejores servicios e infraestructuras. El actual Muro de San Lorenzo no es su logro más ambicioso, pero si uno de los más emblemáticos para Gijón. Lo inauguramos juntos, él Alcalde, yo Presidente, recorriéndolo entero, escalera a escalera. Genio y figura.

Y coraje siempre. Con él afrontó, en la última década especialmente, las insidias sistemáticas de adversarios políticos más empeñados en destruir su legado que en un análisis crítico y mínimamente riguroso de su etapa al frente de las instituciones.

Con entereza, tan envidiable como su capacidad de gestión, hizo frente a todo. Seguramente con más de un desgarro interior, pero sin que en ningún momento se pusiera públicamente en evidencia.

Y además se va un amigo con el que echaré de menos hablar de política y del Sporting, dos de sus grandes pasiones. La otra era la que tenía por su familia. Soledad, sus hijos, sus hermanos y hasta su madre, que le sobrevive más que centenaria. Para ellos mis más sinceras condolencias.