Treinta y dos años después de que Vicente Alvarez Areces ganara por dieciocho votos la disputada asamblea que le convirtió en candidato a la Alcaldía de Gijón, su nombre volverá a escucharse mañana domingo, a mediodía, entre los muros de la Laboral. Será el homenaje de quienes ven en el senador, fallecido en la madrugada del viernes por un derrame cerebral, el referente político de toda una época por sus tres mandatos al frente de la Alcaldía gijonesa y las tres legislaturas en la Presidencia del Principado. La imposibilidad de organizar ese acto de reconocimiento público en el teatro Jovellanos, en la vencidad del domicilio familiar del Paseo de Begoña, está detrás de la decisión de llevarlo al coliseo de Cabueñes.

Uno de esos movimientos del destino. Porque el resultado de aquella erizada reunión del 21 de marzo de 1987, en unas primarias (entonces no se llamaban así, claro) con el exalcalde José Manuel Palacio, fue la base de despegue de una larga y singular carrera política. Salió siempre triunfante en todas las contiendas electorales en las que se batió. Y pese a sus recurrentes enfrentamientos internos con José Ángel Fernández Villa, la persona que controlaba las riendas de la Federación Socialista Asturiana (FSA) desde el puesto de mando del SOMA, fue el líder minero quien cedió finalmente a una evidencia: Areces ganaba elecciones. Lo demostró en 1998, cuando obtuvo mayoría absoluta en su primer pulso por la presidencia del Principado.

La Laboral, donde mañana será recordado como el líder socialista que marcó una época en Asturias, fue el Rubicón de Areces. Y el escenario del primer triunfo en su regreso a la política de primera línea, tras los dieciséis años de militancia en aquel heroico PCE que había empezado a desangrase en 1978, en Perlora. El portazo que dieron allí Areces y otros, como el también fallecido José Ramón Herrero Merediz (presidente nueve años después, por cierto, de aquella decisiva asamblea de la Laboral), permitió al PSOE subrayar aún más su histórica propensión a acoger bajo el tejado de la socialdemocria, o sea, la "casa común" de la izquierda, a quienes habían salido escaldados del comunismo declinante.

Y fue en la Laboral donde Areces cimentó la nueva lealtal con el PSOE. Y lo que es más importante, con un grupo entonces de aún jóvenes dirigentes (la llamada "tribu", con militantes tan conspicuos como Pedro Sanjurjo, Jesús Morales, María José Ramos o Francisco Villaverde) cuya fidelidad supo conservar, salvo alguna excepción, en las distintas travesías.

La Laboral, edificio de 270.000 metros cuadrados que ideó y construyó el arquitecto Luis Moya a mediados de los años cuarenta, en pleno franquismo, llegó a estar prácticamente abandonado en los ochenta. Hubo quien dijo barbaridades, como que era mejor demolerlo y hacer pisos en el solar. Areces optó en su primera legislatura al frente del Principado por la rehabilitación del inmueble, donde el estilo helenístico convivía con el águila de San Juan. Las obras, controvertidas por algunas de las soluciones que se asumieron, finalizaron en 2007. Hace tres años fue declarado monumento.

Areces, que llegó a tener despacho presidencial en la Laboral, quiso hacer de ese edificio identificado por muchos como una herencia arquitectónica del nacional-catolicismo, algo distinto. Y de ahí surgió Ciudad de la Cultura. Una confluencia de equipamientos educativos, recreativos, tecnológicos y artísticos. Es otra de las muchas obras que puso en marcha en su afán, que sus detractores han considerado desmedido, de reiventar Gijón, primero, y después Asturias. Y ahí, en el imponente y polisémico edificio de Cabueñes, será recordardo mañana como el político que jamás dejó de serlo. Tampoco en el último adiós.

Así será la despedida a Tini Areces del domingo en la Laboral