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Llueve sobre mojado en Arriondas

Nueve años de promesas incumplidas para proteger de las crecidas al Hospital del Oriente, construido en suelo inundable

Las tareas de desalojo durante la inundación de 2010.

Llueve sobre mojado, nunca mejor dicho. El Hospital del Oriente se construyó sobre terrenos inundables y cuando lo desveló LA NUEVA ESPAÑA no faltó quien, como el "príncipe de los apóstoles" a su maestro, lo negara varias veces: "inventos de la prensa". Pero la cartografía del Ministerio de Medio Ambiente así lo señala y hasta un estudio de la Universidad de Oviedo califica el índice de riesgo de inundación en la zona como de grado tres, cuando el máximo es cuatro. O se despistaron todos o todos miraron hacia otro lado, porque entonces, en los enladrillados años noventa, construir el hospital era un asunto que parecía situarse por encima del bien y del mal. Y el que venga detrás que arree.

Fue el caso que el 16 de junio de 2010 el agua entró en el hospital como Pedro por su casa. Seguramente porque era suya. La "riadona" obligó a desalojar a los enfermos en lanchas y provocó la pérdida de cientos de expedientes médicos. Un desastre que algunos políticos y funcionarios, presuntamente todavía, aprovecharon para robar a manos llenas, dicho sea de paso. Pero lo que vino después también fue desconsolador. Porque quizá peor aún que construir un hospital en suelo inundable, e incluso de que se inunde una vez, es que hayan pasado nueve años desde entonces y que tenga que ser desalojado de nuevo porque no se hizo nada, nada de nada, para protegerlo de las crecidas del río Piloña.

Desde el mismo día de aquella primera inundación, los políticos, estos y aquellos, juraron o prometieron por sus cargos que no volvería a suceder. Anunciaron planes, estudios y proyectos, altos muros y escolleras robustas para defender Arriondas de las avenidas, con sus correspondientes paseos, aceras, parques y miradores. Las infografías quedaron preciosas. Al traducir a números calcularon 15,4 millones. Al traducir a hechos se quedaron en cero, palabrería.

Año tras año, presupuesto tras presupuesto, votación tras votación, los compromisos políticos para proteger a la capital parraguesa y al hospital de los ríos Piloña, Sella y Chicu iban quedando incumplidos. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir, que al dios de la lluvia le dio por llorar de nuevo sobre Arriondas. Llovieron gatos y perros y se repitió una historia que los administradores de lo público habían dejado olvidada en el cajón de las promesas, ese que solo abren cuando empieza a oler a elecciones.

Así que ahora, más allá de pomposos planes de emergencia y simulacros de evacuación, es urgente afrontar el problema. Y solucionarlo, que para eso cobran -y no poco- los políticos. Deben determinar qué hacer en el Grande Covián. Porque seguramente llevarlo a lugar seguro no es viable. Eso debió hacerse hace mucho tiempo, antes de abrirlo. Toca actuar ya, porque, nadie lo dude, volverá a llover. Siempre acaba lloviendo en Asturlandia.

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