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La guía secreta de Asturias

El Colláu l'Andrín, ventana al paraíso

La aldea parraguesa, de la que parten caleyas con encanto, se asoma a un paisaje que impresiona al descubrir al fondo los Picos de Europa

Las carreteras asturianas llevan en muchas ocasiones a lugares que nos sorprenden tanto por su autenticidad como por la belleza del entorno y lo gratas que son las rutas que llegan o parten de ellos. Tal es el caso cuando dejando atrás Cangas de Onís en dirección a Amieva y una vez recorrido Caño, ya muy cerca de la salmonera, se coge a la derecha una desviación que lleva a los pueblos de Aballe y El Colláu l'Andrín/Collado de Andrín. Apenas a tres kilómetros se encuentra este último pueblo, que sin duda se levanta en uno de los entornos más bellos, y tiene unos cuantos, del concejo de Parres.

En un día de sol de invierno, con el horizonte completamente despejado, es un lujo llegar hasta este precioso pueblín y pasear por las caleyas que lo cruzan. La carretera, como tantas comarcales, es estrecha y con curvas, pero el asfalto está bien y permite a los que no tienen que ir pendientes del volante ir descubriendo lo hermosa que es Asturias a poco que se empieza a subir hacia esta localidad, sobre todo cuando abajo Cangas de Onís se va volviendo más pequeñito.

Este pueblo, donde viejas casas tradicionales conviven con algunas cabañas, así como con otras rehabilitadas o de nueva construcción -de hecho existen cuatro establecimientos de turismo rural-, se levanta en un entorno espectacular, sobre todo cuando apenas caminando unos pasos, el bosque, las praderías y la montaña regalan al viajero un nuevo instante de paz y de belleza en un lugar como éste, otro balcón a los Picos de Europa. Porque todos los pueblos y aldeas son diferentes, aunque parezcan similares, como diferentes son las historias de los vecinos que allí vivieron o aún viven.

Con buen tiempo no sólo se puede distinguir desde allí alguna cima emblemática, como el Torrecerredo, también se puede "escuchar" la aldea en toda su amplitud. El sonido del lloqueru de alguna vaca pastando en una finca cercana, el perro que ladra cuando siente pasos desconocidos, el del agua cayendo en el bebedero a la entrada del pueblo e incluso el del aire pasando entre las cañas de algunas ramas que empiezan ya a reverdecer. Apenas una veintena de casas, de las que cuatro están habitadas todo el año mientras que otras, sobre todo las rehabilitadas, son ocupadas en los fines de semana y vacaciones, se distribuyen el espacio en este rincón de Asturias tan singular como sencillo y por el que pasan, haciendo una ruta circular, algunos senderistas.

Entre los edificios con querencia está una pequeña capilla que, según como se mire, parece surgir del propio prau en el que se levanta y que está dedicada a San Antón, como afirma Maite García, vecina de esta localidad. La capilla es del siglo XVIII y de estilo popular asturiano. Alberga una hornacina de madera con la imagen del santo protector de los animales que da nombre a la misma. Llama también la atención su espadaña. Aunque su fiesta es el 17 de enero, los vecinos la celebraban en mayo hasta hace pocos años. Ya no se organiza, pero es un buen mes para volver.

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