Un cálculo muy aproximado cifró en 30.000 prisioneros la capacidad de los doce campos de concentración que tuvo Asturias entre los últimos años de la Guerra Civil y los primeros de la posguerra. De Arnao (Castropol) a Celorio (Llanes), la geografía asturiana de la represión franquista tiene una docena de paradas en la investigación recién publicada del periodista y escritor Carlos Hernández de Miguel, que ha inventariado en el libro "Los campos de concentración de Franco" (Ediciones B) los cerca de trescientos en los que el franquismo diseminó por España a entre 700.000 y un millón de cautivos, estima el autor.

De los doce asturianos, solo el de la costa de Arnao, cerca de Figueras, tiene en la documentación del investigador la consideración de campo "de larga duración" por el tiempo que estuvo abierto, al menos desde agosto de 1937 a febrero de 1943. Únicamente este, en el que, por cierto, se conocieron los padres del presidente del Principado, Javier Fernández, respondía al concepto canónico del campo, con barracones levantados a propósito para hacinar prisioneros en la rasa costera, frente al mar, junto a la ría del Eo; los demás, que la investigación cataloga como "estables", se usaron durante menos tiempo -con duraciones variables entre 1937 y 1939- y reutilizaron edificios ya existentes de la más diversa índole. Figuran aquí el desaparecido psiquiátrico de La Cadellada, en Oviedo; en Gijón la también derruida fábrica Harinera y la plaza de toros de El Bibio; la antigua Vidriera de Orobio de Avilés; la perdida conservera Portanet, en Candás; el cine y varios edificios de Navia y Andés, diversos emplazamientos de la parroquia de Canero (Valdés) y el cine de Luarca; el monasterio de San Salvador de Celorio (Llanes) y algunas ubicaciones no precisadas en Ortiguera (Coaña) y Grado. La lista se completa con dos campos "provisionales o de evacuación", que operaron únicamente durante algunos meses de 1937 en Pola de Siero e Infiesto.

En el macabro catálogo de Hernández de Miguel, Asturias es la novena autonomía con más emplazamientos inventariados y la segunda de las uniprovinciales, tras Madrid, en una clasificación que encabezan los 52 campos de Andalucía. Estas prisiones fueron, señala el autor en una entrevista a "Efe", "una de las patas de la enorme mesa que fue la represión franquista", una práctica de la que hay poca documentación derivada "de la destrucción masiva de ficheros que se realizó durante la dictadura y los primeros años de la Transición".

Según su tesis, a pesar de las diferencias hubo una analogía y existieron algunos elementos en común entre estos campos de concentración españoles y los implantados en la Alemania nazi, que explica que incluso dirigentes de la Gestapo participaron en el adiestramiento de las fuerzas policiales españolas. El sistema franquista de estos campos fue diseñado de acuerdo a las necesidades de la dictadura, que eran, recalca el escritor, el "exterminio" de los elementos "más activos" del entorno republicano y la consecución de mano de obra a través de los "batallones de trabajo". "En los campos de concentración franquistas no hubo cámaras de gas, pero se practicó el exterminio y se explotó a los cautivos como trabajadores esclavos", señala.