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Tres meses bajo cero

"Lo peor no es el frío, es el aislamiento", narra el brigada gijonés Jaime Albela a su regreso de una misión de 95 días en la Antártida

El brigada gijonés Jaime Albela, en la pingüinera "Morro Baily" de la isla Decepción, junto a lobos marinos, pingüinos y elefantes marinos.

No todo el mundo puede presumir de haber estado en la Antártida. El brigada gijonés del Ejército de Tierra Jaime Albela acaba de aterrizar de una campaña de 95 días en la isla Decepción, en el archipiélago de las Shetland del Sur, situado al noroeste de la península Antártica, donde ha prestado junto a otros trece militares soporte técnico y logístico a un contingente de científicos en la base antártica española Gabriel de Castilla. Allí izó el mes pasado la bandera de Gijón, que la propia alcaldesa Carmen Moriyón le entregó.

Albela llegó a la isla un 24 de diciembre, en pleno estío antártico. "El 21 de diciembre hay luz durante todo el día. No existe la noche. A medida que fue pasando el tiempo los días fueron menguando", señala. Las temperaturas, por su parte, "no bajaban de los dos grados bajo cero, si bien el viento provocaba sensaciones térmicas por debajo de -20".

Como integrante de la trigésimo segunda campaña antártica del Ejército de Tierra, su misión, señala, fue facilitar a los científicos su labor de investigación, prestándoles todos los medios necesarios "para que ellos se dedicaran única y exclusivamente a su trabajo". "Los llevábamos a las embarcaciones, los acompañábamos en las visitas a los glaciares, donde debían ir acordonados, y en los desplazamientos con raquetas", relata el militar, que añade que también dotaban a los investigadores de trajes, comida, luz y agua.

La isla Decepción es todo menos decepcionante. Se trata de un volcán activo, lo que hace que la tierra esté permanentemente caliente y sea de un color grisáceo, pues, aunque nieve, nunca llega a congelarse del todo, algo inédito en la Antártida. Su naturaleza volcánica también puede apreciarse en la presencia de fumarolas y aguas termales, que permiten al visitante poder bañarse en el mar. Otra particularidad es que solo puede ser visitada en verano, ya que el centro de la isla, que es hueco, se congela y hace inaccesible la entrada a cualquier embarcación.

A nivel científico también es interesantísima: existen cuatro pingüineras muy grandes, dos de ellas con más de 20.000 y 50.000 ejemplares de pingüinos, además de una gran colonia de lobos marinos. "Durante nuestra estancia coincidimos con 42 científicos de trece proyectos diferentes. Estudiaban la fauna, las mareas y el albedo de la tierra, principalmente. También estuvimos con dos geólogos de la Universidad de Oviedo que estudiaban el permafrost de la isla, es decir, esa parte que está siempre congelada", explica.

Más allá del frío y las inclemencias del tiempo, lo más duro de la experiencia, reconoce el militar, fue "el aislamiento", pues "la isla está a cuatro días en barco del continente, a mil kilómetros, y si pasa algo no hay posibilidad de desplazarse, hay que apañarse con lo que hay ahí". Sin embargo, "el tiempo les acompañó en todo momento" y no tuvieron que lamentar ningún incidente, cuenta.

Albela compartirá su experiencia este sábado a las 17.00 horas en el Acuario de la ciudad, en una charla organizada por el Club de Buceo Yemaya Sub y el Instituto Oceanográfico de Gijón.

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