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El pueblo abandonado de Bustovela atrae vecinos: "Somos vanguardia"

"Mientras otros se van, nosotros traemos vida", dicen los nuevos pobladores de la aldea de Cangas de Onís

José La Torre, María Luisa Garachana, Ángel Expósito, Nacho Vega y Ana Rosa Fumero, bajo la panera que ellos mismos han levantado. MARIOLA MENÉNDEZ

La pequeña aldea canguesa de Bustovela (Gustevela según la toponimia oficial) es la cara y la cruz de la misma moneda del mundo rural. Entre los años 50 y 60 del pasado siglo llegaron a vivir allí unos 120 vecinos. Pero el abandono del campo le pasó factura y en los 70 quedaban ya las dos últimas familias. Fueron varias las décadas en las que Bustovela estuvo sin habitantes. Fue un pueblo abandonado, lo que hizo que no se le considerara como tal, en 2004, en el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de Cangas de Onís.

Su encanto le permitió revertir la situación y ahora es una excepción dentro del éxodo rural. Mientras la mayoría de las aldeas se quedan sin residentes, Bustovela es el ejemplo de las excelencias que brinda en campo, viviendo en plena comunión con la Naturaleza.

A Bustovela se llega por Llenín y dejando atrás Cuerres. Es mejor no fiarse del GPS, pues marca la ruta por un camino a través del que ya no hay acceso por culpa de un argayo y obliga a dar un importante rodeo. En Bustovela termina la pista forestal que lleva al pueblo, entre Peña Verde y el Pico Monfrechu. Además de aire puro, se respira paz.

El avilesino José La Torre llevaba tiempo con la intención de poner en marcha un proyecto de vida, ligado al autoabastecimiento en el campo, y buscaba un pueblo abandonado en el que poder desarrollarlo con su familia y amigos. Cuando llegó a Bustovela, en 1997, supo que aquel era su lugar y el que se ha convertido en su refugio de paz, lejos del estrés de la vida urbana.

"Somos vanguardia", destaca Nacho Vega, también de Avilés. "Mientras los demás se van, nosotros traemos vida al pueblo", añade y La Torre defiende que "el pueblo tiene recursos", razón que les ha llevado a "volver a la naturaleza". Lo mejor de todo es que aunque "trabajas desde que te levantas hasta que te acuestas, no lo consideras trabajo".

Compraron el pueblo y se instalaron allí en 2012, aunque en 2009 ya empezaron a poner en marcha el proyecto. Aplauden que el Pleno aprobara ayer, como llevan reclamando desde hace una década, la modificación del PGOU para reconocer a Bustovela como núcleo rural porque, entre otras cuestiones, les permitirá ir arreglando la decena de casas existentes.

"No somos ni una comuna, ni una ecoaldea, somos un grupo de amigos que ha decidido vivir de otra forma y más en comunión con la naturaleza y las cosas que tienen vida", explica José La Torre. De manera habitual residen 11 personas, aunque la cifra aumenta los fines de semana. Tienen huerta y son famosas sus fabes de la granja, aunque este año no las han cosechado porque primaron las labores constructivas para tratar de que no se les vengan abajo los inmuebles de la aldea. También se dedican a la apicultura y los domingos ponen un puesto en el mercado de Cangas con los excedentes de su producción. Tienen todos los servicios, hasta internet, pero no quieren televisión. No les hace falta. La energía eléctrica la obtienen a través de placas solares. Es una economía de autoabastecimiento y ellos mismos van poco a poco rehabilitando el pueblo. Reclaman una mejora de la pista forestal que lleva a Bustovela. Pero, ¿es viable este proyecto de vida rural? "Necesitas ayudas de estamentos oficiales, porque si estamos repoblando de alguna manera tendrían que apoyar nuestros proyectos y poner menos exigencias burocráticas", explican.

Para ellos, Bustovela ha sido un punto de inflexión. José La Torre trabajó durante años en Aceralia y en otra empresa, pero supo que quería un cambio, al igual que Nacho Vega, que era empleado de la metalurgia. Carmen Rosa Fumero (Tenerife) también dejó su empleo en una perfumería del aeropuerto para iniciar un proyecto que también convenció al madrileño Ángel Expósito, que se las ingenia con la carpintería de forma autodidacta, y a la burgalesa María Luis Garachana, terapeuta ocupacional. "Es un sueño hecho realidad", del que disfrutan cada día dando ejemplo de las excelencias de vivir en el campo.

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