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El más difícil todavía de la riosellana

La "número dos" del PSOE hace valer su discreción y tenacidad en las cruciales negociaciones con ERC

Adriana Lastra sale en silla de ruedas del hemiciclo del Congreso de los Diputados tras torcerse el tobillo el pasado 3 de diciembre. EUROPA PRESS

A Adriana Lastra le van los retos, y teniendo las siglas de su partido detrás, empujando, y la absoluta confianza de Pedro Sánchez, nunca le faltan determinación y valentía para convertir los desafíos en operaciones factibles. Para empezar porque, como ella misma ha dicho, "nadie se afilia al PSOE para que gobierne la derecha". Un planteamiento de partida (y de partido) que puede parecer algo ingenuo, casi de otra época, en los tiempos que corren, pero que, sin embargo, la convierte en la persona idónea para tejer pactos con fuerzas políticas situadas a la izquierda de los socialistas e incluso, como es ahora el caso, que medran en un territorio limítrofe con el cuestionamiento de la actual configuración del Estado (ERC).

Desde hace tres semanas, la vicesecretaria general del PSOE tiene entre manos una negociación, discreta como pocas, de la que depende la gobernabilidad de España. La lleva en compañía del número tres del partido, José Luis Ábalos, y el secretario de Organización del PSC, Salvador Illa, pero desde el exterior (porque no hay fugas) da la impresión de que es ella, como portavoz en el Congreso, la que la comanda. Quizá -pero solo quizá- porque mantiene una relación más que cordial con quien se presenta como negociador principal de la otra parte, su homólogo de ERC en la Cámara baja, Gabriel Rufián.

No es casual que Lastra haya estado al margen de las dos crisis que hasta ahora han registrado las conversaciones para mover a Esquerra a facilitar, con su abstención, la investidura de Sánchez. Una sesión que el PSOE no desespera aún de celebrar comiendo turrón y polvorones, pero de la que los independentistas catalanes no quieren ni oír hablar hasta que abran sus regalos de Reyes. Y más ahora, con la sentencia favorable del Tribunal de Justicia de la UE sobre la inmunidad de Junqueras, que los republicanos intentarán aprovechar para vender más cara su abstención, singularmente en lo tocante a la mesa de diálogo entre gobiernos que es el gran escollo de las negociaciones. Tanto es así que el jueves, en un gesto de fuerza, las congelaron hasta que la Abogacía del Estado fije posición al respecto ante el tribunal que juzgó a los líderes del "procés".

Previendo que la resolución de la corte de Luxemburgo sería favorable a los intereses de ERC y, en general, del independentismo, Ábalos se descolgó el miércoles con unas declaraciones, del todo improcedentes (por innecesarias), sobre el presunto abandono por parte de Esquerra de la vía unilateral y, como el propio Sánchez la semana antes, afirmando sin tapujos que el acuerdo "está más cerca"; todo para presionar en pro de la celebración de un debate de investidura cuya segunda votación (la decisiva) se realizaría el próximo 30 de diciembre.

En esta segunda crisis, la más grave, Lastra se mantuvo en diálogo con Rufián durante todo el miércoles para que la sangre no llegara al río. A ella, como al portavoz de ERC, le ha sido confiada la tarea de que lo hablado no salga nunca del lugar donde es hablado, y en el ejercicio de esa discreción -imprescindible para cumplir el encargo directo que recibió de Sánchez- Lastra se comporta con la inquebrantable lealtad que quienes la conocen le atribuyen para todas las cosas del partido.

Una lealtad, al PSOE primero y a Sánchez después, que la hace verse a sí misma antes como socialista que como política, por más que la cultura de partido que empezó a beber cuando se afilió a las Juventudes Socialistas de Ribadesella, a los 18 años, haya hecho de ella una experta negociadora con mirada casi precognitiva para los movimientos políticos, instinto para afrontarlos y una tenacidad a prueba de bomba. Cualidades que le reconocen hasta sus enemigos. O, más que nadie, sus enemigos.

Aparte, la riosellana, 40 años cumplidos desde marzo, tiene fama de directa: no viaja un día con los de la feria y regresa al siguiente con los del mercado. Eso no va con ella. Y ningún hecho prueba más su ausencia de doblez que la decidida apuesta que hizo por Sánchez tras su defenestración en el comité federal del 1 de octubre de 2016. Sobre todo, si se tiene en cuenta que para hacerlo hubo de chocar de frente con el entonces presidente asturiano y líder de la FSA, Javier Fernández, quien, en tanto que presidente de la gestora que iba a dirigir el partido hasta la celebración de primarias, era poco menos que un enemigo.

Esas primarias permitieron a Sánchez ocupar de nuevo el despacho de secretario general en la sede de Ferraz, pero esta vez con un respaldo de la militancia que ninguna confabulación de barones podía contrarrestar. Con todo y que el éxito fue incontestable, Lastra no olvida las circunstancias de la ya célebre visita de Sánchez a El Entrego el 11 de diciembre de 2016, cuando -según recordaba el pasado agosto en LA NUEVA ESPAÑA- "desde esta casa (la sede de la FSA en Oviedo) se llamaba a los alcaldes y a los secretarios generales para que no se fuera al acto de Pedro".

Directa, sin dobleces, determinada, leal: todos son rasgos de carácter que se le atribuyen. Pero el primero, por más del gusto que sea de Rufián -y que convenga, por tanto, a las negociaciones en curso-, es fácil de confundir con la adustez y la aspereza que también se le han adjudicado alguna vez. Sobremanera, desde los medios de comunicación.

Pero si hay una cualidad suya que Lastra está haciendo brillar en estas cruciales negociaciones es la de la discreción, sin la cual el acuerdo con ERC sería inviable. Las dos crisis abiertas hasta ahora han sido fruto de la exposición a los micros, y por lo que atañe al diálogo con los republicanos, la "número dos" del PSOE está siendo exquisitamente muda. Es lo que tiene aprender de los errores, incluso de los más recientes. En julio, cuando la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, tenía más peso que la vicesecretaria general socialista en las negociaciones con Unidas Podemos, el exceso de información ayudó a arruinar la tentativa y aireó un estado de cosas (avaricioso, con un punto de mezquindad) que contribuyó al descrédito de ambas formaciones. Ahora no se puede incurrir en el mismo error. Y dada la importancia de lo que se ventila (no tener que ir a las urnas por tercera vez, forjar el Gobierno de izquierdas que no fue posible en julio), más vale no dar un paso un falso. Es suficiente con que la principal negociadora haya sufrido la desgracia de romperse un tobillo.

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