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La guía secreta de Asturias

Otras miradas a Bermiego

El pueblo quirosano tantas veces recorrido a la búsqueda de su imponente texu tiene también, entre sus barrios, otras historias que merecen ser recordadas

Dos molinos en un rincón de Bermiego. ANA PAZ PAREDES

Bermiego, en Quirós, es uno de esos pueblos que, una vez descubiertos, algo te pide regresar de vez en cuando a ellos. A una altitud de 750 metros en la ladera oeste del Aramo, ya impresiona de por sí el paisaje que lo rodea y al que se asoma cada día. Buena parte de aquellos que suben hasta este pueblín soleyero y lleno de rincones con encanto lo hacen para descubrir el magnífico texu que, camino del cementerio y junto a la iglesia de Santa María, se deja querer por las miradas asombradas de quien descubre la grandiosidad y la belleza de este árbol singular.

Eso sí, el destino final del viaje a Bermiego no debe hacernos olvidar el lugar que recorremos y del que, a veces por las prisas, no percibimos cuanto tiene de interesante y valioso, tanto para los propios vecinos como para el viajero que pasea entre sus casas en un pueblo dividido en numerosos barrios. En todos ellos existen edificaciones de interés en sus casas tradicionales, algunas con corredores y galerías de madera, sin olvidar en otras la existencia de hornos como delata su estructura, así como un importante número de hórreos y paneras que se mantienen en pie.

Bermiego es un pueblo para caleyarlo de arriba abajo. Para disfrutar de la cercanía de su gente y de las nuevas sorpresas que te depara y no te esperas por mucho que lo visites. Tal es el caso de los dos molinos rehabilitados, aunque hay más siguiendo el río, que existen allí. En alguno de ellos dicen que aún se sigue haciendo la molienda.

Junto a la visita imprescindible al maravilloso texu junto a la capilla, también sabedor de muchas historias y de una edad, dicen, incalculable, existió en Bermiego otro árbol muy querido por sus vecinos y que cayó herido de muerte en el año 2014. Se trata de el roblón o rebollo de Bermiego, declarado monumento natural y que pasó enfermo buena parte de sus últimos años. El árbol prácticamente se desenraizó y fue a caer sobre el tejado de una casa sin tener que lamentar afortunadamente ninguna desgracia personal.

Durante más de dos siglos vio pasar la vida de sus vecinos junto a la capilla de San Antonio, en el centro del pueblo. La querencia a este árbol por parte de los nacidos en Bermiego la puso de relieve en su día una de sus vecinas más entrañables, Alegría García Álvarez, fallecida hace unos años, quien a este diario contó una historia tan entrañable como triste. Y es que, tal como ella recordaba, y a principios del siglo XX, emigraron muchos vecinos a Buenos Aires. "Marchaban hasta cuatro o cinco personas de una misma familia, algunos niños". Y antes de darle la espalda definitivamente al pueblo todos se paraban delante del rebollu y se despedían de él como si de otro familiar se tratara. "Ay, roble mío, que ya no te volveré a ver. No me olvides, que yo no te olvidaré", cuenta que decían. Sirva pues esta página para recordar a los que se fueron y al árbol que, un día, se cansó de esperar por su regreso.

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