Actualmente, en el ámbito del calzado, no existe una normativa internacional que contemple seguridad, ergonomía y comodidad. Un enfoque multidisciplinar al respecto nos llevaría sin ningún género de dudas a conjugar, al menos, los tres conceptos señalados. Generalmente lo que prima es el criterio de seguridad, que es lo que tradicionalmente ha preocupado en el ámbito de la prevención de riesgos laborales.

El diseño del calzado laboral en general, no contempla conocimientos científicos fundamentales como la biomecánica aplicada a actividades laborales concretas. Este es el motivo por el cual existe una clara disfunción en perjuicio de la ergonomía y por tanto de la comodidad. Ni siquiera tiene en cuenta conceptos elementales y primarios como pueden ser el tipo de pie: plano, cavo, valgo, pronado, ... El sentido común nos debería hacer reflexionar que no tendría que estar reñida la seguridad con la ergonomía, es más: debería de ser complementario. Todos tenemos en nuestro fondo de armario varios tipos de calzado, sin embargo, no todos son del agrado de nuestros pies, pero esto si tiene explicación en el marco de un análisis biomecánico pormenorizado.

El calzado laboral podría ser diferenciado y agrupado en diferentes categorías; obviamente, las diferencias son sustanciales en función de las necesidades y uso para diferentes actividades y sobre todo para diferentes trabajadores. Así, podríamos realizar una primera y simple clasificación en calzado industrial, sanitario, forestal, agroalimentario, comercio, servicios€

Las características del calzado se recogen en diferentes normativas, pero sin un consenso internacional, en estas características se pone en primer lugar la seguridad, algo en principio bastante racional. En este apartado están perfectamente definidas las diferentes partes del calzado: trasera, materiales, resistencia a la perforación, antideslizamiento, resistencia al calor y así un largo etc.

Es curioso y carece de sentido que el calzado estandarizado del personal sanitario provoque un 15% de lesiones en el pie (fascitis, tendinitis, metatarsalgias, afecciones dermatológicas) y tienen una incidencia estadística muy significativa que es, en cierta medida, preocupante dado que estamos hablando de personal sanitario. Las lesiones en el pie consecuencia del calzado laboral las define de forma clara y contundente el estudio realizado por Marr en 1993, el cual concluye que el 72% de los encuestados achaca los problemas podológicos al calzado laboral. Esto debería de poner en alerta a las autoridades en salud laboral.

La inclusión del podólogo en los comités de salud laboral, así como en los equipos de diseño del calzado, sería un paso muy importante en el ámbito de la prevención. Asimismo, debemos de tener presente que, en el campus de las Ciencias de la Salud el único profesional que tiene 200 horas lectivas en biomecánica y estudio del calzado, es el podólogo. Esto nos obliga en numerosas ocasiones, a emitir informes vinculantes desde el punto de vista facultativo, que permitan cambiar rutinas que careen de base científica y sentido común.

La educación podológica, en relación al calzado, es de vital importancia. Sobre todo, en aquella parte de la población, en la que, por su ámbito laboral, permanecen elevado número de horas en bipedestación con un calzado específico, bien sea preventivo o de seguridad. Debemos recordar a los pacientes que, del mismo modo que no tolerarían introducir una parte de su cuerpo en una prenda cuya forma fuese radicalmente opuesta, sus pies desde el punto de vista tridimensional tampoco.

Las deformidades del pie y tobillo derivadas de enfermedades progresivas sistémicas o motivadas por el uso prolongado de un calzado inadecuado, requieren la modificación del mismo o la introducción de determinadas ortesis. La mayoría de la enfermedades y deformidades adquiridas en el pie y tobillo inducidas por uso de calzado inadecuado son amplias y complejas y en estas se incluyen Hallux Valgus (juanetes), Hallux Rigidus, dedos en matillo, juanetes de sastre, tendinopatías en el tendón de Aquiles, callosidades interdigitales, metatarsalgias, neuromas, fasciopatías, queratosis plantares, micosis y lesiones ungueales, entre otras. Además, las enfermedades y patologías podológicas pueden comprometer la función motora, la función articular, la integridad cutánea, la sensibilidad y la propiocepción.