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Para tratar con un territorio lleno de aldeas, villas y metrópolis

Urge encontrar un modelo ante el avance del virus de la despoblación

Para tratar con un territorio lleno de aldeas, villas y metrópolis

En 2004, en plena burbuja inmobiliaria, el Gobierno de Asturias hacía el "Trotu", "Texto refundido de las disposiciones legales vigentes en materia de ordenación del territorio y urbanismo". Su finalidad: coordinar "la política territorial" y regular "la ordenación del espacio". Grandes propósitos que merecieron 258 artículos. Nació con la pretensión de regular "el hecho edificatorio", en una época en que las fuentes financieras manaban con tanta intensidad que amenazaban con inundar de adosados el campo. El legislador no se fiaba de que con tal válvula pudiera controlar semejante caudal y le añadió otros 634 artículos, como Reglamento, el "Rotu". Los dos acrónimos, que parece que los puso el enemigo, circulan en el gremio como expresión de trato con unos conocidos muy pesados. Si a ambos sumamos los instrumentos normativos de validez general, nos encontramos con una intrincada floresta jurídica, en la que el Plan General de Ordenación municipal se convierte en el centro de todo, pero en la que los ayuntamientos hacen lo que pueden, mientras se eternizan en su redacción y se complican en la gestión. Menos mal que aquí las cosas van despacio.

Pero... ¿Y si el tratamiento prescrito por tal sistema de ordenanza contribuyera hoy a apagar el pulso del territorio, por lo que fuera contraindicado para una región que no crece, sino que mengua?

Ahora las fuentes se secan y, aunque el espacio es el mismo, la cara del territorio cambia. Estamos ante un tiempo de contracción. Su virus, que ya conocíamos cómo actuaba en el tejido rural, ha penetrado en las villas y en lo metropolitano. Se caracteriza por la desvitalización social, que avanza de la mano del envejecimiento y la despoblación, y por la descapitalización física, que lo hace de la mano de la obsolescencia de los parques de viviendas. Para reaccionar contra la mengua que provocan, hay que reformar el modelo regional. Y de nuevo Asturias será uno de los laboratorios de la innovación territorial en Europa, ahora como paradigma de la transición energética o descarbonización, que aquí amenaza con ser más dura, por la lealtad que el país siempre demostró a sus amigos, en este caso al carbono.

Para encontrar un nuevo modelo territorial habrá que ser ágiles, pues las oportunidades son efímeras. Por eso, será necesario simplificar trámites, desburocratizar, y enfrentar a cada instancia con su responsabilidad. Deberemos adaptar las superestructuras jurídicas a las nuevas realidades territoriales.

Para contener la descapitalización física es importante la acción administrativa, que, además de en la sencillez, debería fijarse, por ejemplo, en la reforma interior de las villas, velando por la efectiva conservación de su patrimonio, a la vez que facilitando la eliminación de ruinas inmobiliarias, que son focos de degradación paisajística y social para las villas, que ya no deben servir solo a su territorio circundante, sino que deben empezar a funcionar para fuera. Merecería la pena detenerse en revisar mecanismos tradicionales, como los de expropiación, y el deber de conservación, y atender a otros nuevos, como los de rehabilitación, eficiencia energética, movilidad y enfoque paisajístico.

La descapitalización física y la desvitalización social cuando se solapan crean un vórtice de mengua vertiginosa, que aceleradamente achica el territorio, y da lugar a que aparezcan agujeros negros, pues de ellos nada sale. Esto es lo que provoca el fenómeno de la España vaciada, que en Asturias está bien representado.

Asturias es el país de lo pequeño, de la extraordinaria diversidad, manifestada en multitud de frágiles burbujas territoriales. Que por serlo no pueden ser manejadas a manotazos o con expedientes burocráticos. A los que conviene enfrentar la lógica de proyecto, un tratamiento para construir los pertinentes en este momento, ya sea para corroborar administrativamente la evidencia metropolitana, como para tratar de salvar el tejido rural que se disuelve. Proyectos basados en la pericia profesional y la entrega personal, en unos casos derivada del conocimiento científico y de su aplicación técnica en escuelas armadas sobre el interés general y en otros del legítimo interés de los participantes.

Uno de los tres subsistemas del poblamiento asturiano se está desmoronando, el de las aldeas, que constituyen plataformas patrimoniales propias del país. Forman su identidad. La regeneración de los núcleos rurales se plantea como un proceso, cuyo resultado debería ser su mantenimiento como soporte de la vida, con la que ocupar dinámicamente el territorio. De los cerca de seis mil núcleos habitados, no todos son aldeas, unos son compactos y están en lo más alto, otros a media ladera; muchos son lineales y están a la vera de la carretera, y algunos ocupan los intersticios metropolitanos; tampoco todos tienen igual grado de transformación. Los hay con alta calidad paisajística, otros tienen gran valor patrimonial, algunos están sumamente alterados y otros ni una cosa ni otra, pero, por ahora, en ellos vive gente; poca, pues los dos tercios de ellos registran menos de diez residentes.

Por esto, el asunto urge. Para empezar no deberían tratarse igual, pues no son iguales. Ni quedar exceptuados del hecho edificatorio, pues por ser núcleos deberían ser poblados. Para facilitarlo podrían catalogarse. Lo que permitiría afinar su tratamiento, singularizándolo, y aplicar en ellos técnicas urbanísticas, en función de su tipo clasificatorio, desde los que merecen la mayor protección, para cuidar de su excelencia, a los que pueden ser incluidos dentro del suelo urbano. No se debería impedir el crecimiento, sino graduarlo en función de la catalogación. Que conllevaría la utilización de procedimientos urbanísticos y guías de diseño, con el objetivo de apoyar la población y a la vez promover una cultura territorial de buenas prácticas de calidad en ellos, tanto en los espacios libres como en las edificaciones. Lo que contribuiría al interés general, al añadir valor al país, a reconocer la excelencia de algunos núcleos, como marca territorial atractiva, y a la ambición de vida de calidad para todos.

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