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Las zabarceras asturianas, sin intermediarios

"Nosotras fijamos el precio", presumen las vendedoras de excedentes de la huerta en los mercados, un viejo oficio ajeno a la crisis del campo

Marta Bobes vendiendo a Carmen García hortalizas, ayer, en su puesto en el mercado semanal de Grado. FERNANDO RODRÍGUEZ

Eloína Ríos llegó ayer bien temprano al mercado de Grado y decidió vender las lechugas que la tarde anterior había recogido en su huerta de Cudillero a 70 céntimos la pieza. Marta Bobes fijó el precio en un euro. Además de las lechugas, despachó, entre otras verduras, puerros, a 1,5 euros el manojo; brócoli, a 1,5 euros la pieza, y pencas o repollo picudo, a 2 euros cada uno. En el caso de Eloína Ríos, el repollo osciló entre 1,5 y 2 euros, en función de su tamaño y calidad.

Ellas se lo guisan, ellas se lo comen, como dice el refrán. Fijan precios en total libertad y son las dueñas absolutas de una cadena de comercialización que empieza en casa, desde que hacen el semillero, y acaba en el mercado -ayer tocó el de Grado-, cuando venden directamente al cliente las hortalizas que cultivan al coste que deciden sobre la marcha y en función del género y de cómo está la oferta en los puestos vecinos.

Porque la crisis del campo, capitalizada por las quejas de los agricultores por los bajos precios a los que les pagan en origen un producto que luego ven a un coste muy superior en el supermercado, no va con ellas, aunque la siguen atentamente.

Son zabarceras, un oficio que se define como persona que revende por menudo frutos y otros comestibles. Y las zabarceras asturianas -tradicionalmente han sido mujeres, aunque en los últimos tiempos se han sumado hombres- no atienden a intermediarios.

La venta de excedentes de la huerta está regulada en el Principado desde hace mucho tiempo y es, quizás, una pista para tratar de solucionar la crisis de los precios del campo. Viejas soluciones para nuevos problemas.

Porque esta práctica ancestral funciona. "Se puede vivir de ello", asegura Marta Bobes. En su casa familiar de Bobes (Siero) hubo huerta toda la vida y desde hace ocho años ella se dedica a la venta de su verdura por los mercados asturianos directamente al consumidor. Está contenta. Dice que los "huerteros", como se autodenomina, solo dependen de la naturaleza y sus caprichos meteorológicos. "Pero a partir de ahí, nosotros hacemos todo: plantar, arrancar, transportar, vender...", explica esta zabarcera a la que no le gusta mucho despachar a tiendas o restaurantes por las obligaciones de precios y suministro que eso conlleva, y prefiere la venta directa al cliente en su puesto. Quizás porque muchos son como Carmen García, de Salas, quien en su día tuvo huerta, sabe lo que cuesta sacar adelante una lechuga y no pierde ocasión de comprar directamente al agricultor: "Esto está más rico, tiene más calidad y para nada es caro; incluso está más barato que en el supermercado".

Eloína Ríos sí que en ocasiones negocia con tiendas u otros vendedores y con precios más ajustados. Pero ella decide cuándo y cómo. "Esto es perecedero y cada día de venta es distinto al otro, incluso puedo fijar un precio cuando llego al mercado y al final de la jornada bajarlo para dar salida a lo que me queda".

Lo que está claro es que toda la ganancia de la jornada, sea poca o mucha, va directamente al bolsillo de las zabarceras. "Bueno, toda no...", puntualiza Marta Bobes. De los ingresos del día hay que descontar el transporte, el café y el pincho, la licencia del puesto... Hay días buenos y días malos. Pero lo tiene claro: "Yo fijo los precios".

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